Madurescencia
Este verano me encontré por Puigcerdà a un viejo conocido. Paseaba a su nietecita. Me contó que llevaba un tiempo jubilado y estaba estupendo, y me propuso sumarme a un grupo de amigos que pensaban subir al pico Carlit la semana siguiente.
–¿Al Carlit, con sus 2.900 metros y su fase final escarpada? Gracias, pero me temo que no aguantaría –repliqué. Me gusta el senderismo, pero nunca he sido un gran escalador. Me miró conmiserativamente.
Seguí mi camino hasta el quiosco junto a la estación para recoger La Vanguardia yenla terraza de la panadería vecina observé a un grupo de ciclistas a quienes había visto alguna que otra vez desayunando. El más joven ya pasaba de los setenta, y de sus compañeros me dio la impresión de que más de uno había ingresado hacía tiempo en el número 8. Se les veía morenos, fuertes, joviales, con aspecto de disfrutar a fondo de la vida y también de dar mucha caña a sus máquinas.
La vejez, realmente, ya no es lo que era, y a veces da la impresión de que está desapareciendo. Sesentones/as, setentones/as y octogenarios/as van al gimnasio, hacen deporte, salen de noche, viajan, disfrutan de sus parejas, de su soltería o establecen nuevas relaciones, aprovechan las posibilidades que los avances de la medicina, y la sociedad de consumo, les están ofreciendo. Unos se benefician del ocio de la jubilación, otros alargan su vida laboral porque les resulta más satisfactoria que cualquier alternativa. El WhatsApp estimula las reagrupaciones de antiguos compañeros de colegio. Nos reunimos y aunque en el plano físico las más de cuatro décadas transcurridas se notan, cuando empezamos a hablar –y no digamos a pasar chistes malos por el móvil– constatamos que los respectivos “niños interiores”, para bien o para mal, no han cambiado mucho.
Vivimos inmersos en una gran transformación, tecnológica y social, que afecta al propio concepto de la existencia humana. Tradicionalmente sus edades se dividían en: infancia, adolescencia, juventud, madurez, vejez. El paleoantropólogo francés Pasqual Picq sugiere introducir un nuevo concepto: la madurescencia. Sería la etapa que sigue a la madurez, pero en la que el ser humano, siempre que sepa y pueda cuidar su salud, conserva el optimismo, el ímpetu y las ganas de hacer cosas de la adolescencia.
Me dirán que en este artículo sólo trato la cara más amable del envejecimiento, y no lo niego, porque es tal vez la que más radicalmente se está transformando. Las otras, me temo, resultan ya bastante conocidas.