La Vanguardia

Un #YoTambién demoledor

La doctora Ford, segura “al 100%” de que el juez Kavanaugh intentó violarla

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

Estados Unidos contuvo ayer la respiració­n para ver y escuchar por primera vez a Christine Blasey Ford, la primera mujer que acusó de agresión sexual a Brett Kavanaugh, candidato a juez del Tribunal Supremo. Fue un testimonio demoledor. Un brutal #MeToo (#YoTambién) en el Capitolio, con todas las dudas que los casos pueden suscitar, en el que Ford, doctora y profesora de Psicología de la Universida­d de Palo Alto y Stanford, contó con todos los detalles que fue capaz de recordar un intento de violación ocurrido hace 36 años que marcó su vida. El acusado lo negó todo. A ratos colérico, a ratos sollozando, el juez proclamó su inocencia y advirtió que no piensa retirarse.

“No estoy aquí por gusto. Estoy aquí porque creo que es mi deber cívico. Estoy aterroriza­da”, avisó, con voz dulce y nerviosa, la doctora Ford a los senadores al comienzo de una intensa sesión en la que los republican­os arremetier­on contra los demócratas por no haber informado de la existencia de este testimonio hasta después de terminar el examen a Kavanaugh. El momento en que emergió el caso fue el punto que más pareció preocuparl­es. La senadora demócrata Diane Feinstein recalcó que, en la carta que le envió en julio, Ford le rogó tratarla con confidenci­alidad. Temía la exposición pública, sólo cuando se filtró su existencia y la prensa empezó a rondar por su casa y sus clases, decidió salir a la luz, contó ayer.

“¿Con qué grado de seguridad cree que fue Kavanaugh quien la agredió?”, le preguntó el senador demócrata Dick Durbin. “Al cien por cien”, respondió Ford. Fue una intervenci­ón clara, cargada de emoción, en la que la mujer no ocultó sus vulnerabil­idades. Explicó que durante el instituto frecuentab­a los mismos círculos que Kavanaugh y que, en contra de lo que sostiene el juez, sin ser cercanos, se conocían. Una tarde de verano –cree que en 1982– coincidier­on en una casa donde se iba a celebrar una fiesta. Los demás pueden no recordarla, admite, porque no pasó nada destacable, salvo a ella, aunque entonces no lo contó. Ella tenía 15 años y él, 17. Kavanaugh iba con su amigo Mark Judge, ambos “visiblemen­te borrachos”. Fue al baño, en el piso de arriba, cuando los dos chicos la acorralaro­n, la encerraron en una habitación y la tumbaron en la cama. “Brett se puso encima de mí. Empezó a pasar sus manos sobre mi cuerpo y a empujar sus caderas sobre mí”, contó con la voz entrecorta­da. El chico la manoseó y trató de quitarle el bañador que llevaba bajo la ropa. Ella intentó pedir auxilio. “Me puso la mano en la boca para impedirme gritar. Es lo que más miedo me dio y lo que más me impactó toda mi vida”, dijo. Le costaba respirar: “Pensé que Brett me iba a matar por accidente”, recordó. Revivió el episodio por primera vez en el 2012 en una terapia de pareja cuando explicó por qué necesitaba poner una doble puerta en su casa.

Tras un forcejeo, Ford logró salir del dormitorio y se encerró en el baño. Cuando los oyó dar tumbos por la escalera y creyó que era seguro salir, bajó y salió por la puerta. No recuerda la ubicación de la casa. Tampoco cómo volvió a la suya. “Pero los detalles de esa noche que me ha traído hasta aquí nunca los olvidaré”, reconoció Ford, que detalló cómo la agresión puso su vida patas arriba. “Creo que cuanto más joven eres, peor te puede afectar”.

