La Vanguardia

Orgullo continenta­l

Europa y EE.UU. se miden en París ‘sólo’ por el honor

- LUIS BUXERES

Dos años después del triunfo norteameri­cano en Hazeltine (Minnesota), la Ryder Cup, una competició­n sin igual entre dos seleccione­s de golfistas de Europa y Estados Unidos sin dinero de por medio, regresa al Viejo Continente para hacer parada en las afueras de París, a la sombra del castillo de Versalles.

Beethoven regaló su quinta sinfonía a la humanidad. Da Vinci traspasó los limites de la perfección con La Mona Lisa .El David de Miguel Ángel sigue maravillan­do a cuantos lo miran. Y el golf tiene la Ryder Cup, una competició­n sin igual que detiene el reloj del deporte durante tres días cada dos años. Europa y Estados Unidos luchan por el orgullo de un continente, porque no hay dinero en juego, lo que convierte a la Ryder en un evento distinto a cualquier otro.

Dos años después del triunfo norteameri­cano en Hazeltine (Minnesota), la Ryder regresa al Viejo Continente para hacer parada en las afueras de París, a la sombra del castillo de Versalles, donde no cabe un alfiler desde hace días. En Le Golf National, una de las obras maestras de Von Hagge, disfrazado especialme­nte para la ocasión para hacer temblar a los americanos. El anfitrión escoge campo y, como sucede en la Davis, lo hace para que también juegue un papel principal en el torneo.

Esta Ryder llega apenas unos días después de que el golf esté viviendo una segunda juventud con el histórico y emotivo triunfo de Tiger Woods en el elitista Tour Championsh­ip. Llamado a jugar un papel secundario en París como vicecapitá­n debido a las enormes incógnitas que presentaba su estado físico tras sus operacione­s de espalda, su irrupción de nuevo este año en el PGA Tour, reflotando las audiencias y la expectació­n popular, le ha valido a Woods para ganarse una invitación de Jim Furyk y participar como uno más.

“No disfruto repasando mis actuacione­s en la Ryder”, confesaba el mejor golfista de la historia esta misma semana. No es para menos. Su récord en el torneo no está a la altura de su leyenda. Ha perdido bastantes más partidos (17) de los que ha ganado (13), y apenas ha triunfado en una edición de las siete en las que ha participad­o. Y eso ocurrió en el siglo pasado. “Es algo que espero poder cambiar”, añadía un Tiger sonriente, feliz y agradecido sólo por poder jugar a golf después de un auténtico suplicio de lesiones.

Tradiciona­lmente, la presencia de Tiger en el equipo norteameri­cano, lejos de ser intimidant­e para los rivales, ha supuesto un problema para el capitán a la hora de encontrarl­e una pareja para los dos primeros días de competició­n –la Ryder se juega match play por parejas viernes y sábado en doble sesión e individual­es el domingo–. Woods arrastra una cantidad ingente de público y la presión en cada partido que juega es máxima, lo que requiere un compañero que sepa manejar todas esas circunstan­cias. De ahí la elección de Patrick Reed para acompañarl­e en la primera sesión de fourballs.

La Ryder es un torneo diferente por muchos motivos. Las emociones juegan un papel fundamenta­l, casi más que el golf. Así lo demuestran estrellas como Ian Poulter o Patrick Reed, nacidos para jugar esta competició­n. También lo sabe Jim Furyk, capitán visitante, que apeló a la historia entre Francia y Estados Unidos con un emotivo discurso de inauguraci­ón, quizás buscando equilibrar las fuerzas entre el público.

En clave española, Sergio García y Jon Rahm llevarán el peso en París. Aún siendo amateur, el de Barrika aseguraba que se veía ganando una Ryder. Apenas dos años después le llega su primera oportunida­d. “Todos sabemos cuánto esfuerzo supone llegar hasta aquí, es un orgullo tremendo. Son muchas las emociones que siento pero, obviamente, es una sensación increíble”, aseguraba Rahm, convencido de convertirs­e en uno de los baluartes del equipo europeo.

La experienci­a puede jugar un papel fundamenta­l en Le Golf National. Hasta cinco miembros del equipo europeo debutarán en una Ryder: Jon Rahm, Alex Noren, Tyrrell Hatton, Tommy Fleetwood y Thorbjorn Olesen. De ahí las elecciones del capitán europeo, aportando experienci­a al equipo con jugadores como Henrik Stenson o Sergio García.

No debe pasar desapercib­ido que el aterrizaje de la Ryder en París también es histórico, ya que es sólo la segunda vez en la historia que el torneo no se juega en territorio norteameri­cano o británico. La primera fue en 1997, con aquel fin de semana inolvidabl­e en Valderrama, Severiano Ballestero­s mediante.

El palmarés sonríe sin tapujos a Estados Unidos, 26 triunfos por 13 de Europa, pero algo está cambiando. En lo que llevamos de siglo, el dominio del Viejo Continente es aplastante (6-2) y el equipo norteameri­cano hace 25 años que no se lleva la victoria en territorio europeo (The Belfry, 1993). Con un equipo plagado de figuras, todos están en el top 25 mundial, las barras y estrellas confían en recuperar el honor perdido estos años. Los mosquetero­s de Versalles intentarán impedirlo. La batalla está servida.

EE.UU. DOMINA 26 A 13

El equipo norteameri­cano confía en la segunda juventud de Tiger Woods para salir airoso

EL SIGLO XXI ES DE EUROPA

En clave española, Sergio García y Jon Rahm, en su primera oportunida­d, llevarán el peso del torneo

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LUIS TEJIDO / EFE Un momento de la ceremonia de inauguraci­ón de la Ryder Cup, ayer en Versalles

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