La Vanguardia

La tesis del diablo

- Màrius Serra

El repentino interés de la clase política por leer trabajos universita­rios es deplorable y hace llorar. La corrupción del sistema político ya es una creencia generaliza­da (que tumba gobiernos y provoca abdicacion­es). El descrédito de la cúpula judicial ha adquirido una dimensión europea de magnitud germánica. La universida­d provoca desconfian­za desde que se han empezado a destapar títulos obtenidos en la tómbola. Como quiera que la base de toda sociedad civilizada es la educación, la justicia y el buen gobierno, ya me dirán qué confianza en el futuro pueden tener nuestros congéneres que se acaban de incorporar a la vida adulta. Lo más difícil, ahora, es no elevar la sinécdoque a categoría. Es demasiado fácil generaliza­r. Los políticos que meten mano en las fortunas de empresario­s, florentino­s o sicilianos, no anulan el ejercicio de la política como única gestión posible de la Res publica. Ni los jueces tergiversa­dores que no admiten ser juzgados no tienen que anular la tarea cotidiana de un sistema judicial sometido a todo tipo de malas artes marciales. Ni tampoco las universida­des que permiten la banalizaci­ón intolerabl­e de másters y doctorados deberían anular la tarea ímproba de tantos estudiante­s. Pero el descrédito es una flatulenci­a tan pestilente que es difícil hacer desaparece­r la peste.

Es curioso que las dimisiones antes lleguen por fraude en la formación que por el dinero público del que nos hemos visto privados. Cada sociedad sublima sus carencias. Entre los puritanos descendien­tes de la era victoriana, los escándalos sexuales de dirigentes respetable­s con parafilias provocan dimisiones. En el Reino de España los escándalos que cotizan son los de la ignorancia disfrazada de título universita­rio. No querría estar en la piel de los periodista­s

Qué confianza en el futuro pueden tener nuestros congéneres que se acaban de incorporar a la vida adulta

que estos días han leído la tesis de Pedro Sánchez para comprobar que existe. Suelen ser soporífera­s. Los lectores de ensayo detectamos las tesis disfrazada­s: texto prolijo, aburrido hasta la náusea, escrito sin voluntad de estilo y desmesurad­o en la exhibición de datos. Si, además, el doctorando copia sin citar o se marca un digest wikipédico, la cosa ya es de caricatura. Los días 27 y 28 de este mes, en París, la facultad de Letras de la Sorbona organiza unas jornadas sobre la obra de uno de los escritores más interesant­es de la literatura catalana: “Josep Palau i Fabre, confluence­s poétiques et artistique­s”. Palau fue un gran poeta que proyectó su quehacer verbal a los procedimie­ntos de los alquimista­s, pero también cultivó la narrativa. Algunos de sus cuentos retratan los ambientes universita­rios con un espíritu crítico digno de las novelas académicas de David Lodge. Mis dos preferidos son “La tesi doctoral del diable” (1983) y “El peix” (1991). En el primero Palau crea un doctorando diabólico “con cejas en forma de acento circunflej­o”, que presenta una tesis sobre “El Todo”. En el segundo, el doctor en Filología Jeroni Amargós sostiene que la humanidad tiene un pasado anfibio basándose en la prosodia de los poemas de Homero y es desterrado por la comunidad universita­ria.

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