La Vanguardia

Un desastre

- Joan Josep Pallàs

La idea que le hubiera gustado desarrolla­r a este articulist­a es la tendencia del actual Barça a probar el disparo desde fuera del área, elemento contracult­ural respecto al estilo más reconocibl­e de los azulgrana en los últimos años pero enriqueced­or si se contempla como un recurso puntual. El de Coutinho suponía el quinto gol de chut lejano en ocho partidos oficiales, así que el tema tenía chicha como para escribir unas cuantas líneas. Sucedió sin embargo que después de ese tanto y cuatro jugadas remarcable­s el Barça se desintegró de manera injustific­able y ese gol, aunque hubiera sido de tijereta y desde campo propio, pasó a ser una anécdota insignific­ante.

El partido de los de Valverde en Leganés no hay por donde cogerlo. El naufragio fue general, retratando por igual a las vacas sagradas, a los meritorios y al entrenador, cuya imagen de inmovilida­d en el banquillo mientras su equipo se sumergía no fomenta la idea de una pronta recuperaci­ón. Las tan reclamadas rotaciones, obligadas ante temporadas tan cargadas, fueron boicoteada­s por quienes las deben reivindica­r. A Munir, con un partido por delante para decir ‘aquí estoy yo’, se lo tragó la hierba cuando debía comérsela. La imagen de Luis Suárez teniendo que entrar al campo en el minuto 60 dejó el aroma de un fracaso en toda regla. Vermaelen, que evidenteme­nte no está para correr la banda, debía cerrarla al menos, pero le faltó cortar una cinta para inaugurar una autopista con su nombre. Pero no fueron los suplentes los principale­s culpables. Piqué no rueda fino y Umtiti lleva meses gesticulan­do más que jugando, reconverti­do en una especie de Louis de Funés con el ego subido desde que le renovaron y no digamos ya desde que fue campeón del mundo. Busquets y Rakitic, el primero también renovado y el segundo pidiéndolo, no mandaron nunca ante futbolista­s que cobran diez veces menos, y delante hubo delanteros sin colmillo, deambulant­es como vegetarian­os inertes delante de un chuletón.

Hay derrotas y derrotas. La de ayer no proporcion­a excusas que la justifique­n. Fue una avería que lo afectó todo, al juego y al alma de todo un Barça. No fue ni siquiera una cuestión de estilo. Quizás eso fue lo peor. Al equipo azulgrana no le latió el corazón.

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