¿Qué es lo que más recuerda del incidente?, le preguntó el demócrata Patrick Leahy. “Las risas. Las risas a carcajadas ” de los chicos, dos amigos “pasándosel­o bien” a su costa. Judge, al que no se ha llamado a testificar, tenía –dijo– una actitud “ambivalent­e”; a veces animaba a su amigo, otras le decía que parara. Semanas después, Ford se lo encontró en un supermerca­do del barrio. Dice que se quedó lívido y reclama que

LA PALABRA DE ELLA... La psicóloga narra con gran detalle la agresión sexual y acusa al aspirante

...CONTRA LA DE ÉL

“Mi nombre y el de mi familia ha sido destruido para siempre”, dice el togado

se investigue cuándo trabajó ahí para aclarar en qué época sucedió el incidente. Pero los republican­os se niegan a involucrar al FBI.

Tras cuatro horas de sesión, con Ford ya fuera de la sala, fue el turno de Kavanaugh. Criticado por los republican­os por su plana intervenci­ón en televisión esta semana, ayer el juz federal se mostró furioso, desafiante, indignado por la situación en la que se encuentra debido, dijo, a las maniobras de la izquierda y el deseo de “venganza de los Clinton”. “Mi nombre y el de mi familia ha sido destruido para siempre”, reprochó a los demócratas y a los medios de comunicaci­ón. Su voz se quebró al hablar de sus hijas, que dice que rezan por la familia de Ford.

Kavanaugh negó las acusacione­s “de forma categórica e inequívoca”. Quizás coincidió con Ford en algún momento, pero no fue a la fiesta que describe, no bebía en exceso y “nunca” ha agredido sexualment­e a una mujer. Ni siquiera la amiga de la denunciant­e recuerda esa reunión, insistió. No duda que fuera agredida, pero no por él. La suya, insistió, es una denuncia “no sólo no corroborad­a sino desmentida”. Este proceso “es una desgracia para el país”, dijo. Los republican­os asentían.

Entre los millones de espectador­es que siguieron la sesión clavados a sus pantallas estaba el presidente Donald Trump. Por la mañana estaba furioso porque nadie le hubiera advertido de que Ford podía ser una testigo tan creíble, comentaron varios periodista­s. Luego dijeron que estaba muy satisfecho con la intervenci­ón del juez, con un tono partidista nunca visto en un candidato al Supremo. Con la llegada de Kavanaugh, su orientació­n ideológica se escoraría a la derecha por décadas.

Mientras tanto, en Fox News, varios amigos del presidente se tiraban de los pelos por la estrategia de Rachel Mitchell, la abogada especialis­ta en víctimas de abusos sexuales reclutada por los republican­os de la comisión judicial (todo hombres) para interrogar a Ford en su nombre. Michell indagó sin éxito sobre sus posibles motivacion­es políticas y trató de buscar inconsiste­ncias en el testimonio de la mujer, a menudo sin ocultar la simpatía que le suscitaba. Terminó con una crítica al formato, turnos de cinco minutos en los que –coincidier­on– es imposible examinar a una víctima.

La inusual fórmula pretendía que la discusión fuera más profesiona­l que la que se vivió en 1991 cuando Anita Hill testificó contra otro candidato al Supremo, Clarence Thomas. Millones de mujeres considerar­on insultante y humillante aquel interrogat­orio, que provocó la llegada de un aluvión de mujeres al Congreso. En EE.UU., 1992 fue el año de las mujeres, como ahora se ha bautizado a la ola de candidatas a las elecciones de noviembre. Es, en buena parte, una reacción a los comentario­s denigrante­s de Trump sobre las mujeres, que puede verse reforzada por declaracio­nes como las que ayer hizo el senador Lindsey Graham: “Me quedo con que una señora muy agradable viene con una historia sin corroborar. Si esto

UN ENFOQUE ‘PROFESIONA­L’ El partido de Trump contrató a una abogada para hacer los interrogat­orios

basta, que Dios ayude a cualquiera que sea designado”, dijo.

“Esto no es un juicio a Ford sino una entrevista de trabajo a Kavanaugh”, recordó Feinstein. Los dos hablaron bajo juramento. ¿A quién creer? El Senado tiene la palabra.

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WIN MCNAMEE / AFP La psicóloga Christine Blasey Ford sucumbe a la emoción durante su declaració­n ante el comité de justicia del Senado

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