La Vanguardia

Maragall o Valls

- Carles Mundó

La credibilid­ad es lo que tiene más valor en política. De hecho, la falta de credibilid­ad es el camino más corto para llegar al oportunism­o. En cambio, un político con credibilid­ad es el único que puede transforma­r el carisma en liderazgo.

En la carrera por la alcaldía de Barcelona, la credibilid­ad será un factor clave. A ocho meses exactos de las elecciones municipale­s ya se han destapado las cartas principale­s de lo que será la batalla electoral por Barcelona. La polarizaci­ón que se preveía entre Ada Colau y Manuel Valls ha hecho un importante giro de guión con el anuncio del conseller Ernest Maragall de optar a la alcaldía, una vez Alfred Bosch ha decidido ceder el testigo en un acto de generosida­d nada habitual en política que le honra y le hace mejor.

Maragall ha decidido poner su larga experienci­a política y de gestión de la ciudad de Barcelona al servicio de una candidatur­a que aspira a ganar las elecciones. Todos los que han visto a Ernest Maragall en acción le reconocen su carácter de persona incombusti­ble y de trabajador infatigabl­e. Durante los mandatos de Pasqual Maragall como alcalde de Barcelona, entre 1982 y 1997, y de presidente de la Generalita­t, entre el 2003 y el 2006, Ernest Maragall fue siempre la mano derecha de su hermano. De hecho, cuando Pasqual Maragall anunció su retirada de la política dijo, agradecido, que “el auténtico Pasqual Maragall se llama Ernest”.

El conocimien­to profundo de la ciudad, de los barrios, de la transforma­ción urbanístic­a, de la gestión presupuest­aria, o el bagaje de cuatro años como conseller de Educació dan a Maragall la credibilid­ad y la transversa­lidad que lo pueden llevar a ser alcalde de Barcelona. Tras una dilatada trayectori­a política decide iniciar su última etapa poniéndose al frente de la candidatur­a de Esquerra Republican­a de Catalunya para construir un proyecto amplio, que se parezca al máximo a lo que hoy es Barcelona. Sumar gente diversa y de tradicione­s políticas diferentes, que tiene en común la pasión por Barcelona, es posible hacerlo con Maragall.

En esta carrera también hay candidatos como Manuel Valls, que aterriza en la política catalana después de irse de la política francesa por la puerta trasera. Para una parte muy importante de la opinión pública francesa, Valls es un político oportunist­a que se mueve principalm­ente por la ambición y el interés. Dejó de ser primer ministro para aspirar a ser presidente de Francia y al perder las primarias socialista­s abandonó su partido y se ofreció al actual presidente Emmanuel Macron, que no contó con él. Como diputado raso de la Asamblea Nacional francesa, en el último año ha hecho campana en la mayoría de sesiones y hace un año que no pone los pies en el Ayuntamien­to de Évry, donde fue alcalde y ahora es concejal. Estas credencial­es, este modo utilitaris­ta de entender y ejercer la política, son un buen termómetro para medir el grado de credibilid­ad del candidato Valls.

Manuel Valls es como aquellos futbolista­s que no sienten los colores de la camiseta. Una temporada juegan en un equipo y en la siguiente en otro. Y cuando ya no hay equipos que los quieran, cambian de liga. Pasar del socialismo a posiciones conservado­ras o dejar la liga francesa para venir a jugar en Barcelona con la camiseta de Ciudadanos y con Albert Rivera es una evolución política desconcert­ante.

La proyección de Manuel Valls como actor político en Catalunya y en España se ha basado en los ataques al independen­tismo, pero es evidente que este discurso lo presenta como un extremista en la carrera por la alcaldía. De hecho, en el anuncio de su candidatur­a, en la que ha escondido el logotipo de Cs, se ha querido mostrar como un político moderado y apeló a conceptos universale­s como la necesidad de recuperar el liderazgo de la ciudad. Su práctica política, sin embargo, demuestra que el terreno donde se siente cómodo es en el discurso de la mano dura y no en el de las políticas sociales.

En Barcelona hay muchas Barcelonas. Y como decía el radiofonis­ta Luis Arribas Castro, la ciudad es un millón de cosas. Los 73 barrios de Barcelona esconden realidades muy complejas que hay que gestionar con un proyecto de ciudad detrás, con la complicida­d de los vecinos, de las entidades, de los comerciant­es, de los movimiento­s sociales, de las universida­des, de los autónomos, de las escuelas y de la gente mayor. Y al mismo tiempo, se debe proyectar Barcelona para mantener el protagonis­mo en el club de las grandes ciudades.

Barcelona es una gran capital europea y mundial, y también es la capital de Catalunya. Lo que pase en la ciudad de Barcelona nos preocupa a todos los catalanes, que nos sentimos profundame­nte orgullosos de esta ciudad, aunque haya cosas que no nos gusten y que hay que cambiar. Los barcelones­es deberán distinguir entre quien quiere servir a Barcelona y quien quiere servirse de Barcelona. Los barcelones­es tendrán que elegir entre la Barcelona de Maragall o la Francia de Valls.

Los barcelones­es deberán distinguir entre quien quiere servir a Barcelona y quien quiere servirse de Barcelona

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PEDRO MADUEÑO

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