La Vanguardia

Espert, Mouawad y el Valle de los Caídos

La actriz y el dramaturgo fascinan con un mano a mano sobre teatro, sangre y memoria en el Centro Dramático Nacional

- Justo Barranco Madrid

Una de las grandes actrices trágicas del viejo continente, Núria Espert, y el hombre que ha renovado el género de la tragedia para el siglo XXI,el libanés-canadiense Wajdi Mouawad –autor de Incendios, que en su versión madrileña protagoniz­ó la Espert–, se encontraro­n ayer en un escenario. Para hablar. De cómo ha de ser el teatro. De la memoria. De las afinidades entre Líbano y España, que comparten guerras civiles cercanas. Y de juventud.

Frente a ellos, dos centenares de personas –entre ellas, Carme Portaceli, Julia Gutiérrez Caba, Alfredo Sanzol o Irene Escolar– que acudieron a las cuatro de la tarde bajo un intenso sol al corazón de Lavapiés: al Teatro Valle-Inclán, sede del Centro Dramático Nacional (CDN) de Madrid. Ni la Espert ni Mouawad decepciona­ron, al contrario. Mouawad, que huyó de niño con su familia de Líbano al Canadá y en cuyas obras el pasado está lleno de sangre bajo las piedras, comienza diciendo que tiene una relación muy peculiar con España. Porque aquí el público puede conectar de otro modo con Incendios, que aborda el horror de la contienda bélica en su país. “Compartimo­s cosas, la guerra civil, el mundo árabe, somos neuróticos con la familia, el Mediterrán­eo... Eso no pasa si la obra se hace en Quebec”, señala.

Y le pregunta a Espert si protagoniz­ar la obra la conectó con la guerra civil española. Sí. “Provocaba en nosotros reacciones no vividas. Nos preguntamo­s cómo ligar ese horror con este libro que tenemos aquí y que aún no hemos cerrado”, dice la actriz. Y explica que ella representa en un teatro vecino, el Español, una pieza –El pan y la sal– sobre “los miles de muertos que siguen enterrados en las cunetas españolas, aquí, entre la modernez y las buenas carreteras. Es un país que vive como si nada, pero tiene heridas profundas”. Mouawad recuerda que hace años adaptó el Quijote, un personaje que, dice, “es el amor, sólo amor”. “Hay una escena en la que Sancho y él se escupen a la cara el uno frente al otro. Cuando lo leí, pensé: eso es el Líbano, un país que se construye así. Cuando he leído sobre la Guerra Civil española, lo que ocurrió después y lo que ocurre ahora con el Gobierno socialista intentando mover la tumba de Franco siento que aún están estas dos figuras escupiéndo­se a la cara”. Espert replica que “la transición fue tranquila y sin sangre, pero el libro se quedó abierto. Pensabas que en 20 años, luego que en 40, se cerraría, pero en este momento aún se está discutiend­o si se saca al tipejo de la tumba”.

Mouawad fascina con su facilidad para la metáfora y la observació­n poética. Como cuando le preguntan por el teatro hoy. “Un día quedé con un amigo frente a NotreDame. Mi amigo llegaba tarde y empezó a llover. Casi no había nadie en la calle cuando apareció una mujer que caminaba con andador. Se dirigió a la catedral, empujó la puerta y entró. La vi y pensé: no hay escaleras. Notre-Dame es de las únicas catedrales donde la puerta está al nivel de la calle. Pese a la complejida­d de la catedral, la simplicida­d de entrar. Eso es el teatro. En La metamorfos­is de Kafka no hay una palabra que no entiendas, pero es compleja. El teatro debe ser fácil de entrar y difícil de penetrar, sin quitar la complejida­d de lo que somos”.

Mouawad dirige en el CDN Nuestra inocencia, protagoniz­ada por casi dos decenas de veinteañe- ros muy críticos con la generación de sus padres. Y una estudiante del público le pregunta a cómo ha captado el espíritu actual de los jóvenes, “que nunca podemos llegar al nivel que se nos pide”. Mouawad, de 49 años, sonríe: “Cómo lo ha captado un viejo, dices”. Y le responde que ha hablado mucho con sus jóvenes actores, pero también que el sentido de la cólera, la injusticia, de ser un héroe, de no conformars­e, no tiene edad. “Puedes tener 17 años y ser un viejo gilipollas. Mi principal angustia es volverme un viejo gilipollas, porque es un proceso que se hace sin dolor. Y que no tiene edad. Es como Tintín, de 7 a 99 años”.

“Puedes tener 17 años y ser un viejo gilipollas. Me angustia volverme un viejo gilipollas”, dice el autor teatral

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LUCA PIERGIOVAN­NI / EFE Wajdi Mouawad y Núria Espert ayer tarde en el Centro Dramático Nacional de Madrid
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