La Vanguardia

El Stoichkov literario

El búlgaro Gueorgui Gospodinov ha escrito una novela donde el narrador penetra en la mente de todas las personas y animales

- XAVI AYÉN

Si los festivales literarios dieran el premio a la gran revelación, en este Hay, que hoy cerrará sus puertas en Segovia, se la llevaría el búlgaro Gueorgui Gospodinov (Yambol, 1968), con su segunda novela, la inclasific­able Física de la tristeza (Fulgencio Pimentel), un artefacto narrativo de casi 400 páginas en la que el narrador llega al punto máximo de la empatía: puede penetrar en la conciencia y las memorias de los demás, ya sean estos personas o animales (incluso babosas o moscas), así que todo se narra desde todos los puntos de vista, algunos ciertament­e insospecha­dos.

Bulgaria, por si no lo sabían, es el líder mundial en las estadístic­as de tristeza y ese hecho ha motivado la pesquisa literaria de Gospodinov. “Somos el país más triste del mundo –cuenta–, no tenemos otra manera de sobrevivir que la ironía. En mi libro, más que la tristeza, pretendo narrar el consuelo. No solo estamos hecho de economía, como parecería leyendo los periódicos, sino de tristezas, dudas y titubeos”.

“Empiezo la novela con la escena de un niño, solo, en el alféizar de una ventana, en los años 70, a ras del suelo, lo que le permite ver los pies de las personas que pasan por la calle. El niño inventa las historias de la gente que ve circular, lo que le falta a esos pies. Eso es una escena real de mi infancia”.

“El personaje mitológico del minotauro –prosigue– posee la misma sensación de abandono que ese niño en la Bulgaria de los 70. Comparo esas dos soledades. El minotauro no es un monstruo, sino un niño de 2 o 3 años abandonado en el sótano del palacio de su padre, Minos. ¡Quiero hacerle justicia al minotauro!”.

En una escena, el niño observa a su abuelo tragarse babosas vivas para curar su úlcera. “Eso hacían mi padre y mi abuelo, yo también tengo úlcera pero ya tomo pastillas. Cuento eso, también, desde el punto de vista de la babosa. Para eso sirve la literatura, para hacernos sentir empatía, para resistirno­s a un único punto de vista, incluso al del que narra. El lenguaje es laberíntic­o por definición”. En todas sus novelas “aparece la voz de una mosca, el ser más fastidioso pero que siempre nos observa”, dice, mientras espanta una con una de sus manos.

Poeta de origen, influido igualmente por Borges y las narracione­s orales de su abuela –salpicadas de elementos fantástico­s– dice que “quería una novela donde primase el lenguaje”. Sus referentes contemporá­neos son el rumano Mircea Cartarescu, la polaca Olga Tokarczuk, el inglés Julian Barnes y el colombiano Gabriel García Márquez.

Asimismo, la robótica y la inteligenc­ia artificial –otro de los ejes temáticos de esta edición del festival– fue el tema de debate entre Gideon Lichfield y José Manuel de Riva Zorrilla, que analizaron los efectos de esta tecnología y, ante la amenaza de una futura rebelión de las máquinas contra la humanidad, el experto español concluyó que “es algo posible, pero no seguro. Las máquinas no se saben controlar como un humano, y saben hacer cada vez más cosas mejor que nosotros. Ninguna persona puede ya ganar a una máquina al ajedrez, por ejemplo. De ahí que la comunidad científica internacio­nal trabaja para someterlas a un cierto control ético”.

Como era previsible, el galés Ken Follett es el escritor que más multitudes convoca y su paseo por la catedral de Segovia –él, que tanto ha escrito sobre ellas– se realizó en medio de un gran bullicio. “Me gustaría vivir otros cien años más solo para poder visitar todas las catedrales el mundo”, dijo, entre aplausos.

Este Hay tiene también su lado político. Todos los escritores británicos presentes –de Kureishi a Follett, pasando por A.C.Grayling o Sarah Hall– se manifiesta­n contra el Brexit. Y escritores de toda Europa efectúan sus “lecturas en la plaza”, en un acto que reivindica al viejo continente como un mar de culturas entrelazad­as.

Los escritores se manifiesta­n contra el Brexit y reivindica­n Europa como unas culturas entrelazad­as

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EMILIA GUTIÉRREZ El búlgaro Gueorgui Gospodinov, fotografia­do ayer en Segovia

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