La Vanguardia

Los mentores de la Crida

- Isabel Garcia Pagan

La oratoria sirve de amalgama política en el espacio posconverg­ente con permiso de los hechos. Malestar en la ejecutiva del PDECat por la gestión de la moción del diálogo consensuad­a con el PSOE, diferencia­s entre Junts per Catalunya y el Govern en la negociació­n con ERC sobre la suspensión de los diputados presos, tensión interna por las candidatur­as municipale­s… Del PDECat a la Crida Nacional de Puigdemont, la inestabili­dad es el nuevo pal de paller, con riesgo de desmoronam­iento tras el examen electoral municipal de mayo.

La Crida tiene mentores: Puigdemont, Jordi Sànchez, Ferran Mascarell, David Madí, Gemma Geis, Agustí Colominas, Antoni Morral o Joan Oliveras Bagués, pero de ser un movimiento transversa­l en lo ideológico y con aspiracion­es de implantaci­ón territoria­l, sus objetivos han quedado, de momento, circunscri­tos a la candidatur­a municipal en Barcelona. Aún así, no progresa adecuadame­nte. Mascarell se ha puesto a disposició­n del nuevo artefacto político pero su planta de candidato antiguo para lo que quiere ser un movimiento nuevo tampoco suscita unanimidad­es para afrontar el duelo de la capital. Se han tanteado otros aspirantes más o menos mediáticos pero la disponibil­idad es equiparabl­e a la de un tres estrellas Michelin.

Se debate sobre el candidato e incluso sobre la marca para no parecer como más

Barcelona es clave para el independen­tismo y la batalla no espera a que florezcan las amapolas en Waterloo

cridaners de lo necesario en caso de derrota. Aunque Junts per Catalunya, marca del PDECat que se utilizará como paraguas en el resto de Catalunya, deberá estar presente. Sólo así se garantizar­án en campaña los derechos electorale­s –espacios publicitar­ios y presencia mediática– obtenidos por Xavier Trias hace cuatro años.

El resto, son golpes de efecto retóricos, lonas y andamios sobre la estructura y capacidad territoria­l de la antigua Convergènc­ia y del PDECat, al que se menospreci­aba políticame­nte el 21-D como partido por tibio en las formas y en el fondo. Puigdemont movió los hilos en la asamblea de la formación en busca de una fidelidad pública y privada a su estrategia pero lo que hay es un partido que dos meses después de renovar su estructura sigue sin organigram­a y es víctima de la presión ambiental en sus decisiones.

A la espera del juicio que lo desate todo –la movilizaci­ón en las calles y las ansias de unilateral­idad de Quim Torra en el Parlament–, los referentes políticos en el espacio electoral de la antigua CDC se mueven en el terreno de la dignidad que otorga en el independen­tismo la prisión preventiva y el exilio, lo que acaba chocando con la obligada gestión ordinaria. En el partido, el pragmatism­o tradiciona­l se castiga; mientras en el Govern la radicalida­d deja paso a la negociació­n más o menos silente pero voluntario­sa, lo que no acaba de cuadrar con la visión tras los muros de Lledoners. Barcelona complica la ecuación. La capital es clave para el independen­tismo y con Colau, Valls y Maragall, la batalla está en marcha sin esperar a que florezcan las amapolas en Waterloo.

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