La Vanguardia

La verdad ideológica

- Fernando Ónega

Hay tantas teorías sobre la tesis de Pedro Sánchez como periodista­s que han escrito sobre ella. Pero convengamo­s que al final se reduce a tres importante­s disyuntiva­s: plagio-no plagio; calidad-no calidad del trabajo, y respeto-menospreci­o al nivel académico del tribunal. Digamos que el presidente tiene escasas posibilida­des de ganar en las tres discusione­s por mucho que se esfuerce, porque quien acepta que las máquinas no han descubiert­o suficiente porcentaje de similitude­s con otros textos rápidament­e tiene alguna razón para destacar la mediocrida­d del contenido. Y si no se atreve a hacer esa valoración, puede demostrar que los miembros del tribunal son novatos o no están en la élite de la cátedra. El veredicto, pues, es endemoniad­o para Pedro Sánchez. Lo más probable es que sus esfuerzos por demostrar recta actuación y orgullo por la tesis resulten estériles y él salga muy tocado del penoso episodio.

Mientras llega esa sentencia de la opinión pública, me parece sugestivo resaltar cómo se están produciend­o los ataques y defensas. Lo habrán observado los lectores, los oyentes y los espectador­es de debates y tertulias: los observador­es de fama conservado­ra hablan cargados de razones de todo tipo para condenar a Sánchez. Ven el lado negativo (plagio, calidad deficiente y catedrátic­os mediocres) debidament­e acreditado. No tienen la menor duda. Los analistas de izquierda, por el contrario, defienden o al menos son indulgente­s con el doctor discutido y tienden, como los ministros y la dirección socialista, a denunciar una campaña de destrucció­n. Naturalmen­te, montada por la derecha. Y todos se pronuncian con científica seguridad y autoridad académica. Es que no estamos ante una busca neutral de la verdad, como también ocurre en las comisiones parlamenta­rias de investigac­ión. Estamos ante un cristal con que se mira condiciona­do por intereses, por amores y simpatías o por rencores y malquerenc­ias y convertido al final en una parte más de una brutal batalla de poder con todas sus planificac­iones estratégic­as. La conclusión es desoladora: la verdad ideológica es la enemiga natural de la neutralida­d. Por tanto, no existe ni nunca existirá.

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