La Vanguardia

Vender el alma al diablo

- Juan B. Martínez

Después de él llegaba el apocalipsi­s. De eso le gustaba presumir a José Mourinho en sus buenos tiempos, de que cuando se marchaba de un equipo los éxitos de esa entidad se reducían o directamen­te desaparecí­an, entre otras razones porque practicaba una política de tierra quemada que dejaba su anterior destino como un solar. El Oporto o el Inter son buenos ejemplos de este axioma del que sacaba pecho el portugués. En Do Dragão y en San Siro (sector interista) todavía le rinden pleitesía y es normal porque tocaron el cielo con el técnico de Setúbal. El problema viene cuando vendes tu alma al diablo y lo que obtienes no es el paraíso sino una caída a los infiernos.

Porque entonces no te queda nada. Ni juego. Ni resultados. Ni imagen. Sólo el auténtico caos. Lo vivió en sus carnes el Real Madrid, que bajó a niveles ínfimos de deportivid­ad, convirtió la violencia futbolísti­ca en un hábito para intentar frenar al Barcelona de Guardiola y recaudó algún que otro trofeo de importanci­a, es verdad, pero muchos menos que la cosecha que le ha venido después. Con Mourinho los madridista­s no levantaron jamás la Champions y no sólo porque cohabitara­n con el mejor Barça de la historia. Sin él acumulan cuatro Copas de Europa en las últimas cinco temporadas y han recogido más admiración que cuando les pilotaba un entrenador que acostumbra a convertirs­e en un kamikaze, sobre todo cuando ya acumula tiempo en un mismo equipo.

Regresó el portugués a su Chelsea pero al final también fue despedido de allí cuando el ambiente que se había generado en el vestuario de Stamford Bridge era insoportab­le. A Mourinho

Mourinho pidió hace poco respeto por su currículum, tan lleno de trofeos como de caídas a los infiernos

todavía le quedaba (y le queda, no se sabe hasta cuándo) el cartucho del Manchester United. El conjunto de Old Trafford era un club avanzado a su tiempo, uno de los primeros en conquistar Asia y América y una máquina de hacer dinero y también de sumar trofeos, especialme­nte en Inglaterra. Es verdad que cuando reclutó a Mou ya llevaba unas campañas lejos de su mejor nivel porque la sucesión de un tótem como Alex Ferguson no podía ser sencilla, pero es que no se ve ningún tipo de evolución en el United. Al contrario, la involución es cada vez más patente, con un inicio de temporada deplorable, con conflictos como el que mantiene abierto el entrenador con Pogba y un juego como para echarse a llorar. Ver un partido de los diablos rojos es como ir al dentista. Cuando no hay más remedio se va, pero si existe la opción de solucionar­lo de otra manera, pues te lo ahorras. Lo que no se pueden ahorrar los clubs que lo contratan es el dineral que cobra Mourinho. A veces, para nada.

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