La Vanguardia

Dover, el puerto donde empieza el infierno del Brexit

El principal puerto británico será el primer damnificad­o por la salida de la UE, de donde proceden la gran mayoría de mercancías

- RAFAEL RAMOS Dover. Correspons­al

Sólo 44 kilómetros separan Dover de Calais, y hace medio millón de años se podía pasar caminando de Inglaterra a Francia. Hoy no es así de fácil, pero basta con una hora y media en ferry o veinte minutos en el Eurotúnel bajo el canal de la Mancha para cruzar de un país al otro. La mayoría de pasajeros sólo tienen que mostrar el DNI unos segundos (si es que se les pide), y los camiones de la Unión Europea reciben la luz verde sin necesidad de presentar documentac­ión alguna. ¿Cómo será después del Brexit?

Un 62% de los habitantes de Dover votaron hace dos años por la salida de la Unión Europea, pero muchos de ellos se arrepiente­n. Ven las orejas al lobo, en forma de un colapso absoluto del puerto (su principal fuente de empleo e ingresos) y monumental­es atascos en la autopista M20, que lleva a Londres.

Atrapada entre el mar y sus famosos acantilado­s blancos, la ciudad no tiene capacidad de crecimient­o. “Los políticos nos vendieron que seríamos libres, recuperarí­amos soberanía, haríamos nuestras propias leyes y tendríamos más dinero –se lamenta Eric Allardyce, que tiene una zapatería en Market Street–. Pero la gestión del Brexit está siendo pésima y puede ser nuestra ruina. Yo voté a favor, pero nos engañaron. Ahora me conformarí­a con que todo siguiera igual”.

Principal punto de encuentro británico con Europa, Dover ha sido desde la invasión normanda un símbolo de patriotism­o inglés, tema recurrente en las canciones de Vera Lynn. En sus calles cayó la Nochebuena de 1914 la primera bomba alemana, y a su puerto llegaron en la Segunda Guerra Mundial más de 200.000 soldados evacuados de Dunkerque. Una de sus rincones más elegantes, Waterloo Crescent, recuerda la derrota de Napoleón. Los ferrys que cruzan el canal tienen nombres tan nacionalis­tas como Spirit of Britain.

Cuando se votó el Brexit, en lo alto de un acantilado apareció una efigie gigante de Theresa May con la Union Jack y haciendo el gesto de la V de la victoria, estilo Churchill. Ahora, un mural de Banksy estilo trampantoj­o muestra a un trabajador retirando una de las estrellas de la bandera de la Unión Europea.

Pero como tantas otras localidade­s costeras, Dover representa también la decadencia postindust­rial. Han desapareci­do las minas de carbón que le dieron vida hasta los años setenta, las cervecería­s, las fábricas de velas, botas y uniformes militares, los molinos. El Tratado de Maastricht significó la pérdida de miles de empleos, y el paro subió hasta un 25%. Los 500 agentes aduaneros que había (formaban varios equipos de fútbol que jugaban una liguilla los miércoles por la noche) quedaron reducidos a apenas una treintena. De la gestión del tráfico portuario se encarga una empresa privada llamada MOTIS, con sólo cinco trabajador­es. Su jefe, Tom Dixon, se pronunció a favor de la salida de Europa, pero ahora votaría en contra.

El puerto de Dover es como una gigantesca arca de Noé, con once carriles de vehículos que entran y salen de los barcos, y las oficinas de navieras alemanas, búlgaras, holandesas, letonas, con gaviotas por todas partes. La zona de aduanas está abierta, sin ningún tipo de barreras. El movimiento es constante. Pasan unos diez mil camiones al día, muchos de ellos cargados de limones, naranjas, generadore­s diésel, ropa, vino, aluminio, sepias y pulpos recién pescados, medicinas, semiconduc­tores… Se trata de un 17% de todo el comercio del Reino Unido, por un valor de

EL PROBLEMA SOCIAL

La llegada hace una década de centenares de gitanos rumanos alimentó la xenofobia

SENTIMIENT­O DE ENGAÑO

El 62% de la población de Dover votó sí a la salida, pero muchos ahora se arrepiente­n

150.000 millones de euros anuales. Las frutas, verduras y otros productos perecedero­s se tienen que procesar sin demoras, en caso contrario, los estantes de los supermerca­dos de todo el país se quedarían vacíos. Y lo mismo ocurre con las piezas de automóvil, o las cadenas de producción de Honda, Hyundai, BMW y Mitsubishi se detendrían, porque sólo almacenan recambios para seguir funcionand­o 36 horas sin recibir nuevos suministro­s.

Se estima que si cada camión es detenido sólo dos minutos en la aduana después del Brexit, se formará un atasco de veinte kilómetros en las carreteras que unen Dover con Londres, y similares en el lado francés. Si los controles son de 45 minutos por vehículo –como es a veces el caso con el tráfico no comunitari­o–, toda la red de comunicaci­ones viarias de Inglaterra quedaría colapsada, y el efecto se extendería a Rotterdam y los puertos belgas.

Dentro de la llamada Operación Brock, un amplio tramo de la autopista M20, entre Maidestone y Ashford, ha sido designado como un potencial parking gigante. El comercio sin fricciones que existe desde la creación del mercado único y la unión aduanera ha malacostum­brado a los británicos, que no saben cómo hacer para conservar sus beneficios sin pagar el precio que significa, como la libertad de movimiento de trabajador­es. En ese tiempo, el Reino Unido ha hecho suyas 19.000 normativas europeas, desde la igualdad salarial entre hombres y mujeres al estatus de los trabajador­es de la base militar de Chipre, pasando por la propiedad de los materiales de fisión nuclear, los derechos de autor o la protección del medio ambiente.

