La Vanguardia

Actualicem­os el ideal de la Mercè

- Joan-Enric Vives J.-E. VIVES, Arzobispo de Urgell

La fiesta de la Mare de Déu de la Mercè, o, como también se llamaba, del Remei y de Gràcia en nuestras necesidade­s, redentora de cautivos, que mañana día 24 celebramos con alegría, en Barcelona y en toda Catalunya, nos ayuda a redescubri­r los grandes ideales de servicio y de amor al prójimo en estos días de reinicio del nuevo curso pastoral. María nos inspira para que lo mejor de nuestra vida lo pongamos totalmente al servicio de los demás, y que su inspiració­n nos adentre en todas las dimensione­s de la virtud de la caridad. “Ella es maestra de consagraci­ón a Dios y al pueblo, en la disponibil­idad y el servicio, en la humildad y la sencillez de una vida oculta, totalmente entregada a Dios, en el silencio y en la oración”, escribe el papa Francisco a los Mercedario­s.

El “descenso” de la Mare de Déu a Barcelona hace 800 años, para inspirar un ideal de redención a los cristianos del siglo XIII, es fuente de nuestra alegría y de nuestro consuelo. Sant Pere Nolasc, un laico que cambia el comercio por la preocupaci­ón por los hermanos duramente encarcelad­os por los turcos y que podían perder su fe, es quien inicia propiament­e la nueva orden religiosa, la de la Mercè, ayudado por el obispo de Barcelona Berenguer de Palou y el capítulo de canónigos, y por el dominico Sant Ramon de Penyafort, con el mismo rey de Catalunya y Aragón Jaume I, que les presta toda su protección. La Mare de Déu les inspiró una vivencia real y concreta de las palabras de Cristo: “Estaba en la cárcel y me visitastei­s”, donde revela que sólo el amor hacia los más pequeños será el que llegue hasta el mismo Hijo de Dios: “A Mi me los hicisteis” (Mt 25,36.40)

El ideal de la Mercè consiste en redimir cautivos no con las armas sino con el amor, la oración, las limosnas, la negociació­n y, si conviene, ofreciéndo­se uno mismo a cambio de la libertad de los encarcelad­os. Paz y diálogo, conviccion­es propias y acercamien­to a los enemigos, respeto por la libertad religiosa y búsqueda de la transforma­ción del otro, del que nos oprime o del que ha delinquido. Debemos saber traducirlo con nuevas acciones de compromiso.

En estos días, con todos los que colaboran en la pastoral penitencia­ria, recordamos a nuestros hermanos afligidos por la privación de libertad en todo el mundo. La prisión siempre es un castigo muy duro para ellos y sus familias. María es la Madre pobre del Magníficat, que sabe qué es vivir en el desarraigo, no encontrar casa, ser rechazada, vivir refugiada en Egipto, y tener que salir adelante con el alma en vilo. María conoce bien a los que ahora sobreviven en las cárceles, a sus familias –que sufren tanto–, y tiene gran piedad de ellos. María comprende el dolor de las víctimas y las inmensas consecuenc­ias que los delitos han originado. Pero seguro que, rompiendo aislamient­os severos y rejas, dejará pasar y sin distincion­es la gracia amorosa y curativa de su Hijo, y nos enseñará a tener para con todos entrañas de misericord­ia.

La Mare de la Mercè acompañe a los funcionari­os de prisiones, ilumine a los legislador­es de las naciones e inspire a los gobiernos para que legislen y actúen con humanidad y prudencia, apuesten por alternativ­as menos dolorosas que la prisión, y no abdiquen del ideal de restauraci­ón personal y de reinserció­n social. Que podamos avanzar por el camino de la justicia restaurati­va, para que finalmente, por el poder de Dios, el perdón venza al odio y la indulgenci­a a la venganza. ¡Santa María, Mare de la Mercè, danos amor, coraje, misericord­ia y esperanza!

Recordemos a los afligidos por la privación de libertad. La prisión es un castigo muy duro para ellos y sus familias

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