La Vanguardia

Gabriele Finaldi

Los dos rivales y cuñados del Renacimien­to coinciden en la National Gallery de Londres

- TERESA SESÉ Londres Enviada especial

DIRECTOR DE NATIONAL GALLERY

La National Gallery de Londres, que dirige Gabriele Finaldi –ex director adjunto del Museo del Prado–, presenta una gran exposición donde se comparan las obras de Andrea Mantegna y las de su cuñado Giovanni Bellini.

Entre los artistas del Renacimien­to italiano abundan historias sobre encarnizad­as rivalidade­s artísticas, agrias envidias, celos, calumnias y puñaladas traperas. Auténticos duelos de titanes que los historiado­res se han encargado durante siglos en mantenerlo­s vivos (¿Miguel Ángel o Leonardo Da Vinci?). Pero esa competenci­a feroz entre pintores que se vigilaban de reojo fue también un poderoso motor creativo. Andrea Mantegna (hacia 14311506) y Giovanni Bellini (activo hacia 1459 y muerto en 1516) no sólo fueron coetáneos, sino también rivales y cuñados. No hubo sangre. Mostraron sus diferencia­s en una suerte de rivalidad “amistosa”, descubrien­do en ocasiones lo mejor de sí mismos comparándo­se el uno con el otro, metaboliza­ndo hallazgos creativos que acabaron modelando el trabajo de ambos.

“Esta mañana casi me desmayo cuando he entrado en las salas”, confesaba ayer Gabriele Finaldi, el director de la National Gallery, que el próximo 1 de octubre abrirá las puertas de la que será una de las exposicion­es del otoño (hasta el 27 de enero). Cualquiera que haya tenido la oportunida­d de ver el conjunto de obras reunidas en Londres entenderá la sorpresa y el impacto al que se refiere el que fue director adjunto del Prado. En las paredes, dos viejos maestros mostrando ante los ojos maravillad­os del espectador hasta qué punto la modernidad, cuando es de verdad, sobrevive por los siglos de los siglos. “Fueron dos grandes innovadore­s, pioneros y experiment­ales”, tal como defiende su comisaria Caroline Campbell, que aconseja que nos apeemos de la competició­n y disfrutemo­s del espectácul­o: “Son dos artistas muy diferentes. Mantegna es más intelectua­l, arquetipo del artista pensador, imaginativ­o, mientras que Bellini es más instintivo, te atrapa a través del color y la emoción”.

Mantegna y Bellini habitaron mundos muy diferentes. Hijo de carpintero, Andrea Mantegna fue un pintor hecho a sí mismo. Un talento precoz –también para los negocios–, cuyo carácter titánico lo empujó una y otra vez a litigar en los tribunales. Fue aprendiz de Francesco Squarcione, un pintor mediocre que adoptó al más dotado de sus estudiante­s (luego lo haría con Marco Zoppo) segurament­e convencido de que ahí habría un futuro negocio. El propio Mantegna se encargó de anular la adopción nada más cumplir 18 años. Al poco abandonarí­a Padua, ciudad de intensa vida intelectua­l y cultural, en busca de una vida segura pero dependient­e en Mantua, en el norte, donde hasta su muerte ejerció como pintor de corte de los duques de Gonzaga.

Giovanni Bellini, por su parte, nació “con una cuchara de plata en la boca”, como se dice a quienes lo tienen todo a su favor. Su mundo se redujo a Venecia. Hijo del también pintor Jacopo Bellini y hermano de Gentile, su hermanastr­a Nicolosia se casó con Mantegna. “Ambos fueron artistas aclamados en su tiempo, aunque lo cierto es que Mantegna era mayor y más adelantado en todos los sentidos. Bellini aprendió mucho de él, sobre todo al principio, pero también es cierto que Mantegna gracias a él introdujo mayor humanidad y emoción a su pintura. Mantegna aporta una visión analítica, precisa y medida del mundo; un ejemplo de artista intelectua­l. Bellini es luz, poesía y emoción humana”, conviene Finaldi.

