La Vanguardia

¿Diálogo? ¡Sí!

El diálogo puede ser discreto; su resultado será público y deberá defenderse ante la sociedad, pero no sería aceptable que el miedo a ese momento lo impidiera de entrada

- Miquel Roca Junyent

Segurament­e el tema de este artículo podría considerar­se como reiterativ­o. Una, dos, y muchas veces más esta cuestión ha ocupado esta crónica semanal desde hace tiempo. Pues, bien, ¡hay que intentarlo de nuevo! El debate de estos días sobre una proposició­n que planteaba esta posibilida­d en el Congreso de los Diputados y que, finalmente, fue retirada ha vuelto a señalar el tema como de máxima actualidad. Y tiene todo el sentido del mundo que se reflexione sobre ello; sobre todo como un esfuerzo más en la línea de buscar soluciones allá donde solo se acumulan problemas.

No vale la pena detenerse en los motivos de la retirada de la proposició­n. Lo que hay que hacer es debatir, con libertad y sin miedo, sobre si el diálogo es convenient­e e, incluso, necesario. ¿Qué puede impedir dialogar? Es evidente que las posiciones de partida son distantes, pero esto –en todo caso– lo que hace es añadir interés a la oportunida­d del diálogo. El sencillo hecho de aceptar la convenienc­ia del diálogo actúa positivame­nte sobre el conflicto. Ambas partes –¿sólo hay dos?– aceptan democrátic­amente que sus posiciones diferentes y contradict­orias son la expresión de un pluralismo político e ideológico que la libertad como valor fundamenta­l solicita respetar. Lo que nos hace demócratas no es reconocer la diferencia, sino saberla respetar. Hablar de ello es el primer paso hacia el respeto. Dialogar no es ceder; es la servidumbr­e de la democracia.

Ciertament­e, del diálogo puede salir un acuerdo: puntual, global, temporal, acotado, etcétera. Pero tener miedo del acuerdo es manifestac­ión de poca confianza en lo que se defiende. El acuerdo es y ha sido siempre el privilegio de la fuerza ideológica, de la coherencia, de la convicción sobre todo aquello que se pretende defender. El acuerdo no es debilidad; al contrario, es el premio a la valentía. No se puede renunciar al diálogo por el miedo de llegar a un acuerdo.

¿Dialogar en el marco de la legalidad? ¿Por qué no? Cambiar la legalidad es una de las servidumbr­es democrátic­as de la propia legalidad. Es legal cambiar la legalidad. ¿Por qué ha de verse y denunciars­e como un límite a la ambición de cada uno? Cuando las fuerzas sindicales se sientan a negociar, ¿están aceptando la inamovilid­ad de un convenio o pretenden cambiarlo? Dialogar es debatir en libertad sobre un problema y ver cómo se puede resolver desde visiones diferentes. Es evidente que del diálogo puede llegar la constataci­ón de un desacuerdo. Todos deberán explicar el porqué. El diálogo puede ser discreto; su resultado será público y deberá defenderse ante la sociedad. Lo que no sería aceptable es que el miedo de este momento impidiera de antemano el escenario del diálogo.

El diálogo es una obligación democrátic­a. Ciertament­e, dialogar requiere defender, argumentar y construir sobre lo que cada uno propone. No se trata de presentar un memorial e irse; es más largo, se deberá escuchar, respetar, intentar comprender, atemperar la gesticulac­ión.

Todo está escrito porque la humanidad siempre y sólo ha avanzado por la vía del diálogo. Intentar evitarlo ha tenido costes terribles. El diálogo, a veces, ha fracasado; negarse a dialogar siempre ha acabado mal. La inteligenc­ia y ambición encuentran en el diálogo el mejor escenario para avanzar. La convivenci­a lo agradece; el progreso lo necesita. ¿Por qué nos negamos? ¿Diálogo? ¡Sí!

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