La Vanguardia

París tolera y alquila pisos de un metro cuadrado

En París se alquilan ilegalment­e miles de minúsculos pisos a precio de oro

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Hegel y Rimbaud resisten en las peores condicione­s. La filosofía y la poesía han ayudado sin duda a José López –nombre inventado por él mismo, pues rechaza revelar su identidad–, que lleva 25 años viviendo en un piso de 0,9 metros cuadrados en el barrio de Alésia, en el distrito 14 de París.

“Aquí todo está pensado al centímetro”, explica este alegre biblioteca­rio peruano, de 70 años, que se jubiló hace dos semanas. En el minúsculo habitáculo, por el que paga un alquiler de 250 euros al mes, ha logrado meter una cocina eléctrica y una nevera, además de muchos libros, entre ellos una voluminosa Biblia. Cada noche extiende un futón que se ha fabricado él mismo.

Los 0,9 metros cuadrados merecen una explicació­n. Esa es la superficie legal, certificad­a por los inspectore­s de la prefectura parisina. El suelo del local hace casi 10 metros cuadrados, pero, al estar bajo tejado, la mayor parte de ese espacio es considerad­o inhabitabl­e. Sólo se cabría totalmente tumbado. “Cuando uno es filósofo, intenta adaptarse al entorno, por difícil que sea”, bromea José, que mantiene pulcro el lugar y va a la piscina tres veces por semana para ducharse.

La Fundación Abbé Pierre está ayudando a José y a otros vecinos en un pleito contra el propietari­o del edificio, uno de esos “marchantes del sueño” –un irónico término, habitual en Francia– que se aprovechan de la escasez de viviendas y de los altos alquileres.

El inmueble, desde el exterior, parece muy digno. Está flanqueado por una moderna zapatería y un restaurant­e de una cadena de comida rápida estadounid­ense especializ­ada en pollo. En la cuarta planta hay una docena de apartament­os parecidos al de José, de hasta 6 metros cuadrados legales para los más afortunado­s. Diez de ellos no tienen retrete. Deben usar uno común, situado en el exterior. Se trata de un inodoro –es un decir– antiguo, de esos en los que el usuario permanece de pie o en cuclillas porque sólo hay el agujero y dos plataforma­s para apoyar los pies.

Linda, una camerunesa de 28 años, ocupa desde hace un año uno de los pisos “de lujo”. El contrato asegura que tiene 9 metros cuadrados, pero en realidad sólo son 4 legales. Paga 480 euros al mes. La cama está escondida debajo de las vigas. Debe ir con mucho cuidado al levantarse. Dispone de una ducha exigua en una esquinita, pero no de retrete. Linda, que gana 1.100 euros al mes como cuidadora de ancianos, fue feliz cuando logró el piso por-

“MARCHANTES DEL SUEÑO” Las viviendas de menos de 9 metros cuadrados son ilegales, pero se toleran

MEJOR QUE EN LA CALLE Linda, camerunesa, paga 480 euros por 4 metros cuadrados, incluida una ducha

que antes vivió en la calle y en un albergue para los sintecho.

Otro vecino es Jamel, un tunecino de 54 años que lleva ya cuatro metido en 5 o 6 metros cuadrados. El dueño del restaurant­e donde trabaja le paga los 406 euros de alquiler. “Qué se le va a hacer –comenta, resignado–. No hay alternativ­a,

monsieur.

–¿Mejor aquí, aunque sea así, que en Túnez?

–No tiene nada que ver un sitio con otro. Vine aquí, en 1981, para salir adelante, pero no para vivir en esta situación.

Se calcula que en París hay todavía unas 7.000 viviendas de menos de 9 metros cuadrados que están alquiladas, a pesar de que la ley prohíbe

sacar al mercado pisos con superficie inferior. Muchos de esos locales son las llamadas chambres des bonnes, las antiguas habitacion­es del servicio, de las doncellas, en edificios nobles de los mejores barrios de la capital. Algunas han sido rehabilita­das. Otras están en un estado deplorable.

Según Christophe Robert, delegado general de la Fundación Abbé Pierre, los marchantes del sueño alquilan cualquier cuchitril, incluso en las bodegas de los edificios y en los parkings. No importa que carezcan de cédula de habitabili­dad.

La escasez de vivienda hace que los micropisos vuelen de las manos en cuando se anuncian. Se pagan 600 o 700 euros por superficie­s ínfimas, por poco decentes que estén. Quienes no pueden llegar a esta cantidad se conforman con antros insalubres, y les cuesta denunciarl­o por temor a verse en la calle o a que se sepa que son extranjero­s en situación irregular.

“Hay demasiado sufrimient­o invisible en estas situacione­s indignas –lamenta Robert–. Pero la ley está ahí. Tenemos el deber de acompa- ñarles si están dispuestos a librar la batalla jurídica”. El responsabl­e de la Fundación Abbé Pierre pone énfasis en el impacto que esas infravivie­ndas tienen en la salud de las personas (por la humedad, el calor, el frío, la presencia de pintura con plomo y otros problemas), en la escolariza­ción de los hijos –dado que a veces viven familias– y en el estado anímico de los inquilinos, que se avergüenza­n de vivir donde viven y no osan invitar a nadie.

–¿Las autoridade­s toleran esos pisos ilegales?

–Sin duda. Lo toleramos todos. –¿Por qué?

–Porque existe esa falsa buena idea de que siempre es mejor que nada para esas personas. Pero por algo existe la ley de los 9 metros cuadrados, para poner coto a lo inaceptabl­e. Si no, montarían literas y meterían a tres personas en 5 metros cuadrados. No habría límites.

El Ayuntamien­to de París, que dirige Anne Hidalgo –nacida en Cádiz– gasta 500 millones de euros al año en alojamient­o. Una parte de este presupuest­o se dedica a expropiar chambres de bonnes en malas condicione­s, agrupar varias de ellas, rehabilita­rlas y convertirl­as en viviendas sociales dignas. Según indicó ayer a este diario Ian Brossat, adjunto a la alcaldesa, el 21% de las viviendas en París son sociales. Habita en ellas medio millón de personas, y cada año 7.500 más.

Al despedirno­s de los inquilinos de Alésia, le comentamos a José, el más locuaz, que “pese a todo, parece que ha sido feliz en este rinconcito de París...”. “Yo no puedo decir que se trate de felicidad –responde–. Se trata de realismo y de dar a conocer esta situación para que no se reproduzca. Es una cuestión de personalid­ad. Uno ve cómo está el mundo y trata de hacerle frente de modo optimista. Si no, no hay salida. Yo no me veo como un caso especial. Si hablo con ustedes (la prensa) es para que sirva de reflexión, por un interés colectivo.

José sueña con viajar un poco, ahora que está jubilado. Pero antes quiere completar el análisis comparativ­o entre Virgilio y Rimbaud que está escribiend­o. “Estoy orgulloso de mis libros –concluye, al despedirse–. Los tengo bien colocadito­s, a salvo de las goteras”.

“Hay demasiado sufrimient­o invisible en estas situacione­s indignas”

Diez inquilinos comparten un viejo retrete que se usa de pie o en cuclillas

El Ayuntamien­to de París expropia minipisos para hacer viviendas sociales

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STRINGER / AFP El peruano José López (nombre inventado por él mismo), en el minúsculo habitáculo del barrio de Alésia donde vive desde hace 25 años y por el que paga 250 euros al mes

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