La verdad ideológica
Hay tantas teorías sobre la tesis de Pedro Sánchez como periodistas que han escrito sobre ella. Pero convengamos que al final se reduce a tres importantes disyuntivas: plagio-no plagio; calidad-no calidad del trabajo, y respeto-menosprecio al nivel académico del tribunal. Digamos que el presidente tiene escasas posibilidades de ganar en las tres discusiones por mucho que se esfuerce, porque quien acepta que las máquinas no han descubierto suficiente porcentaje de similitudes con otros textos rápidamente tiene alguna razón para destacar la mediocridad del contenido. Y si no se atreve a hacer esa valoración, puede demostrar que los miembros del tribunal son novatos o no están en la élite de la cátedra. El veredicto, pues, es endemoniado para Pedro Sánchez. Lo más probable es que sus esfuerzos por demostrar recta actuación y orgullo por la tesis resulten estériles y él salga muy tocado del penoso episodio.
Mientras llega esa sentencia de la opinión pública, me parece sugestivo resaltar cómo se están produciendo los ataques y defensas. Lo habrán observado los lectores, los oyentes y los espectadores de debates y tertulias: los observadores de fama conservadora hablan cargados de razones de todo tipo para condenar a Sánchez. Ven el lado negativo (plagio, calidad deficiente y catedráticos mediocres) debidamente acreditado. No tienen la menor duda. Los analistas de izquierda, por el contrario, defienden o al menos son indulgentes con el doctor discutido y tienden, como los ministros y la dirección socialista, a denunciar una campaña de destrucción. Naturalmente, montada por la derecha. Y todos se pronuncian con científica seguridad y autoridad académica. Es que no estamos ante una busca neutral de la verdad, como también ocurre en las comisiones parlamentarias de investigación. Estamos ante un cristal con que se mira condicionado por intereses, por amores y simpatías o por rencores y malquerencias y convertido al final en una parte más de una brutal batalla de poder con todas sus planificaciones estratégicas. La conclusión es desoladora: la verdad ideológica es la enemiga natural de la neutralidad. Por tanto, no existe ni nunca existirá.