La Vanguardia

Adiós, Rafeques

- Pilar Rahola

Como demasiadas veces, enfilo las primeras palabras de una sentida despedida. Dicen que la vida, cuantos más años acumulamos, más nos dispara de cerca. Lo cierto es que vamos haciendo camino acompañado­s de gente que forma parte de nuestro relato, personas notables, buenas, queridas, que siempre han estado, como si fueran parte del paisaje de la vida. Y nunca pensamos que quizás un día, de manera repentina, ya no estarán. Es entonces cuando nos quedamos desconcert­ados como sólo la muerte sabe rompernos, intensamen­te heridos, sin saber cómo se escribe la palabra ausencia.

Pero si habíamos quedado en que quedaríamo­s..., pero si no nos lo hemos dicho todo..., pero si la última vez... Un corte seco, un mutis sin retorno, un telón que apaga las luces. Y así, implacable y descarnada, sin avisar ni pedir permiso, sin ningún derecho, la muerte se lleva su trofeo, y nos deja huérfanos de las palabras que no nos dijimos, de los abrazos que no dimos, del tiempo que no tuvimos tiempo de dedicarnos. La prisa, el trabajo, la estulticia de correr hacia ningún sitio...

Acabo de saber que el amigo Carles Canut ha muerto, demasiado pronto,

Carles Canut era teatro en vena, un amor loco, encendido, absoluto al arte de la interpreta­ción

demasiado rápido, demasiado todo, y ahora no sé si es más fuerte la rabia o la tristeza, o si el dolor por su pérdida es justamente la suma de los dos sentimient­os. De hecho, tocaría escribir aquello de cómo lo conocí o qué anécdotas acumulamos a lo largo de los años o cómo me aplaudía o me reñía, según le había parecido el artículo, siempre insultante­mente sincero, que le decía alguna vez..., nada, el pequeño relato compartido. O también sería obligado elogiar la grandeza del actor, más de siete mil representa­ciones, más de cien obras, múltiples personajes, teatro y televisión, grandes premios, reconocimi­ento..., el amor loco, encendido, absoluto al arte de la interpreta­ción. Carles era teatro en vena, pura entrega al oficio de actor.

Pero no haré ni una cosa ni la otra. No me gustan los artículos de despedida que se aprovechan para hablar de uno mismo, ni soy la persona para describir, con precisión, la grandeza interpreta­tiva de Canut.

Otros harán el in memoriam que se merece y los elogios que se acumularán nunca serán desmesurad­os. Es, ha sido, uno de los grandes del teatro. Pero sólo me veo capaz de hacer lo que estoy haciendo ahora mismo, expresar públicamen­te la pena por haberlo perdido, la derrota que deja la muerte a su paso, la ausencia que ya no tiene remedio.

Pallarense universal, socarrón, emotivo, salvaje, siempre verdad, la mejor interpreta­ción que hacía era la de él mismo, un hombre en el escenario de la vida, regalándon­os su presencia indómita, profunda, honesta. No sé si llegué a la categoría de amiga o tal vez sólo fui conocida con derecho a simpatía. Fuera como fuera, lo amaba y ahora, como tantos miles, lo lloro. Descansa en paz, Rafeques de los sueños, Canut del teatro, Carles de Gerri de la Sal.

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