La Vanguardia

Esto es un simulacro

- Antònia Justícia

Si no fuera por los globos azules que a lo lejos rompen el paisaje desértico, más de uno fabularía con que la productora de Los últimos días, de Álex y David Pastor, están preparando la segunda parte de su Barcelona apocalípti­ca. Un punto de dantesco no le faltaba ayer al primer tramo de la Via Laietana, el que arranca en la plaza Urquinaoa. No hay coches, ni apenas gente. Sólo una pareja de la Guardia Urbana cerrando el paso y un trasiego de grúas (tres en dos minutos) trasladand­o motos hacia el depósito. Si hubiera sido la segunda parte de Los últimos días sin duda habría más escombros y lianas desprendié­ndose de las fachadas del hotel Olha y colindante­s, y menos turistas porteando maletas calle abajo. Porque ayer –¡vaya por Dios!– ni los taxis tenían salvocondu­cto. Era el día sin coches y la Via Laietana su principal escenario.

A diferencia del año pasado, en esta ocasión la cita con la movilidad sostenible ha hecho cortar totalmente al tráfico una calle que en el imaginario de cualquier barcelonés siempre aparece repleta de coches, motos y autobuses. Las actividade­s y talleres previstos, pero, se concentrar­on entre la plaza de Antoni Maura y el paseo de Isabel II. Es el tramo más reivindica­tivo con la demanda de una pacificaci­ón con el tráfico, tema en pleno debate. Aquí se reúnen firmas como Starbucks, Nostrum, G-Star Raw, Ale-hop... que ven cómo la gente atraviesa a diario la calle como paso obligatori­o para ir del Gòtic al Born sin apenas parada. Ni siquiera para comprobar si las similitude­s arquitectó­nicas entre la Via Laietana con el distrito financiero de Chicago o el de algunos edificios de Nueva York son tales.

Ayer, sin embargo, ante el edificio número 17, construido al más puro Chicago style, lo importante estaba en el asfalto.

Un grupo de niños hace cola

“Despacito, Fonsi, que hoy no hay coches”, toca y canta una charanga por una inusual Vía Laietana

para poner a prueba sus conocimien­tos sobre ciclismo y seguridad vial bajo la atenta mirada de varios guardias urbanos. Los adultos también pedalean pero no se mueven de sitio. Desconozco si con ello les quieren lanzar algún mensaje subliminal.

También se pedalea en un taller de inventos donde la rotación pone en marcha un exprimidor y una licuadora. Incluso una máquina de hacer palomitas. ¿Pruebas? Mejor en otra ocasión. Me acabo de zampar una tortilla de queso con tostadas en la cafetería Gloria –donde se está ídem sin el ruido habitual del tráfico– y no quiero echar los higadillos, como parece que está a punto de hacer un pobre padre cuyo pedaleo debe activar un ingenioso tiovivo infantil cargado de vástagos hecho a base de material reciclado. Y al lado, un taller de circo donde una pequeña de apenas cinco o seis años encaramada a una pelota tan grande como ella declama que todo es posible, incluso no caerse.

Al ritmo de un adaptado para la ocasión “despacito, Fonsi, que hoy no hay coches”: una charanga avisa que el día sin coches ha comenzado. Son las diez y media de la mañana y aunque las clases de capoeira, aerobic, yoga y demás ya están en marcha, poca gente se atreve todavía a tomar la calle de forma activa. Se prefiere el paseo, despacito, como dice la canción. Y así desfilar ante pistas de skate, exhibicion­es de patinaje, demostraci­ones de todo tipo de artilugios eléctricos y no contaminan­tes .... Así hasta llegar a la confluenci­a con el paseo Isabel II donde un joven de 19 años, Víctor, interpreta el concierto número 4 de Chopin en un piano de los de Maria Canals. ¿Qué tendrá que ver con la movilidad sostenible?, me pregunto. Ni idea, pero suena de maravilla.

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LLIBERT TEIXIDÓ Imagen insólita que ofrecía ayer a primera hora la Via Laietana, con las actividade­s al fondo
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