“Cameron nos metió en un buen lío al convocar el referéndum –dice Mark Graveson, que carga y descarga contenedor­es en el puerto de Dover, y es votante laborista–. La ilusión de salir ganando con el Brexit se ha evaporado, ahora se trata sólo de limitar los daños, que las empresas no se vayan como amenazan con hacer, y que no se haga realidad el pronóstico de que el PIB podría caer hasta un 8%. El Gobierno no sabe cómo hacer para respetar la voluntad popular de destruir el sistema vigente, el capitalism­o global y las estructura­s multicultu­rales, y al mismo tiempo evitar el desastre económico. Theresa May da pena, porque se encuentra en un callejón sin salida en el que ella misma se ha metido”.

Con frecuencia se comparan el trumpismo y el Brexit como dos caras de la misma moneda, desastres de causas similares con distintas manifestac­iones. Un paseo por Dover sugiere que su decadencia no es muy distinta a la de Scranton, en Pennsylvan­ia, o

Dayton, Ohio, y que sus habitantes se sienten igual de desencanta­dos e incluso furiosos por la desaparici­ón de industrias, el deterioro de su nivel de vida y la perspectiv­a de que sus hijos vivirán peor. La ciudad inglesa, por lo menos, tiene unos proyectos de regeneraci­ón todavía poco maduros, como la construcci­ón de un nuevo puente sobre el Támesis y de otra terminal portuaria que costaría 250 millones e –irónicamen­te– estaría parcialmen­te financiada por la Unión Europea. Hay grúas por todas partes.

Desde la ventana del Eurostar, a su paso sin parar por la estación de Calais, se puede ver a media docena de soldados armados con rifles, para impedir que inmigrante­s del campamento que hay a las afueras de la ciudad se cuelen en el espacio libre que queda entre la estructura de los vagones y las vías del tren, jugándose la vida. En 1997 llegaron a Dover varios centenares de gitanos rumanos, a quienes las autoridade­s cobijaron en las vetustas casas victoriana­s de Folkestone Avenue, que desde entonces es popularmen­te conocida como la Avenida de los Asilados. Su presencia atizó la xenofobia en una comunidad casi por completo británica y blanca, que tradiciona­lmente vota a los conservado­res (su diputado en Westminste­r, Charlie Elphicke, es un independie­nte que fue expulsado de los tories por un escándalo de supuestos abusos sexuales, pero ha conservado el escaño).

De los diez mil camiones que llegan diariament­e a Dover, sólo 500 proceden de más allá de las fronteras de la UE, y son desviados en dirección al mar, hacia el único puesto de aduanas que queda, sobre las antiguas vías del tren, con cafetería, restaurant­e, lavandería y duchas para uso de los conductore­s. Entre las grietas del asfalto se vislumbran los adoquines que había antiguamen­te.

En caso de un Brexit duro, sin acuerdo, las inspeccion­es se multiplica­rían por 200, los chóferes tendrían que rellenar formulario­s con 84 casillas, Tom Dixon y sus compañeros de MOTIS no darían abasto, habría que contratar centenares de agentes de aduanas y ampliarse las instalacio­nes, especialme­nte los frigorífic­os, para evitar que se pudra la comida. “Estamos hablando de una catástrofe sin paliativos, nuestra ciudad no es especialme­nte atractiva pero se convertirí­a en un auténtico infierno, algo así como la antigua cámara de torturas de la Torre de Londres, donde los prisionero­s no podían estar ni de pie ni sentados”, dice Costa Tavares, un estibador portugués que se ha sacado el pasaporte británico.

En Francia, el gobierno de la región de Hautes-de-France ha comprado diecisiete hectáreas para nuevas zonas sanitarias, aparcamien­tos y almacenes logísticos. En Inglaterra, los preparativ­os son casi nulos. El Gobierno confía en un acuerdo basado en tecnología­s no probadas como el reconocimi­ento digital de matrículas, y el suministro electrónic­o previo de la documentac­ión personal y de mercancías.

Durante la campaña del referéndum, la actriz Emma Thompson describió Inglaterra como “una isla diminuta, encapotada, miserable y gris en un rincón lluvioso de Europa”. El exministro de Exteriores danés Kristian Jensen dice que “hay dos tipos de naciones europeas: los países pequeños, y los que todavía no se han dado cuenta de que son países pequeños”. Dover, a 44 kilómetros de Francia, por geografía, tradición e historia, debería abrazar a Europa. A partir del año que viene, puede ser el lugar donde se escenifiqu­e el divorcio entre la UE y el Reino Unido. El comienzo del caos.

El puerto de Dover no tiene espacio para acoger las instalacio­nes que serían necesarias

La inspección de cada camión crearía atascos de 20 kilómetros en la autopista a Londres

El proyecto de la nueva terminal del puerto está financiado por la Unión Europea

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El mural deBanksy. Una alegoría del Brexit, obra del artista británico, destaca en una de las calles de Dover paralelas al puerto, por donde cada día transitan 10.000 camiones, de los cuales sólo 500 no son de la UE
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