Las regañinas de Macron
El presidente francés crea polémica al sugerir a un parado que no trabaja porque no quiere
Emmanuel Macron se toma al pie de la letra las amplias atribuciones que la Constitución de la V República otorga al presidente francés. No sólo dirige la acción del Gobierno sino que le gusta aleccionar a la gente, a veces con regañinas públicas que le suelen dar disgustos.
El último sermón presidencial tuvo lugar el pasado sábado, en los jardines del Elíseo, durante el día de puertas abiertas con motivo de la jornada del patrimonio. Macron había salido a saludar a un grupo de visitantes. Un joven horticultor le comentó que estaba en paro pese a haber pedido trabajo en muchas empresas e instituciones. El presidente lo observó incrédulo y le dijo: “Cruzo la calle y le encuentro un trabajo”. “Si está dispuesto y motivado, en la hostelería, en los cafés, la restauración, o en la construcción –agregó Macron–. No hay lugar al que vaya donde no me comenten que buscan gente”. El jefe de Estado le aconsejó, en concreto, que buscara en el barrio parisino de Montparnasse.
La secuencia quedó grabada por una televisión y generó una controversia que no ha terminado. Para los críticos de Macron, fue una nueva prueba de su arrogancia, incluso de su menosprecio, de su incapacidad para comprender los problemas de la gente de abajo. Para los partidarios del presidente, en cambio, su sinceridad y su estilo directo le honran, e hizo bien en decir lo que muchos piensan, que hay demasiados parados pasivos y que quienes de verdad tienen voluntad de trabajar encuentran empleo, aunque no sea de su oficio.
El problema de Macron es que ha llovido sobre mojado. Sus regañinas en la calle se han convertido ya en una marca de su presidencia. Antes del verano riñó a un adolescente
El jefe de Estado recuerda que hay muchas vacantes de empleo en hostelería y la construcción
que se había dirigido a él, en broma, como “Manu”. Su reacción se consideró desproporcionada. En otras ocasiones se ha encarado a ciudadanos que le han criticado y lo ha hecho con convicción y argumentos, sin amilanarse. Ocurrió, por ejemplo, con un ganadero durante la feria agrícola de París.
Estas respuestas espontáneas pueden ser luego difíciles de gestionar. Lo positivo es que muestran que Macron no es un robot teledirigido por asesores de imagen. Lo negativo es que refuerzan un estereotipo. El presidente corre el riesgo de hacerse antipático.
La reacción de la izquierda a la última lección presidencial no se hizo esperar. “Macron invita a 6 millones de personas a cruzar la calle para encontrar trabajo –ironizó el líder de Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon–. Para él, los desempleados son culpables de su paro. ¿Dónde vive este hombre? ¿Quién había insultado antes, de forma tan odiosa, a los franceses en dificultades?”. La senadora socialista Laurence Rossignol lamentó que las desafortunadas frases de Macron fueran pronunciadas pocos días después de presentar su plan contra la pobreza. El diario Libération, en un editorial, se quejó “de esta manía de dar lecciones a todo el mundo” y recriminó al presidente no haber criticado nunca a los presidentes de compañías “que ganan millones a pesar de sus malos resultados o a los banqueros que especulan sobre un volcán”.
Varios ministros y líderes de su partido, la República en Marcha (LREM), salieron en tromba a defender a Macron por su franqueza y lenguaje directo. “Creo que en parte lo eligieron por eso”, opinó el recién nombrado nuevo ministro para la Transición Ecológica y Solidaria, François de Rugy.