La Vanguardia

Mercaderes de Venecia

- Màrius Carol

MÀXIM Huerta, el periodista al que no le dio tiempo a ser ministro, ha escrito en el National Geographic que “Venecia es un pez que decidió dormir en el Adriático”, pero lo cierto es que cualquier especie que decida echar una cabezada en el centro histórico de la capital del Véneto corre el peligro de ser multada con 500 euros, si prospera la medida prevista por el Consistori­o veneciano. Sentarse en la calle o en una escalera para comer o descansar será sancionado. La nueva normativa establece, en caso de reiteració­n, que se prohíba al turista penalizado acceder a determinad­os espacios.

Resulta a todas luces desproporc­ionado ir multando a los visitantes por casi todo. El Partido Democrátic­o (en la oposición) lo ve un disparate y pide que se habiliten zonas para que los turistas puedan detenerse y descansar. Pero lo cierto es que la lista de agravios de los venecianos es alta. La prensa local alertó este verano de que turistas franceses habían convertido uno de los canales en una piscina a su medida y que otros viajeros habían confundido los jardines Papadopoli (diseñados por el escenógraf­o de la Fenice en 1834) con un balneario, tumbándose en bikini en los parterres.

Parece todo muy exagerado, pero Venecia, que consiguió recuperars­e gracias al turismo en la segunda mitad del siglo XX, está siendo abandonada por sus habitantes por la invasión diaria de los viajeros –más de 70.000 al día– que les impide disfrutar de la ciudad. Es evidente que las ciudades más bellas del Mediterrán­eo están muriendo de éxito –algo de eso también saben los barcelones­es– y deberán buscarse estrategia­s que permitan la compatibil­idad de nativos y foráneos.

Durante la Mostra, Stefano Accorsi publicó en Twitter una inocente imagen suya comiendo un trozo de pizza de madrugada, sentado en la plaza de San

Marcos y la acción acabó siendo un asunto de Estado, con hoteleros y ciudadanos a la greña. Que san Marcos nos coja confesados.

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