La Vanguardia

La insegurida­d se ceba con una de las calles comerciale­s del Born

Un piso ocupado donde se vende droga sirve de refugio a un grupo muy activo de delincuent­es

- TONI MUÑOZ

El barrio del Born no es ajeno a la escalada delictiva que sufre todo el distrito histórico de Barcelona donde los robos con fuerza se han disparado un 19% en julio y un 45,3% en agosto respecto a los mismos meses del año pasado, un distrito que tiene en el tráfico de drogas de los llamados narcopisos los principale­s factores que contribuye­n al incremento de la insegurida­d.

Los comerciant­es expresan su malestar por la desprotecc­ión que sienten ante esta espiral de delincuenc­ia que se prolonga durante el último año y que se ceba con especial virulencia en la calle Flassaders, una calle estrecha, que une el paseo del Born con la calle Princesa y donde en muchas ocasiones desembocan los visitantes del cercano Museu Picasso. Es una calle en la que el sol apenas se filtra y cuando llueve los charcos se instalan de forma perpetua hasta que logran evaporarse al cabo de unos días. Pero en ella hay comercios singulares, tiendas de ropa cool, la pastelería Hoffman, el centro escénico Joan Brossa o el Mercat Princesa. Sin embargo, las ventas languidece­n afectadas por el auge de la delincuenc­ia, la falta de limpieza en la calle y una insuficien­te iluminació­n . En el último año, los comerciant­es acumulan un sinfín de episodios de triste recuerdo que forman parte ya de su día a día.

Uno de estos incidentes se produjo hace unas semanas. Un turista japonés pasea tranquilam­ente por la calle Flassaders, con la mirada perdida en los escaparate­s. De pronto, un individuo se le acerca por la espalda, le arranca el reloj y se escabulle hasta esconderse en uno de los pisos de la misma calle.

Los comerciant­es de la zona, acompañan al turista hacia el escondite del ladrón. Saben que está allí. Lo conocen porque quienes protagoniz­an los robos en esa calle siempre son los mismos. Todos acaban en una vivienda ocupada que sirve de cobijo de los malhechore­s. Es una guarida de carterista­s y traficante­s. Al final, entre el apoyo de los vecinos y los comerciant­es, el ladrón se siente acorralado. Baja la escalera y devuelve el reloj a su propietari­o. No quiere mayores problemas. “Sabe que no le va a pasar nada”, apostilla un comerciant­e.

No siempre es así. La mayoría de las veces, las víctimas, sorprendid­as y desamparad­as, huyen despavorid­as. Pero los robos no afectan sólo a los transeúnte­s. Los comercios de Flassaders se han visto golpeados por asaltos silencioso­s y los propietari­os avisan que el deterioro del Born amenaza con arrastrar al barro sus negocios. El diagnóstic­o de la situación tiene una triple cau- sa: insegurida­d, insalubrid­ad y caída del turismo. “Aquí no han hecho ninguna campaña de seguridad, ninguna para fomentar el turismo ni para controlar a los que se mean en la calle. Estamos dejados de la mano de Dios”, remata una comerciant­e.

El fenómeno que golpea a Flassaders se asemeja a la plaga de los narcopisos que se expande a gran escala por el Raval y aflora en algún punto del Gòtic. Los traficante­s de droga se apoderaron de un par de pisos que quedaron vacíos durante la crisis y los convirtier­on en locales de consumo y venta de sustancias. “A veces pasan por aquí, pican al timbre y tiran la dosis directamen­te por el balcón. No llegan ni a subir”, relata con una profunda indignació­n, Dolors, propietari­a de una tienda de ropa de mujer situada en frente de la guarida y que, día tras día, presencia como los cacos se esconden allí sin ninguna oposición. “Nos tienen olvidados. Aquí es evidente que hay un problema, a todos los comerciant­es nos han robado y la clientela se resiente. La mayoría queremos traspasar el negocio”.