Diez años después de las exposicion­es que enzarzaron a estos dos estupendos pintores en París y Roma, la National Gallery los confronta por primera vez en una muestra cargada de ideas y yuxtaposic­iones cautivador­as. Ninguno pierde, todos ganamos. Aunque los primeros Bellinis son tan a la manera de Mantegna que resulta difícil pensar que no fueron concebidos deliberada­mente como respuesta al trabajo de su cuñado, el espectácul­o no desfallece. Siempre te lleva a otra parte. Uno de los grandes momentos es El descenso al limbo, uno al lado del otro, Bellini resiguiend­o los pasos que antes dio su cuñado, calcando la composició­n y haciéndose­la suya. Mantegna muestra a Jesús de espaldas al espectador, inclinado hacia la puerta de la cueva, de la que emerge un profeta con expresión mezcla de angustia y deseo. El cuadro está ocupado por los protagonis­tas de la escena, que abarrotan los límites del panel subrayando el misterio. Bellini amplia el plano y muestra el paisaje, dejando ver la presencia de unos ángeles alados que llenan la escena de un sonido aterrador.

Están también las dos versiones de la Presentaci­ón de Cristo en el Templo, la virgen pareciendo intuir el destino de un hijo, envuelto en gasas como un recién nacido, el rostro del pintor contemplan­do la escena en la que un San José lanza una mirada furibunda. Bellini, como hará con toda su producción de piezas devocional­es, suaviza los rostros y los acerca a nuestra mirada de forma casi cinematogr­áfica. Vale la pena detenerse también en Oración en el huerto, donde vemos un Mantegna audaz y lleno de detalles, erudito en su pasión por el mundo clásico, al lado de un Bellini extraordin­ario que le aporta un paisaje del norte de Italia, las casas agrupadas en una colina iluminada por el sol de la mañana contra un cielo rosado y azul. Para muchos, aquí estaría uno de los paisajes más antiguos del arte europeo.

“Desde que Mantegna se estableció en Mantua no sabemos si siguieron en contacto, pero les imaginamos juntos en algún entierro y en las bodas familiares, además que pudieran hacerse visitas al taller”, aventura Finaldi. Poco o nada se sa-

be de sus relaciones personales –ambos recibieron la influencia de Bellini padre, Jacopo, de quien se muestra su cuaderno de dibujos, una joya que excepciona­lmente ha salido del British Museum– pero está claro que no les gustaba medirse. En 1550, Isabella d’Este, marquesa de Mantua, quiso que Bellini pintara un cuadro de historia o una pintura narrativa para colgar al lado de las de su cuñado. Y Bellini, que ya estaba considerad­o como el mejor de todos los pintores venecianos, se negó. Lo suyo eran los paisajes y las figuras sagradas,que en su pincel parecen creíbles, familias corrientes. ¿Por qué le incomodaba la comparació­n si era ya un pintor admirado? “Era el terreno de Mantegna, era como meterse en el horno de la creación”, arriesga Finaldi.

Sin embargo, una vez muerto su cuñado, Bellini accedió a terminar

una pintura que había dejado inacabada, La introducci­ón del culto de Fideles en Roma, e incluso darle continuida­d con Un episodio de la vida de

Publius Cornelius Scipio. En Londres se exhiben ahora juntas al lado de un conjunto de pinturas de gran formato de Mantegna cedidas por la Reina Isabel II.

Con todo, Mantegna y Bellini es una de esas exposicion­es que resulta difícil –cuando no estéril– destacar esta o aquella obra, porque el porcentaje de piezas maestras es deslumbran­te. Incluso los dibujos –aunque aquí las atribucion­es a uno y otro es tarea prácticame­nte imposible– que piden a gritos ser experiment­ados individual­mente y de cerca, ver esas figuras momentos antes de que abandonen el papel y sean bañadas por la luz, entre la naturaleza, la arquitectu­ra y el paisaje.

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© STAATLICHE MUSEEN ZU BERLIN, GEMÄLDEGAL­ERIE / FOTO: CHRISTOPH SCHMIDT
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© FONDAZIONE QUERINI STAMPALIA ONLUS, VENEZIA Las comparacio­nes.A la izquierda laPresenta­ción de Cristoen el templo ,de Mantegna, obra que sehalla en el museo estatal de Berlín. Y a su lado, la obra homónima de Bellini, procedente de una colecciónd­e Venecia

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