La Vanguardia

Madurescen­cia

- Sergio Vila-Sanjuán

Este verano me encontré por Puigcerdà a un viejo conocido. Paseaba a su nietecita. Me contó que llevaba un tiempo jubilado y estaba estupendo, y me propuso sumarme a un grupo de amigos que pensaban subir al pico Carlit la semana siguiente.

–¿Al Carlit, con sus 2.900 metros y su fase final escarpada? Gracias, pero me temo que no aguantaría –repliqué. Me gusta el senderismo, pero nunca he sido un gran escalador. Me miró conmiserat­ivamente.

Seguí mi camino hasta el quiosco junto a la estación para recoger La Vanguardia yenla terraza de la panadería vecina observé a un grupo de ciclistas a quienes había visto alguna que otra vez desayunand­o. El más joven ya pasaba de los setenta, y de sus compañeros me dio la impresión de que más de uno había ingresado hacía tiempo en el número 8. Se les veía morenos, fuertes, joviales, con aspecto de disfrutar a fondo de la vida y también de dar mucha caña a sus máquinas.

La vejez, realmente, ya no es lo que era, y a veces da la impresión de que está desapareci­endo. Sesentones/as, setentones/as y octogenari­os/as van al gimnasio, hacen deporte, salen de noche, viajan, disfrutan de sus parejas, de su soltería o establecen nuevas relaciones, aprovechan las posibilida­des que los avances de la medicina, y la sociedad de consumo, les están ofreciendo. Unos se benefician del ocio de la jubilación, otros alargan su vida laboral porque les resulta más satisfacto­ria que cualquier alternativ­a. El WhatsApp estimula las reagrupaci­ones de antiguos compañeros de colegio. Nos reunimos y aunque en el plano físico las más de cuatro décadas transcurri­das se notan, cuando empezamos a hablar –y no digamos a pasar chistes malos por el móvil– constatamo­s que los respectivo­s “niños interiores”, para bien o para mal, no han cambiado mucho.

Vivimos inmersos en una gran transforma­ción, tecnológic­a y social, que afecta al propio concepto de la existencia humana. Tradiciona­lmente sus edades se dividían en: infancia, adolescenc­ia, juventud, madurez, vejez. El paleoantro­pólogo francés Pasqual Picq sugiere introducir un nuevo concepto: la madurescen­cia. Sería la etapa que sigue a la madurez, pero en la que el ser humano, siempre que sepa y pueda cuidar su salud, conserva el optimismo, el ímpetu y las ganas de hacer cosas de la adolescenc­ia.

Me dirán que en este artículo sólo trato la cara más amable del envejecimi­ento, y no lo niego, porque es tal vez la que más radicalmen­te se está transforma­ndo. Las otras, me temo, resultan ya bastante conocidas.

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