La Vanguardia

Dos tontos tontísimos

- LA COMEDIA HUMANA John Carlin

Atención, Hollywood: el guión está servido. Gracias a los servicios de inteligenc­ia rusos tenemos en bandeja la secuela de aquellos dos grandes éxitos taquillero­s Dos tontos muy tontos y Dos tontos todavía más tontos. Comedia negra, en este caso. Para reír y llorar a la vez.

Basada en hechos reales, la película arrancaría en un plató de la televisión estatal rusa. Veríamos a dos señores corpulento­s pero nerviosos, como elefantes ante un ratón, respondien­do a preguntas de una entrevista­dora. Alexánder Petrov y Ruslán Boshirov habían sido recién identifica­dos por la policía británica como los responsabl­es de un ataque con veneno letal en la ciudad inglesa de Salisbury el 4 de marzo de este año. El objetivo primario, un exespía ruso traidor llamado Serguéi Skripal, sobrevivió junto a su hija Yulia. Pero cuatro meses después del ataque inicial una desafortun­ada inglesa encontró tirada en un basurero una botellita de perfume con el veneno dentro y murió.

¿Qué hacían en Salisbury?, les preguntó la entrevista­dora rusa en un vídeo difundido el jueves. “Nuestros amigos nos habían sugerido durante mucho tiempo que visitásemo­s esa maravillos­a ciudad... su catedral, famosa en todo el mundo”. ¿Y la botellita? No sabían nada de esto: “Para tipos normales, cargar perfume de mujer es una tontería, ¿no?”.

Curiosa respuesta ya que es de tipos normales comprar perfume para sus amadas cuando van de viaje, lo cual precipitó una curiosa pregunta de la entrevista­dora. “¿Ustedes son gais?”. Ninguno de los dos (dijeron ser “nutricioni­stas deportivos” y no, como mantiene la policía británica, agentes del servicio de inteligenc­ia militar ruso) quiso contestar.

La entrevista fue un delirio de principio a fin pero una cuestión quedó en el aire: ¿estos dos se hacían los tontos o lo eran? Parece que las dos cosas a la vez. La minuciosa reconstruc­ción policial de los movimiento­s de la extraña pareja en Inglaterra, captados muchos de ellos en cámaras de seguridad, demuestra lo siguiente:

A las tres de la tarde del viernes 2 de marzo aterrizaro­n en el aeropuerto londinense de Gatwick. Fueron en tren a la estación de Victoria, de ahí a la estación de Waterloo y de noche llegaron a su pequeño hotel en el este de la capital inglesa. La mañana siguiente a las 11.45 se subieron a un tren rumbo a Salisbury. Volvieron a Londres en tren a las 16.11.

Regresaron a Salisbury el día siguiente, el domingo 4 de marzo, fecha en la que Serguéi Skripal y su hija fueron encontrado­s en un parque al borde de la muerte. Llegaron a la estación a las 11.48 y en vez de dirigirse a la famosa catedral caminaron en dirección a la casa de Serguéi Skripal. A las 13.50 cogieron un tren de vuelta a Londres. De ahí se dirigieron al aeropuerto de Gatwick y a las 19.28 partieron en un vuelo de Aeroflot para Moscú.

Cuando empezó a salir todo esto a la luz hace once días el presidente Vladímir Putin lo denunció como una gran mentira. La respuesta de los medios oficiales rusos, siempre bailando al compás de su amo, fue que la policía británica había manipulado las fotos de la cámara de seguridad y que ni Alexánder Petrov ni Ruslán Boshirov habían estado en Inglaterra en aquellas fechas. Cambió el cuento en la entrevista del jueves.

La intrépida entrevista­dora rusa les preguntó por qué fueron dos veces a Salisbury y por tan poco tiempo. El mal tiempo, le contestaro­n. Hubo mucha nieve el primer día y decidieron volver a Londres. Curioso, ya que para un ruso un invierno inglés es como un verano sueco para un nativo de Guinea Ecuatorial: bastante tolerable. Pero más curioso aún es que ese fin de semana no nevó en Salisbury y las aceras, como se ve en las cámaras de seguridad que demuestran que los dos estaban allí, estaban grises, no blancas.

Todo lo cual demuestra que no hay que ser Sherlock Holmes para ver que el numerito televisivo de Petrov y Boshírov, lejos de refutar la versión de la policía inglesa, la reconfirma.

De lo que se trata es de un caso insuperabl­emente burdo de fake news, deporte en el que los rusos son los amos. Hasta tienen una palabra para lo que montaron esta semana en aquel plató televisivo. La descubrí gracias a un artículo el viernes en The Times de Londres.

Vranyo significa decir una mentira que uno no espera que se crea pero que uno utiliza como último recurso para intentar salvar la cara. En los tiempos soviéticos era práctica habitual de las autoridade­s. Servía para mantener la ficción de la pureza ideológica. En el caso de que se delatara la mentira de manera irrefutabl­e, fácil: se recurría otra vez a lo mismo. Otro vranyo. Uno encima del otro, como en el caso de nuestros dos farsantes rusos. Primero no estaban en Salisbury; luego sí, de turismo. Estemos atentos: habrá más versiones.

Los guionistas de Putin no son muy fieles a la vida real, pero tienen una fértil imaginació­n, justo lo que buscarían aquellos productore­s de Hollywood deseosos de seguir con la franquicia Dos tontos muy tontos. La duda sería si contratar a Petrov y Boshírov para que interprete­n sus propios personajes. Por un lado no: se les veía casi paralizado­s de miedo ante las cámaras de televisión, como si supieran que si se equivocara­n les pondrían Novichok en el café; pero por otro lado son perfectos para sus papeles: su ineptitud como asesinos recuerda al Inspector Clouseau de aquella otra hilarante serie de cine, La pantera rosa.

La botellita que llevaban contenía suficiente veneno como para matar a miles de personas pero no lograron matar a su víctima deseada. Y en su extraordin­aria e imbécil irresponsa­bilidad dispusiero­n del Novichok, creación de los laboratori­os militares más secretos de Rusia, en un basurero cualquiera, como si fuera un yogur. Lo cual condujo a la muerte de una pobre mujer que no tenía nada que ver con nada.

Los servicios de inteligenc­ia rusos tienen un frívolo sentido del valor de la vida humana, como dijo la viuda de otro exespía ruso asesinado en Londres hace 12 años por sus antiguos compañeros.

Y tampoco son muy inteligent­es. Resultan ser tan chapuceros como criminales. Pero se jactan de ello y, lo peor, lo que de risa no tiene nada, es que hacen lo que les da la santa gana. Con la bendición, además, de su criminal y chapucero Gobierno.

No hay que ser Sherlock Holmes para ver que el numerito televisivo de Alexánder Petrov y Ruslán Boshírov, lejos de refutar la versión de la policía

inglesa, la reconfirma

Los servicios de inteligenc­ia rusos tienen un frívolo sentido del valor

de la vida humana, y tampoco son muy inteligent­es: resultan ser tan

chapuceros como criminales

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ORIOL MALET
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