La tesis del diablo
El repentino interés de la clase política por leer trabajos universitarios es deplorable y hace llorar. La corrupción del sistema político ya es una creencia generalizada (que tumba gobiernos y provoca abdicaciones). El descrédito de la cúpula judicial ha adquirido una dimensión europea de magnitud germánica. La universidad provoca desconfianza desde que se han empezado a destapar títulos obtenidos en la tómbola. Como quiera que la base de toda sociedad civilizada es la educación, la justicia y el buen gobierno, ya me dirán qué confianza en el futuro pueden tener nuestros congéneres que se acaban de incorporar a la vida adulta. Lo más difícil, ahora, es no elevar la sinécdoque a categoría. Es demasiado fácil generalizar. Los políticos que meten mano en las fortunas de empresarios, florentinos o sicilianos, no anulan el ejercicio de la política como única gestión posible de la Res publica. Ni los jueces tergiversadores que no admiten ser juzgados no tienen que anular la tarea cotidiana de un sistema judicial sometido a todo tipo de malas artes marciales. Ni tampoco las universidades que permiten la banalización intolerable de másters y doctorados deberían anular la tarea ímproba de tantos estudiantes. Pero el descrédito es una flatulencia tan pestilente que es difícil hacer desaparecer la peste.
Es curioso que las dimisiones antes lleguen por fraude en la formación que por el dinero público del que nos hemos visto privados. Cada sociedad sublima sus carencias. Entre los puritanos descendientes de la era victoriana, los escándalos sexuales de dirigentes respetables con parafilias provocan dimisiones. En el Reino de España los escándalos que cotizan son los de la ignorancia disfrazada de título universitario. No querría estar en la piel de los periodistas
Qué confianza en el futuro pueden tener nuestros congéneres que se acaban de incorporar a la vida adulta
que estos días han leído la tesis de Pedro Sánchez para comprobar que existe. Suelen ser soporíferas. Los lectores de ensayo detectamos las tesis disfrazadas: texto prolijo, aburrido hasta la náusea, escrito sin voluntad de estilo y desmesurado en la exhibición de datos. Si, además, el doctorando copia sin citar o se marca un digest wikipédico, la cosa ya es de caricatura. Los días 27 y 28 de este mes, en París, la facultad de Letras de la Sorbona organiza unas jornadas sobre la obra de uno de los escritores más interesantes de la literatura catalana: “Josep Palau i Fabre, confluences poétiques et artistiques”. Palau fue un gran poeta que proyectó su quehacer verbal a los procedimientos de los alquimistas, pero también cultivó la narrativa. Algunos de sus cuentos retratan los ambientes universitarios con un espíritu crítico digno de las novelas académicas de David Lodge. Mis dos preferidos son “La tesi doctoral del diable” (1983) y “El peix” (1991). En el primero Palau crea un doctorando diabólico “con cejas en forma de acento circunflejo”, que presenta una tesis sobre “El Todo”. En el segundo, el doctor en Filología Jeroni Amargós sostiene que la humanidad tiene un pasado anfibio basándose en la prosodia de los poemas de Homero y es desterrado por la comunidad universitaria.