La Vanguardia

El precio de la ministra

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Miren que tuvimos crisis políticas en la España democrátic­a. Alguna, acompañada de ruido de sables. Bastantes, agravadas por la fuga de capitales. Demasiadas, provocadas por la corrupción. Pero ninguna tan singular como la que se ceba en la ministra de Justicia, Dolores Delgado. Tiene todos los ingredient­es para una película de cine negro: una fiscal y un chantajist­a; policías en alegre sobremesa con un juez; ruido y olor de cloacas; un policía turbio que lo graba todo, sabe Dios para qué; unos medios informativ­os alborozado­s por las maledicenc­ias de la voz femenina que larga cuanto los comensales quieren oír; banda sonora con gritos de “dimisión, dimisión”, y, si faltaba algo, el apunte de sexo: “Un grupo de tíos del Supremo y de la Fiscalía General” andan de copas (o lo que sea) con menores. “¡Menores de edad!”, exclama y explica la fiscal para asombro de quienes conocen esa grabación.

Durante estos días, España se despertó cada mañana esperando el documento sonoro del día, de la factoría Villarejo, como si fuese un capítulo nuevo de un serial. Y la España más politizada compró los periódicos para calcular cuántos amaneceres le quedan a la ministra y al gobierno al que pertenece. “Se cae a pedazos”, sentencia Pablo Casado. “Ya no se sostiene”, vaticina Albert Rivera. “Es insostenib­le”, certifican algunos medios. Pero Pedro Sánchez asegura que una mayoría sólida le respalda y no piensa adelantar elecciones. Y la ministra, que no permite que mancillen su honor, asegura que no piensa dimitir.

La cuestión, pues, ya no es sólo si cae Delgado, sino si esta crisis arrastra al Gobierno, que suma este penoso episodio de las cintas de Villarejo a las anteriores dimisiones, las rectificac­iones, las tesis y los plagios. Y aceptada la posibilida­d de la caída, ¿quién tumba a este gabinete? La presión de Ciudadanos y el Partido Popular, no: cuanto más utilicen a Delgado para derribar a Sánchez (objetivo final) más sentirá Sánchez la necesidad de no entregar ese trofeo. La opinión pública, tampoco: cuanto más se la movilice para crear un ambiente hostil, más se aferrará el presidente a su sillón porque, si las encuestas empezasen a ir mal, más tiempo necesitará para recuperar votos fugados. No se convocan elecciones para perderlas.

Que no se hagan ilusiones Casado y Rivera: la “mayoría firme” de la que Sánchez alardeó en Nueva York existe y puede más que ellos. Sigue formada por esos socios que Manuel Valls demoniza en Barcelona por “populistas y nacionalis­tas”. Y esos socios conocen cuál es su fuerza. Los catalanes pueden apretar, porque se saben necesarios. Podemos está en condicione­s de imponer su imagen buscada de cogobernan­te. Así, entre presupuest­os y ministra de Justicia, se está confeccion­ando el precio de la ocupación del poder: un precio cada vez más alto. Pero de él depende casi todo. Desde luego, la cabeza de Delgado y todo lo que venga detrás.

La cuestión ya no es sólo si cae Delgado, sino si esta crisis arrastra al Gobierno

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Fernando Ónega

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