Los mentores de la Crida
La oratoria sirve de amalgama política en el espacio posconvergente con permiso de los hechos. Malestar en la ejecutiva del PDECat por la gestión de la moción del diálogo consensuada con el PSOE, diferencias entre Junts per Catalunya y el Govern en la negociación con ERC sobre la suspensión de los diputados presos, tensión interna por las candidaturas municipales… Del PDECat a la Crida Nacional de Puigdemont, la inestabilidad es el nuevo pal de paller, con riesgo de desmoronamiento tras el examen electoral municipal de mayo.
La Crida tiene mentores: Puigdemont, Jordi Sànchez, Ferran Mascarell, David Madí, Gemma Geis, Agustí Colominas, Antoni Morral o Joan Oliveras Bagués, pero de ser un movimiento transversal en lo ideológico y con aspiraciones de implantación territorial, sus objetivos han quedado, de momento, circunscritos a la candidatura municipal en Barcelona. Aún así, no progresa adecuadamente. Mascarell se ha puesto a disposición del nuevo artefacto político pero su planta de candidato antiguo para lo que quiere ser un movimiento nuevo tampoco suscita unanimidades para afrontar el duelo de la capital. Se han tanteado otros aspirantes más o menos mediáticos pero la disponibilidad es equiparable a la de un tres estrellas Michelin.
Se debate sobre el candidato e incluso sobre la marca para no parecer como más
Barcelona es clave para el independentismo y la batalla no espera a que florezcan las amapolas en Waterloo
cridaners de lo necesario en caso de derrota. Aunque Junts per Catalunya, marca del PDECat que se utilizará como paraguas en el resto de Catalunya, deberá estar presente. Sólo así se garantizarán en campaña los derechos electorales –espacios publicitarios y presencia mediática– obtenidos por Xavier Trias hace cuatro años.
El resto, son golpes de efecto retóricos, lonas y andamios sobre la estructura y capacidad territorial de la antigua Convergència y del PDECat, al que se menospreciaba políticamente el 21-D como partido por tibio en las formas y en el fondo. Puigdemont movió los hilos en la asamblea de la formación en busca de una fidelidad pública y privada a su estrategia pero lo que hay es un partido que dos meses después de renovar su estructura sigue sin organigrama y es víctima de la presión ambiental en sus decisiones.
A la espera del juicio que lo desate todo –la movilización en las calles y las ansias de unilateralidad de Quim Torra en el Parlament–, los referentes políticos en el espacio electoral de la antigua CDC se mueven en el terreno de la dignidad que otorga en el independentismo la prisión preventiva y el exilio, lo que acaba chocando con la obligada gestión ordinaria. En el partido, el pragmatismo tradicional se castiga; mientras en el Govern la radicalidad deja paso a la negociación más o menos silente pero voluntariosa, lo que no acaba de cuadrar con la visión tras los muros de Lledoners. Barcelona complica la ecuación. La capital es clave para el independentismo y con Colau, Valls y Maragall, la batalla está en marcha sin esperar a que florezcan las amapolas en Waterloo.