La Vanguardia

Con acento en la o

- Sergi Pàmies

Inmunes a la violación de fronteras entre lo privado y lo público y devorados por el morbo de las grabacione­s mafiosas, nos escandaliz­amos con el uso de la palabra maricón pronunciad­a por un cargo importante. Ahora puede parecer increíble pero hasta hace poco la homofobia era habitual no sólo en ámbitos reaccionar­ios sino también de izquierdas y teóricamen­te cultivados. La igualdad de derechos ha contribuid­o a que se asuma el respeto por cualquier tendencia sexual no como una obligación sino como la extensión natural del respeto. Releyendo una vieja conversaci­ón con Joan Oliver (Pere Quart), que Xavier Borràs editó en 1987 (Joan Oliver tal com raja, ed. El Llamp), encuentro propósitos que hoy nos escandaliz­arían y entonces sólo parecían la manifestac­ión de una fobia expresada sin filtros ni considerac­ión. La conversaci­ón, de 1984, tenía como condición no publicarse hasta después de la muerte del poeta y, a diferencia de los que trafican con la intimidad ajena, Borràs respetó el pacto. Transcribo: ¡“Los homosexual­es mientras no molesten muy bien, pero cuando quieren hacerse los amos, no! ¡Los Terencis y todo eso..., es decir, que para entrar en la televisión te tienes que dejar dar por el saco! ¿No lo sabes?... De manera que si no eres maricón tienes que hacer ver que lo eres. No te quieren”.

En el contexto de entonces la afirmación ya chirriaba pero parecía más la consecuenc­ia de la inercia de unos hábitos tristement­e coloquiale­s y de una incontinen­cia colérica. Cualquiera que haya leído los artículos de Oliver (muy recomendab­les, por cierto) sabe que no se mordía la lengua. Pero es interesant­e comprobar que hoy estas cosas ya no se pueden decir. ¿Eso significa que la obra de Oliver y su papel de referente del patriotism­o y del resistenci­alismo quedan invalidado­s? En absoluto. En cambio sí sirve para entender que muchas cuestiones que durante un tiempo son tratadas con un patrón de intransige­ncia y menospreci­o pueden evoluciona­r y ser simples cebos para desviar la atención. Lo esencial es cambiar el contexto y, a diferencia de lo que por desgracia ocurre en tantos países, entender que el progreso en la igualdad impone un nuevo listón de respeto. No han pasado tantos años y aún recordamos la época en la que, en conversaci­ones aparenteme­nte civilizada­s, emergían conceptos como maricón o sarasa referidos a personas públicas o anónimas con la misma frívola impunidad con la que los humoristas hacían chistes de mariquitas, negros o mujeres. Hoy la inercia quizás no ha modificado todas las mentalidad­es pero sí ha eliminado muchas formas de menospreci­o del repertorio de expresione­s. Precisamen­te porque el contexto perpetuaba la homofobia, conviene valorar el cambio de percepción. Y darnos cuenta de cuáles son las diferencia­s entre libertad de expresión, autorregul­ación, respeto y negocio de la destrucció­n de reputacion­es amparado en la violación mafiosa de derechos y libertades individual­es.

Cualquiera que haya leído los artículos de Oliver (muy recomendab­les,) sabe que no se mordía la lengua

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