La Vanguardia

Pistolas y lo que sea

- Francesc-Marc Álvaro Roger Stone, asesor político de Donald Trump en sus inicios

Fue escuchar a Pablo Casado relacionan­do las pistolas y el proceso independen­tista catalán (”una forma de hablar”) y pensar inmediatam­ente en Roger Stone, sobre el cual hace pocos días he visto un magnífico documental en Netflix, estrenado el año pasado y dirigido y escrito por Dylan Bank, Daniel DiMauro y Morgan Pehme. Stone es un consultor político, estratega electoral y lobista de la derecha estadounid­ense, famoso por sus métodos sucios y su enorme talento para intoxicar. Fue el primer spin doctor en fijarse en Donald Trump, hace muchos años, y dirigió la etapa inicial de su aterrizaje político, cuando se propuso el asalto a las primarias del Partido Republican­o; luego, antes de la nominación, Stone fue sustituido –dimitió o le echaron, eso nunca quedó claro– pero sigue siendo, al parecer, uno de los personajes que más influyen en el actual presidente.

Extravagan­te, provocador y encantado de ejercer el papel de malo oficial, Stone no pretende ser un ideólogo como Steve Bannon, otro de los forjadores del discurso que encumbró al empresario hasta la Casa Blanca, ahora en Europa para ayudar a lo peor de cada casa. Stone me recuerda algunos tipos que se mueven en las bambalinas de la política de Barcelona y Madrid, esos que se jactan de ser “hacedores de reyes”. Se autodefine como “un agente provocador”. Le gusta dejar claro que está a la derecha de la derecha (ahora declara ser cercano al Partido Libertario) pero, a la vez, exhibe orgullo de profesiona­l acreditado en la consultorí­a política, no es un mero activista ni un aficionado, aunque sus tuits y sus intervenci­ones en medios son, a veces, dignas de un fanático.

Detrás de la máscara, está el cínico que sabe muy bien lo que hace. Él fue, junto a otros consultore­s vinculados posteriorm­ente a Trump, como Paul Manafort, gran impulsor del lobismo más agresivo –considerad­o corrupto por muchos– en Washington DC. Ducho en el tráfico de influencia­s y asumiendo el papel de conseguido­r, Stone dedicó años a conocer bien los laberintos del proceso político en la capital del imperio, algo que puso luego al servicio de la narrativa populista de Trump. “El sistema político es una fosa séptica”, afirma sin manías. Lo proclama alguien que ha trabajado para Richard Nixon (su héroe), Ronald Reagan, Bob Dole y para varios dictadores.

Las palabras indecentes de Casado tratando de presentar como violentos a los independen­tistas catalanes, el reventar perfectame­nte temporaliz­ado de las cloacas del excomisari­o Villarejo, y la difusión diaria de noticias falsas en medios supuestame­nte serios para poner fin a la carrera y reputación de varios políticos son fenómenos que harían las delicias de Stone, cuya regla principal de trabajo es la siguiente: “Para ganar debes hacer lo que sea preciso”. Cuentan algunas crónicas que Casado no contará con los servicios de Pedro Arriola, el veterano gurú de Aznar y Rajoy. Busca savia nueva y quiere un enfoque más “ideológico” y más “frontal”, no sea que Cs adelante al PP. ¿Qué émulos españoles de Stone pueden optar al puesto de nuevo mago en la calle Génova? De momento, está claro que Casado conoce –al igual que Rivera– la segunda regla de oro del tipo que fue definido por The New Yorker como “The dirty trickster”: “El odio motiva más que el amor”.

Según Stone, hay que poner en marcha “la ira del votante”, algo con lo que Trump logró movilizar el voto blanco de la clase obrera y rural empobrecid­a, los que se sienten agraviados y marginados. Una ira que es fomentada con la demonizaci­ón intensa del rival, como demostró Stone cuando se empleó a fondo para divulgar el bulo de que el presidente Obama no había nacido en territorio estadounid­ense. Eso quedó fijado en la mente de mucha gente que lo creyó a pies juntillas.

Daniel Innerarity ha escrito en estas páginas un diagnóstic­o que comparto: “Los personajes que amenazan nuestra vida democrátic­a son menos unos golpistas que unos oportunist­as; su gran habilidad no es tanto hacerse con el poder duro como lograr atraer el máximo de atención. En esto, Donald Trump es el gran campeón de la banalizaci­ón política”. En la cocina de la atención sobresale Stone, que fue un pionero en la publicidad negativa aplicada a campañas políticas y carece de escrúpulos. Conoce bien la lógica perversa del espectácul­o mediático y lo resume de forma descarnada: “Los medios funcionan así: o son malvados o son vagos, o ambas cosas. Si entiendes eso, puedes hacer lo que te dé la gana”. Él mismo juega a ser un personaje atractivo –exagerado, seductor– para el periodista que desea ilustrar esa realidad gris –a menudo abstracta e indescifra­ble– que rodea a los gobiernos, los parlamento­s, los partidos y los grupos de presión.

La tercera regla de oro de Stone nos recuerda el aprecio que muchos políticos de hoy tienen por Carl Schmitt y esa reducción de la política a la dualidad amigo-enemigo: “Atacar, atacar y atacar; nunca defender”. Es la promesa de una democracia basada en el KO del contrario, una estrategia de tierra quemada que sólo sirve si crees que gozarás eternament­e de mayorías absolutas.

Stone me recuerda algunos “hacedores de reyes”que se mueven en las bambalinas de la política de Barcelona y Madrid

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KEVIN LAMARQUE / REUTERS

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