Actualicemos el ideal de la Mercè
La fiesta de la Mare de Déu de la Mercè, o, como también se llamaba, del Remei y de Gràcia en nuestras necesidades, redentora de cautivos, que mañana día 24 celebramos con alegría, en Barcelona y en toda Catalunya, nos ayuda a redescubrir los grandes ideales de servicio y de amor al prójimo en estos días de reinicio del nuevo curso pastoral. María nos inspira para que lo mejor de nuestra vida lo pongamos totalmente al servicio de los demás, y que su inspiración nos adentre en todas las dimensiones de la virtud de la caridad. “Ella es maestra de consagración a Dios y al pueblo, en la disponibilidad y el servicio, en la humildad y la sencillez de una vida oculta, totalmente entregada a Dios, en el silencio y en la oración”, escribe el papa Francisco a los Mercedarios.
El “descenso” de la Mare de Déu a Barcelona hace 800 años, para inspirar un ideal de redención a los cristianos del siglo XIII, es fuente de nuestra alegría y de nuestro consuelo. Sant Pere Nolasc, un laico que cambia el comercio por la preocupación por los hermanos duramente encarcelados por los turcos y que podían perder su fe, es quien inicia propiamente la nueva orden religiosa, la de la Mercè, ayudado por el obispo de Barcelona Berenguer de Palou y el capítulo de canónigos, y por el dominico Sant Ramon de Penyafort, con el mismo rey de Catalunya y Aragón Jaume I, que les presta toda su protección. La Mare de Déu les inspiró una vivencia real y concreta de las palabras de Cristo: “Estaba en la cárcel y me visitasteis”, donde revela que sólo el amor hacia los más pequeños será el que llegue hasta el mismo Hijo de Dios: “A Mi me los hicisteis” (Mt 25,36.40)
El ideal de la Mercè consiste en redimir cautivos no con las armas sino con el amor, la oración, las limosnas, la negociación y, si conviene, ofreciéndose uno mismo a cambio de la libertad de los encarcelados. Paz y diálogo, convicciones propias y acercamiento a los enemigos, respeto por la libertad religiosa y búsqueda de la transformación del otro, del que nos oprime o del que ha delinquido. Debemos saber traducirlo con nuevas acciones de compromiso.
En estos días, con todos los que colaboran en la pastoral penitenciaria, recordamos a nuestros hermanos afligidos por la privación de libertad en todo el mundo. La prisión siempre es un castigo muy duro para ellos y sus familias. María es la Madre pobre del Magníficat, que sabe qué es vivir en el desarraigo, no encontrar casa, ser rechazada, vivir refugiada en Egipto, y tener que salir adelante con el alma en vilo. María conoce bien a los que ahora sobreviven en las cárceles, a sus familias –que sufren tanto–, y tiene gran piedad de ellos. María comprende el dolor de las víctimas y las inmensas consecuencias que los delitos han originado. Pero seguro que, rompiendo aislamientos severos y rejas, dejará pasar y sin distinciones la gracia amorosa y curativa de su Hijo, y nos enseñará a tener para con todos entrañas de misericordia.
La Mare de la Mercè acompañe a los funcionarios de prisiones, ilumine a los legisladores de las naciones e inspire a los gobiernos para que legislen y actúen con humanidad y prudencia, apuesten por alternativas menos dolorosas que la prisión, y no abdiquen del ideal de restauración personal y de reinserción social. Que podamos avanzar por el camino de la justicia restaurativa, para que finalmente, por el poder de Dios, el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza. ¡Santa María, Mare de la Mercè, danos amor, coraje, misericordia y esperanza!
Recordemos a los afligidos por la privación de libertad. La prisión es un castigo muy duro para ellos y sus familias