El Papa pide a Pekín que el diálogo continúe tras el histórico acuerdo
Un cardenal crítico acusa a la Santa Sede de querer abandonar a Taiwán
El pacto provisional con China es sólo la primera parada de este viaje. Esta es la conclusión que se puede extraer del mensaje que el papa Francisco envió ayer a los católicos chinos para valorar el histórico acuerdo para el nombramiento de obispos que una delegación vaticana y otra china firmaron el sábado en Pekín.
Desde entonces, Jorge Mario Bergoglio había preferido mantenerse en silencio para no eclipsar su delicado viaje a los países bálticos. Pero si el martes por la noche, en la rueda de prensa en el avión papal, ya defendió su responsabilidad en el acuerdo y dio algunas pistas sobre su contenido, ayer quiso también pedir a las autoridades chinas que sigan apostando por el diálogo con la Santa Sede.
“La Iglesia en China no es ajena a la historia china ni pide ningún privilegio: su finalidad en el diálogo con las autoridades civiles es la de llegar a una relación basada en el respeto recíproco y en el conocimiento profundo”, explicó el Papa en una carta transmitida por la oficina de prensa vaticana.
Francisco parece querer decir que aunque el acuerdo firmado es en principio sólo pastoral y no político –así lo subrayó la Santa Sede– su objetivo podría ser ir más allá. Las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y Pekín están rotas desde 1951, dos años después de la llegada del régimen comunista. El origen del desencuentro fue la excomunión de dos obispos designados por Pekín por parte de Pío XII. El nombramiento de obispos siempre ha sido el principal escollo que les ha separado. El hecho de que Francisco reconociera el sábado a siete obispos vivos y uno fallecido de la considerada Iglesia oficial (designados por la Asociación Patriótica Católica, supervisada por el Estado) pone fin a este enfrentamiento. Por primera vez en setenta años, la Iglesia china reconoce la autoridad del Vaticano.
Ningún movimiento está exento de críticas. El acuerdo ha provocado la ira de algunos obispos de la iglesia china clandestina (designados por la Santa Sede) que llevan tiempo batallando. Le acusan de capitular por completo ante las exigencias de Pekín. El cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Taiwán, lidera este batallón. Antes de que se hiciera público el acuerdo ya habló de traición. Ayer acusó al Papa de querer “abandonar” a Taiwán. Cuando se rompieron las relaciones bilaterales, el nuncio apostólico vaticano (embajador) se instaló en Taipei. Si al fin se termina normalizando
El Pontífice llama a la unidad de las dos Iglesias chinas: “Invito a que se hagan artífices de reconciliación”
la diplomacia con Pekín, la Santa Sede debería dejar de reconocer a Taiwán. “Tengo miedo de que los taiwaneses no lo entiendan porque esto se parece a una traición de un amigo”, dijo Zen a la prensa de Hong Kong.
En su carta (de cinco páginas) a China, Francisco dice que entiende la “confusión” que ha provocado el acuerdo, pero mantiene que no tiene otro objetivo que “promover el anuncio del Evangelio, así como alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica china”. La situación que más preocupa es el destino incierto de los obispos de la Iglesia clandestina. El Papa afirma que ha estudiado cada situación con atención, pero no queda claro cuál será el procedimiento para el nombramiento de los nuevos obispos a partir de ahora. Se entiende que la Iglesia china podrá nombrar algunos candidatos, pero Francisco tendrá poder de veto. Bergoglio ha subrayado que pese a que habrá un diálogo, siempre será él quien tendrá la última palabra.
En su afán por trabajar por las periferias de la Iglesia, Francisco nunca ha ocultado su predilección por que los doce millones de católicos chinos, los que acuden a las iglesias estatales y aquellos que van a clandestinas, superen sus diferencias. “Invito por lo tanto a todos los católicos chinos a que se hagan artífices de reconciliación”, manifestó ayer. El tablero ha cambiado.