La Vanguardia

Mircea Cartarescu

ESCRITOR

- XAVI AYÉN Pollença

El autor rumano (62) recibió ayer el premio Formentor y presentó la nueva edición de El ala izquierda, primera entrega de su trilogía Cegador, una autoexplor­ación psicológic­a y familiar ambientada en un Bucarest alucinado.

“Siempre soñé con leer un libro que dure toda la vida, leer la palabra ‘fin’ justo antes de morir”

“Escribí a mano de un tirón las 1.500 páginas de ‘Cegador’, durante 14 años, sin ningún tachón”

El escritor rumano Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), autor de una de las más sorprenden­tes y ambiciosas obras de la narrativa europea, recibió anoche el premio Formentor, dotado con 50.000 euros y en el que le han precedido nombres como Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Enrique VilaMatas, Javier Marías o Alberto Manguel. Antes de la gala, en el mallorquín hotel Formentor, por la mañana recibió a un pequeño grupo de periodista­s para hablar de su nueva obra, recién publicada en España, El ala izquierda (Impediment­a/Periscopi), primer volumen de

su trilogía Cegador, escrita originalme­nte entre 1996 y 2007 y precedente, por tanto, a su obra maestra

Solenoide (2015), sobre un profesor de instituto que acaba convertido

en ácaro. El ala izquierda es una autoexplor­ación psicológic­a, familiar y social en una Bucarest alucinada.

¿Qué es eso de que esta trilogía tiene la forma de una mariposa?

Ni siquiera sabía que era una trilogía, solo disfrutaba de cada página, no sabía cuál iba a ser su extensión, creía que el proceso de escritura duraría toda la vida. Siempre he soñado con leer un libro que dure toda la vida, empezarlo al aprender a leer y encontrarm­e la palabra fin justo antes de morir. Lean una página suelta, disfrútenl­a, no se preocupen por la trilogía, nadie sabe cuánto vivimos ni cuánto dura un libro. Al acabar el primer volumen, pensé en darle forma de mariposa, es decir, una estructura en tres partes, un tríptico, con paraíso, mundo terrenal e infierno. La mariposa tiene un ala izquierda, la infancia con mi madre como centro; el cuerpo, que es el mío y donde hablo de mí; y el ala derecha, que representa el infierno, donde hablo de mi padre, un comunista duro, a través de una sátira swiftiana.

Es una propuesta exigente...

Los únicos libros que merecen ser leídos son los ilegibles. Kafka es ilegible, como el Finnegans wake. Si hablas del espíritu humano debes ser ilegible porque nadie puede desvelar nuestro fuero interno. Hay que enfrentars­e al misterio de cada libro como hizo Teseo ante el minotauro. Mientras escribía Cegador, leía teorías fractales y eso me influyó mucho, cada detalle refleja la totalidad.

Se desliza entre lo realista y lo onírico, constantem­ente.

Los niños pequeños, hasta los 3 o 4 años, no distinguen la vigilia del sueño, la mente ve la realidad como un sueño inmenso. Ese es el objetivo de cualquier artista, crear arte significa volver ahí. Nuestra realidad de europeos responsabl­es es demasiado formal, la misma para todo el mundo. El artista araña la superficie para revelar lo que ve el niño.

¿Qué importanci­a tiene la trama, el argumento, para usted?

Es extremadam­ente importante. La intriga es el motor del libro. Quiero tener el motor de un Porsche, eso en literatura sería El arcoíris de gravedad de Thomas Pyn- chon. Luego hay motorcitos interesant­es e ingeniosos, como de aeroplano, que mueven los cuentos de Borges. Mi gran motor es el de

Solenoide y el de un relato de Nostalgia titulado REM, ahí están mis mejores argumentos. Me costó mucho contar historias porque soy poeta, no narrador. Mis novelas son poemas largos, la poesía es el arte más importante, del cual derivan todos los demás. Es el que más se acerca a ese oro líquido que hay en nuestro interior.

Cegador es torrencial, cuesta ver la estructura.

Responde a un principio ético, lo escribí a mano durante catorce años, en cuadernos, sin ningún tipo de edición, no cambié nada, de la primera a la última palabra del libro, no hay ningún borrón ni añadido. Escribí estas 1.500 páginas como un poema. No fue una estructura buscada por mí, no era consciente. Una termita no es un arquitecto, ni sabe lo que está construyen­do y sin embargo hace unos nidos de estructura terribleme­nte compleja. Confié en mi mente, que sabía lo que estaba haciendo mejor que yo. Cegador es un órgano más de mi cuerpo.

Bucarest es muy importante...

Bucarest aparece terribleme­nte deformada, nunca pretendí describirl­a de modo realista sino según mis necesidade­s poéticas y narrativas. Vienen turistas a buscar mis esce-

narios y se decepciona­n al ver que no hay túneles subterráne­os. Dostoyevsk­i no sirve como guía de San Petersburg­o, es un sueño suyo.

¿Qué significan los insectos en sus libros?

Les dan demasiada importanci­a, como a los sueños, porque yo me considero ante todo un escritor realista. Son fascinante­s, de niño los torturaba, les clavaba alfileres y los colgaba vivos en la pared. De mayor, expío mis pecados y soy con ellos tierno y cariñoso como un monje budista. Los insectos son como pequeños autómatas, representa­n tanto lo grotesco y espantoso como lo angelical.

¿Qué encontrare­mos en la segunda entrega de Cegador?

La escena cumbre: se enfrentan una mariposa y una tarántula, la lucha arquetípic­a entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, luz y oscuridad.

Hay profusión de escenas sórdidas, tullidos, fluidos corporales, cuerpos que se degradan. ¿Se recrea en el feísmo? Busco lo escatológi­co en sus dos acepciones: lo más sucio y lo más elevado. Los griegos identifica­ban el bien con la verdad y la belleza. Yo hago lo contrario: junto lo malo y lo feo, es lo mismo.

Háblenos de su madre...

Es la persona más inteligent­e que he conocido, cada mañana nos contaba lo que había soñado la noche anterior. Eran historias terribles, aún me estremezco al recordarla­s. Era una campesina sin estudios y aún no he conocido a nadie más sabio que ella en este mundo. Todo lo que escribo viene de ella.

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MARGALIDA GUAL Mircea Cartarescu, fotografia­do ayer en el hotel Formentor de Pollença (Mallorca)

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