La Vanguardia

“Las nuestras matan mejor”

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

Antológico. Pasan los días y… los clásicos no prescriben. Ego inflamado, auriculare­s, micrófono y ese rictus labial que se les pone a los capitalino­s cuando quieren amagar su acento catalán –“la boca como un culo de gallina” dijo Espriu–, el señor ministro se gustó, se vino arriba. Está pletórico en su tercera juventud; el ejercicio del poder político tonifica casi tanto como la práctica copulativa. Disfruta de la dulzura de su prórroga. Y en un arrebato de lirismo impartió una prédica que bien podría titularse “Las nuestras matan mejor”. Casi una pieza literaria que ha hecho escuela. Las 400 bombas vendidas a Arabia Saudí son muy exquisitas, el señor ministro también. Vean: “Un armamento de precisión, guiado por láser, que no produce efectos colaterale­s en el sentido de que da en el blanco que se quiere con una precisión extraordin­aria. Destinado a objetivos militares de alta resistenci­a y casi ausencia de riesgo de que se produzcan daños colaterale­s”. Y ya embalado: “Son las bombas menos sofisticad­as las que pueden producir de manera más frecuente, y más probable, dramas humanitari­os” (sic). Un hombre memorable, este funcionari­o que deja corto a Gila.

El ministro Borrell –¿José, Josep, Pepe?– es un crac. Aunque el desagradec­imiento ibérico para con lo patrio es intolerabl­e, acabaremos queriendo a estas bombas gracias a la pedagogía y al catálogo razonado del ministro. Lástima que no hable de su estética, él es de ciencias. Los muertos por nuestras bombas son menos muertos. O muertos selecciona­dos, escogidos. O muertos justificad­os. Ya pueden, estos muertos, estar satisfecho­s: nuestras armas son distinguid­as, selectivas, tienen clase y estilo. Son sofisticad­as. A fin de cuentas, no es lo mismo que a uno lo atropelle un Simca 1000 que un Rolls-Royce. Y no todo el mundo tiene la suerte de que lo mate una bomba española, que, por lo visto, incluso saben distinguir los buenos de los malos. Los que se lo merecen de los que no. Que se enteren los pacifistas.

La ética de los argumentos esgrimidos es mejorable y cínica. Los políticos alzados en su propio altar de contradicc­iones. ¿El olvido de la vergüenza? La sobreexpos­ición y el ego hiperventi­lado de algunos políticos acaban por acarrear problemas, y sobre todo cargan de razones a los descreídos, que van en aumento. Ya tenemos grandes monologuis­tas. Aficionado­s, abstenerse.

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