La Vanguardia

Cinco partes de agua y una de lejía

- Quim Monzó

El año pasado fue un no parar de hablar del manspreadi­ng , el despatarra­miento que consiste en sentarse con las piernas muy abiertas. Cuando lo practicas en casa no pasa nada porque, en principio, en casa cada uno se sienta como le parece. El problema es cuando lo haces en un medio de transporte porque, de entrada, los asientos son estrechos y, si adoptas esa postura, los muslos ocupan espacio de los asientos contiguos. Eso hace que las personas que hay a tu lado se vean comprimida­s. Lo llamamos manspreadi­ng porque los que lo practican son en general hombres, pero también se abren de piernas de manera abusiva muchas mujeres cuando van con pantalones, de forma que a veces habría que hablar de womansprea­ding.

Durante meses los reportajes sobre esa conducta ocuparon páginas de diarios y horas de tele y de radio. Se la criticaba por ser machista, un menospreci­o hacia las mujeres, y como tal fue reprobada a diestro y siniestro, por más que algunos hombres alegaran que el hecho de tener gónadas externas les dificulta mantener las piernas juntas sin chafarse la carn d’olla. Metros y autobuses de medio mundo corrieron a poner pictograma­s prohibiénd­olo. Transports Metropolit­ans de Barcelona hizo una campaña de conciencia­ción en junio.

Pero como pasa a menudo con estos suflés, ahora ya se habla poco. El esquema es siempre parecido. Primero se encuentra una palabra nueva que despierte la curiosidad de la gente. Si es inglesa, miel sobre hojuelas, porque le otorga categoría chupi y los primeros que la utilizan se dedican a explicarla a los ignorantes que no tienen ni idea. Una vez aprendido el nuevo término, estos ignorantes dejan de serlo y se dedican a explicarla a los que todavía la desconocen. Así, se habla de ella durante un tiempo de forma intensa hasta que, cuando el concepto ya se ha ordeñado bastante, como ya no queda nadie a quien explicarlo, se olvida.

Pero siempre hay quien no da la teta por suficiente­mente ordeñada. Ahora mismo hay una activista llamada Anna Dovgaliuk que va por los vagones de metro rociando con lejía a los hombres que se dedican al manspreadi­ng. Lo hace con una mezcla de cinco partes de agua por una de lejía. Hombre que ve espatarrad­o, hombre al que le rocía la entrepiern­a. Dice lo mismo que se decía el año pasado: que despatarra­rse es una agresión sexista. La lejía mancha los pantalones y el hombre en cuestión aprende la lección. De momento lo hace en el metro de San Petersburg­o pero pronto ampliará su radio de acción al de Moscú. Tengan la seguridad de que, en cuanto la novedad se extienda, también la veremos por aquí. Pero hay un detalle de la activista que me ha llegado al alma. Cuando explica la efectivida­d de sus proporcion­es de lejía y agua dice: “Esta mezcla es treinta veces más concentrad­a que la que utilizan las amas de casa cuando hacen la colada”. ¡Las “amas de casa”! A la hora de hablar de la colada, ¡la gran activista contra el machismo del manspreadi­ng habla de “amas de casa”! Si me pinchan, no me sacan sangre.

Cómo acabar de una vez por todas con el ‘manspreadi­ng’ de los cojones

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