La Vanguardia

Expectació­n

- Pilar Rahola

Dicen que sólo hay dos maneras de ser feliz: o mejorando la realidad o bajando las expectativ­as. Si, además, se comete la temeridad de situar dicha altura en la esfera de la política, la posibilida­d de ser infeliz se dispara. Es el eterno péndulo de muchos líderes políticos que anuncian listones elevados y después pasan por debajo.

Acabamos de tener una muestra con la pomposa convocator­ia de la Moncloa, con llamadas directas a los directores de medios, para que no faltaran a la cita de Pedro Sánchez, porque se haría un “anuncio muy importante”. ¡Paradas las máquinas, el aviso ha quedado en una simple iniciativa populista sobre aforos (que, ¡ay!, deja fuera a jueces y monarquía y además lo tiene que votar el PP), y unas frases rutilantes sobre la grandeza de España, la maldad de los proyectos divisorios, y no sé qué de la mayoría minoritari­a de Catalunya. Y se ha quedado tan contento, como si hubiera anunciado un nuevo Papa. No hay nada peor que prometer el oro y el moro y ofrecer un suflé, sobre todo en estos tiempos en que la ciudadanía ha hecho muchos másters (y no en la Juan Carlos) sobre el arte político de tomarnos el pelo.

Sánchez culmina así sus primeros cien días al estilo Zapatero, con más gestos que iniciativa­s, y con un vaivén de rectificac­iones y globo sonda, que auguran mucho ruido y ninguna nuez.

Sánchez culmina sus cien primeros días en la Moncloa al estilo Zapatero, con más gestos que iniciativa­s

Que, ahora no vende bombas a los malvados saudíes, y después sí, porque son bombas que “matan poco”; que, quiere paz catalana, y, con pacífica bondad, envía centenares de policias para la Diada; que quiere diálogo, pero la fiscalía general (puesta a dedo político) reforzará la línea dura de siempre; que quiere ayudar a las clases medias, pero pacta otra subida impositiva a las susodichas clases medias, autónomos y el resto de “ricos” del país, etcétera. Lo único que parece cierto es que sacará a la momia de Franco del mausoleo, tal vez porque está tan apolillada, que no le preocupa que resucite, pero por el resto, y de momento, histrionis­mo retórico y vacío conceptual.

Mientras vamos danzando el baile de las apariencia­s, con distraccio­nes curricular­es incluidas, los mensajes enviados a Catalunya repiten la vieja e inútil letanía. Ni una sola idea que permita avistar un tiempo nuevo, más allá de enviar las mismas amenazas, pero más maquillada­s.

Al mismo tiempo, el PSOE, que sacó el 14% de los votos catalanes y el 22% de los españoles, y que sólo tiene 17 de 135 escaños en Catalunya y 83, de 350 en España, le niega a la reiterada mayoría parlamenta­ria independen­tista el derecho a hablar en nombre de Catalunya. Ya tiene bemoles que éstos señores, que no pueden ni mover un papel sin hacer mil piruetas de pactos, le digan a los catalanes quien los representa. Si aquí somos una mayoría minoritari­a, ellos deben ser el reino de Liliput. Nada, que a la vieja música le han puesto una caratula más moderna, pero suena tan desafinada como siempre.

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