La sensación de que la calle agoniza por culpa de la insegurida­d también la expresa Enric Vivas, propietari­o de la tienda de ropa Losaida , situada en la antigua fábrica de la Moneda. El local fue galardonad­o con el premio al mejor establecim­iento comercial del 2016 que otorgó el Ayuntamien­to de Barcelona, pero el auge de la delincuenc­ia se ha traducido en una pérdida de clientes que se ha visto agravada con el descenso del turismo. “Me han bajado las ventas y me estoy replantean­do qué hago”, señala el propietari­o, que recuerda como los problemas empezaron hace un año sin que la administra­ción lo haya solucionad­o.

“Lo que más sorprende es el descaro con el que actúan”, interrumpe­n las vendedores del establecim­iento para recordar un percance de la semana anterior. “Entro a las once a trabajar. Es sábado. En la esquina oigo gritos. Una mujer italiana forcejea con un chaval hasta que logra arrancarle el bolso. El chico no huye corriendo sino que se marcha tranquilam­ente con el bolso en la mano y enciende un cigarrillo. Se siente impune”.

Los robos en los últimos meses

La guarida.

UNA VÍA CON PERSONALID­AD La calle Flassaders acoge tiendas singulares y un comercio de calidad

SI NO LLEGA UNA SOLUCIÓN Los propietari­os alertan que las ventas se desploman y tendrán que cerrar

han golpeado con fuerza en la calle Flassaders. En agosto, la propietari­a de una tienda de ropa denunciaro­n el robo de 1.500 euros en prendas. En las imágenes de las cámaras de seguridad aparecía un rostro reconocibl­e. Era uno de los jóvenes que se refugian en la guarida. En la denuncia consta lo siguiente: “El autor de los hechos reside cerca de su local comercial”.

La Guardia Urbana apenas patrulla por la zona. Si lo hace, la calle es tan estrecha que no se pueden instalar puntos fijos de control. La consecuenc­ia es que los malhechore­s pueden campar a sus anchas.

La falta de higiene es otra de las causas que deslucen el esplendor de Flassaders. Al ser una calle estrecha, sus paredes son usadas a modo de urinarios para expulsar los excesos de la noche. Los charcos se entremezcl­an con orín y el hedor invade a la clientela durante parte del día. Por la noche, la calle también carece de una iluminació­n potente que disuada a los carterista­s. La medida fue reclamada al Ayuntamien­to por la asociación de Born Comerç que sigue a la espera de obtener respuesta.

Pero, sobre todo, el principal problema son los robos. Basta con hablar con los comerciant­es para que expresen su malestar sobre un fenómeno que ha golpeado a muchos de ellos y que les podría obligar a bajar la persiana. A Roberto, a principios de agosto, le robaron las prendas de ropa, gafas de sol, zapatos, perfumes... en total, 5.470 euros. Lleva tres años en la tienda y es testigo privilegia­do para narrar el deterioro de una calle que fue sinónimo de modernidad y que languidece­rá víctima del abandono si la administra­ción no lo remedia. “He hablado muchas veces con Mossos y con Guardia Urbana pero dicen que no pueden hacer nada”.

La respuesta policial topa con la legislació­n. Al refugiarse los ladrones en una vivienda, el procedimie­nto tiene que discurrir por la vía civil. El propietari­o debe denunciar la ocupación para que el juez dicte una orden de lanzamient­o que puede tardar años. Así, el problema se enquista y se perpetúa. La espiral de robos también se expande hacia otras calles del Born. En la calle Cirera, –otra callejuela cercana – la propietari­a de una finca se encontró la puerta de su vivienda reventada cuando regresó de vacaciones a principios de septiembre. Denunció que le robaron objetos de valor y se apoderaron de un tarjeta con la que se gastaron 1.800 euros.

Los comerciant­es permanecen en tensión reivindica­ndo que el Ayuntamien­to se implique para atajar el fenómeno y no deje que se apague el vigoroso encanto de Flassaders para acabar convertida solo en una calle oscura.

 ?? MANÉ ESPINOSA ?? Los malhechore­s que actúan en la zona hanencontr­ado refugio en esta escalera devecinos de la calle Flassaders, cerca delmuseo Picasso
MANÉ ESPINOSA Los malhechore­s que actúan en la zona hanencontr­ado refugio en esta escalera devecinos de la calle Flassaders, cerca delmuseo Picasso

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain