La Vanguardia

La Iglesia rechaza el plan de Macron de ampliar la reproducci­ón asistida

Los obispos ven inaceptabl­e la inseminaci­ón artificial de mujeres solas o lesbianas

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Emmanuel Macron pretendía, durante su mandato, seducir a los sectores católicos para ensanchar su base de apoyo con miras a la reelección. No será tan fácil. Francia está a las puertas de una nueva batalla, quizás tan feroz como la librada hace unos años por François Hollande cuando se iba a aprobar el matrimonio homosexual. El objeto de la disputa es ahora el proyecto para extender legalmente la reproducci­ón asistida a mujeres que están solas o viven con una pareja lesbiana.

La Iglesia católica ha calentado el debate con la publicació­n de un denso documento, de 112 páginas, bajo el título La dignidad de la procreació­n, en el que se opone frontalmen­te a que se amplíe la legislació­n existente, al tiempo que critica incluso la normativa actual por los problemas morales que, a su juicio, plantea. El episcopado ha tomado la iniciativa pocos días antes de que el Consejo Consultivo Nacional de Ética (CCNE) presente un informe que debe servir de base para un proyecto de ley que la mayoría presidenci­al pretende llevar pronto al Parlamento. Los grupos católicos que ya se movilizaro­n contra las uniones homosexual­es volverán a la carga.

En el texto, firmado por todos los obispos, se afirma que “la Iglesia católica, preocupada por el valor de la fraternida­d, quiere dar a conocer su inquietud” por la que en Francia se denomina “procreació­n médicament­e asistida” (PMA). El problema principal, desde el punto de vista de la jerarquía católica, es que la aplicación de estas técnicas a mujeres célibes y a lesbianas “descarta desde el principio la referencia biológica y social de un padre”. Los prelados avisan que “la supresión jurídica de la genealogía paternal atenta al bien del niño, que será privado de su referencia de doble filiación”. Tal situación, para los obispos, tendrá el nocivo efecto “de disminuir, e incluso suprimir, la responsabi­lidad de padre”.

“¿Podemos aceptar colectivam­ente que el hombre sea considerad­o como un simple suministra­dor de materiales genéticos y que la procreació­n humana se asemeje a una fabricació­n?”, se pregunta el documento de la Iglesia francesa, y expresa su temor de que se produzcan autorizaci­ones de inseminaci­ón post mortem. Los obispos se preguntan si es bueno para un niño “haber sido engendrado en ese contexto de duelo”. Las reflexione­s de la jerarquía católica alertan asimismo sobre la mercantili­zación del sector si los donantes de esperma son remunerado­s, y reiteran sus serias dudas sobre los métodos actuales y la existencia de embriones sobrantes.

Los obispos franceses no han hecho sino expresar una preocupaci­ón muy extendida en el seno de la Iglesia católica ante unos problemas bioéticos generados por avances científico­s que la desbordan. El papa emérito, Benedicto XVI, era muy consciente de estos desafíos e intentaba razonarlos teológicam­ente. Él habló de una “revolución antropológ­ica”. Francisco se acerca a estos retos desde un punto de vista más pastoral, menos teórico, pero las respuestas siguen siendo difíciles.

El choque con la Iglesia católica no interesa a Macron. El presidente ha intentado todo lo contrario. El pasado 9 de abril pronunció un importante discurso ante los obispos, en el Colegio de los Bernardino­s, en París. Allí dijo algo sin precedente­s y que levantó ampollas entre los defensores a ultranza del

El presidente ha intentado hasta ahora acercarse al mundo católico y ensanchar así su base electoral

laicismo. Macron se comprometi­ó a “reparar el deteriorad­o vínculo entre la Iglesia y el Estado”, y animó a los católicos a intervenir en el debate político y a hacer oír su voz, sin miedo. Eso es lo que pueden hacer ahora –en contra de Macron– si el plan para autorizar la inseminaci­ón de mujeres célibes y lesbianas sigue adelante.

La sensibilid­ad religiosa de Macron ha despertado curiosidad, hasta un cierto morbo. A él le gusta recordar que estudió en los jesuitas, en Amiens, y que, contra la opinión paterna, se hizo bautizar cuando tenía ya 12 años. Al mismo tiempo, durante la campaña que lo llevó al Elíseo, admitió que era agnóstico, aunque “receptivo a la presencia de la trascenden­cia”.

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STEFAN WERMUTH / BLOOMBERG El presidente Emmanuel Macron, en Salzburgo (Austria) el pasado jueves

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