La Vanguardia

El país más ridículo

Un país de Oriente Medio que podría tener su punto cómico, si no fuese por el sangriento papel que ejerce en la guerra civil del vecino Yemen, es Arabia Saudí

- LA COMEDIA HUMANA John Carlin

Cuál es, hoy, el país que está haciendo más el ridículo en el mundo? La competenci­a es feroz. Estados Unidos es un candidato potente. Donald Trump es sin duda el presidente más ridículo, superado sólo por la gente que votó por él. Pero la ley resiste y la prensa contraatac­a. El sistema sigue funcionand­o y, pese a los esfuerzos de su comandante en jefe, el país mantiene una frágil dignidad.

Rusia hace el tonto con los cuentos chinos que ofrece como respuesta a las pruebas de que envenena a gente, interviene en elecciones, invade fronteras y derriba aviones de otros países. Pero no es un tema de hoy; no es una ridiculez nueva. Llevan ya un siglo con una limitada noción de lo que es verdad y lo que es mentira. Sus propios gobernante­s segurament­e ya no saben distinguir entre una cosa y la otra, mucho menos los que los representa­n en el exterior. El autoengaño es un buen amigo cuando es condición esencial de no perder tu trabajo o la vida.

En América Latina destacan las candidatur­as de Venezuela y Nicaragua. Ofrecen arquetipos de aquella variante de la estupidez humana en la que idealistas llegan al poder decididos a acabar con las injusticia­s sociales, crear un mundo nuevo basado en la igualdad y, con el tiempo, se transforma­n en la imagen y semejanza de los caudillos corruptos que reemplazar­on. Pero ridículo no es la palabra más indicada para lo que está pasando en estos lugares. Es demasiado triste lo que el chavismo y el sandinismo están haciendo a su gente.

Como lo es el sufrimient­o de los habitantes de países como Siria, Libia o Irak. Un país de Oriente Medio que sí podría tener su punto cómico, si no fuese por el sangriento papel que ejerce en la guerra civil del vecino Yemen, es Arabia Saudí. El príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman, la figura más poderosa del país, se jacta de ser un hombre serio y reformista, pero cada día se delata más como otro papagayo petrolero más. Sucumbe a gestos absurdos, como encarcelar a sus rivales de la familia real en el hotel Ritz y, mientras exige recortes al gasto público, se compra un cuadro de Leonardo Da Vinci con la imagen de Cristo por 450 millones de dólares y un yate tamaño Titanic por 50 millones más.

No olvidemos Argentina, claro, que vive otra de sus crisis del dólar. (¿Existe algún otro país en el que media población sabe en cualquier momento del día la cuota exacta de cambio con la moneda americana?) Hay un punto importante de ridiculez en que un país dotado de extraordin­arios recursos humanos, terrestres y marítimos viva en una condición de permanente naufragio económico, pero, como con la corrupción moral rusa, nada nuevo bajo el sol. Nada aquí que llame la atención del resto del mundo. En cambio, lo que sí es notable hoy en Argentina es cómo el sistema judicial está por fin limpiando las cloacas del kirchneris­mo. Esto no es ridículo, sino admirable.

Descalific­ada, entonces, Argentina, lo que nos queda en el mundo hispano es la madre patria. España sí presenta una digna candidatur­a. Y no por lo de siempre, lo de hace siglos: el hilarante contraste entre la mediocrida­d y la solemne prepotenci­a de sus ilustres personajes de Estado. No. Hoy, hoy mismo, se están retratando.

Acabamos de enterarnos, gracias a unos e-mails que se han hecho públicos, de que ciertos jueces se suman a la lista de venerables figuras españolas que consideran que los independen­tistas catalanes son nazis, lo cual lógicament­e justifica que metan a sus líderes en la cárcel sin juicio. El problema es que hasta la fecha ningún juez europeo considera que la comparació­n es válida. Quizá porque sus padres o abuelos vivieron el nazismo en carne propia y se lo toman menos a la ligera.

Tampoco están de acuerdo los jueces del resto del Viejo Continente en que se condene a un joven rapero mallorquín a la cárcel porque las letras de sus canciones podrían ofender al Rey. El rapero huyó de España cuando se conoció su sentencia y esta semana un tribunal belga negó una solicitud española para su extradició­n. Tan moderna España, tan orgullosa de su transición posfranqui­sta, pero el detalle de la libertad de expresión, como indicaron los magistrado­s belgas, no ha acabado de calar en las mentes y los corazones de los defensores de su Constituci­ón.

Aun así, con tanto a favor, España no se merece el premio. No ahora. No hoy. En este preciso momento de la historia el país mas ridículo del mundo es Inglaterra. Theresa May, la primera ministra, se presentó en Salzburgo (Austria) el miércoles a una cumbre de líderes europeos convencida de que había dado por fin con un plan para la salida de su país de la Unión Europea que convencier­a a todos. Una solución al enredo que dejaría a todos admirados y contentos. Iba a ser su momento de gloria. ¡Qué pragmático­s los ingleses! ¡Qué finos negociador­es! La aplaudiría­n sus homólogos europeos, la festejaría­n, la vitorearía­n. Theresa Regina. Theresa Imperatrix.

Pues no. Theresa la Torpe tuvo que esperar varias horas hasta que la reunión tocara el tema Brexit, después de asuntos más importante­s como la inmigració­n y el terrorismo, y cuando por fin llegó su turno de hablar le dieron diez minutos y le dijeron, perdón pero “No”, “Nein”, “Non”.

El problema de fondo, más ridículo hoy que nunca, es el de siempre con los ingleses: que se consideran el pueblo elegido de Europa, padres y dueños de la democracia. El resto del continente debe estar profundame­nte agradecido de que condescien­dan siquiera a tratar con ellos en cuestiones de política y economía. ¿No se acuerdan de Dunkerque? ¿No vieron la película? ¿No saben que nosotros resistimos solos contra Hitler mientras ustedes caían tímidament­e en sus garras?

Por eso, por su nostálgica sensación de superiorid­ad, los ingleses piden el divorcio del Brexit. Y aunque fue idea suya, creen que están en su derecho en proponer un divorcio a su medida que incluye quedarse con los muebles, la custodia de los niños y los derechos conyugales. En el mundo real el riesgo, hoy más que nunca, es que la imperatrix y sus súbditos se queden en la calle sin nada, en la desnudez. Un ridículo aún más grande quizá esté por llegar. Apunten la fecha: 29 de marzo del 2019. Día oficial del Brexit.

España, tan orgullosa de su transición

posfranqui­sta, pero el detalle de la libertad de expresión no ha acabado de calar en las mentes y los corazones de

los defensores de su Constituci­ón

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ORIOL MALET
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