La Vanguardia

Valls o De Gaulle, me da igual

- Joaquín Luna

No pude asistir el jueves a la presentaci­ón de Recuerdos –cariño y gratitud a Pasqual Maragall, nostalgia por una Barcelona no tan lejana y con ilusiones–, pero la noche me llevó a la plaza Sant Jaume: un campamento cutre de tiendas y apenas una veintena de independen­tistas a los que nunca se les debió permitir aquella exhibición de que la calle es de los amiguetes del procés. Y al barcelonés que no le parezca bien, que se jorobe.

Los rivales de Manuel Valls le están haciendo la campaña a la alcaldía. Han llevado Barcelona al terreno propicio para un político que no es tonto –y es ambicioso, le conocí en un almuerzo en la Maison de la Catalogne en París en abril de 1997 cuando sin ser nadie ya apuntaba alto–: suciedad, insegurida­d, buenismo bobalicón y ese ensañamien­to con el que la Catalunya profunda trata a Barcelona desde hace unos años, lo que explica que cuatro gatos acampen en Sant Jaume y ninguna autoridad se atreva a llevarles la contraria. Anda que si llegan a ser de Cs o de la Peña Raúl Tamudo ....

Valls o el general De Gaulle que descansa en Colombey-les-Deux-Églises. Da igual. Barcelona implora recuperar criterios básicos y terminar con este deterioro que lleva a la irrelevanc­ia global y al mal café cotidiano.

Nos jactamos de querer acoger a miles de inmigrante­s y somos incapaces de dar techo a menores indocument­ados o controlar a los manteros. Jugamos a ser república y jodemos Barcelona (celebro que ahora la consellera de Cultura reclame a Madrid una Biblioteca Central, lástima que ya estaba presupuest­ada y en obras en el Born cuando la Generalita­t decidió inventarse una zona cero, un lugar aznariano al que los barcelones­es han dado la espalda). Nos cruzamos de brazos en los barrios humildes y aceptamos como inevitable en los turísticos que a cualquier visitante de pasta le arranquen el reloj de la muñeca...

No son los barrios pijos de Barcelona los únicos que reclaman un perfil de seriedad, dimensión empresaria­l y recuperaci­ón del sentido común –¿cuándo crecerá nuestra izquierda y comprender­á que el orden no es un valor sectario?– como el que Valls proyecta. Son y serán los votantes del Guinardó, la Barcelonet­a o Nou Barris y los no independen­tistas de todo tipo y pelaje los que darán alas a un candidato afortunada­mente ambicioso.

Manuel Valls no me pareció nunca un tipo simpático, pero encarna una profesiona­lidad y rigor del gestor público que contrasta con la cantidad de amateurs que ni lideran nada ni nos llevan a ninguna parte. Están haciendo sopa de pescado con un acuario precioso: ¿qué fue de la Barcelona integrador­a, cosmopolit­a, literaria, editorial y olímpica? ¡Si incluso éramos una ciudad divertida!

Sin ser capital de nada tenemos más burócratas que nunca. Más mierda en las calles, cortijo de algunos. Valls no es un capricho de ricos. Es lo normal.

Los rivales de Valls han llevado Barcelona a su terreno: insegura, boba, cutre, sin ambición y rural

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