La fórmula magistral para Barcelona
EL acto de elegancia política más emotivo de los últimos años lo ha protagonizado Alfred Bosch, que el viernes renunció a su condición de alcaldable por ERC. El partido prefirió apostar por la figura de Ernest Maragall para encabezar la candidatura de Barcelona y Bosch, portavoz republicano en el Consistorio, dio un paso atrás desde el respeto hacia su partido y la admiración a su sustituto, al que calificó como “mejor candidato”. Bosch, que es un viajero empedernido, se quedó este agosto en casa, para patearse los barrios y estar al lado de los vecinos. El verano no ha sido fácil, ni en la Barceloneta ni el Raval, y allí se le ha visto ganándose el sueldo y la candidatura. Pero, ciertamente, todas las fuerzas políticas han puesto su mirada en la capital catalana y están cambiando sus apuestas porque existe la sensación que hay mucho más en juego que la alcaldía. Lo que puede ser un error, porque los barceloneses –que, según Josep Pla, “existen, aunque no es fácil encontrarlos”–, desean políticos que les resuelvan los problemas de la ciudad, no de su país, que para esto hay otras convocatorias.
Todas las fuerzas políticas que se presentan a las municipales de mayo quieren guarecerse bajo el paraguas del maragallismo, porque es una fórmula magistral infalible. No sólo por el cambio de ERC, sino también porque Manuel Valls se ha rodeado de un equipo de personas que habían trabajado con el alcalde de los Juegos, igual que el PSC y los Comunes se sienten herederos de su legado. Los socialistas, por su militancia; los colauistas, por su discurso. Antes del verano, Gerardo Pisarello decía que se consideraba “deudor del maragallismo plebeyo”. Y si el PDECat se decidiera por Ferran Mascarell, el repóquer maragallista estaría completo.
No existe el maragallismo sin Pasqual Maragall. Su liderazgo era tan potente como su programa. Él pensaba que “una Barcelona donde sólo hubiera catalanes no sería una ciudad, sino un pueblo”. Y era el mejor eslogan.