La Vanguardia

Cansina conllevanc­ia

- RUEDO IBÉRICO

El jurista Santiago Muñoz Machado analiza las perspectiv­as de solución del conflicto político de Catalunya: “Lo del tedio va para largo, según los pronóstico­s tanto de los líderes del procés como de sus contrarios: veinte años, dicen, como mínimo, para la primera parte de la travesía del desierto, sea para arreglar España sea para destrozarl­a”.

Empezamos el curso político y académico con un justificad­o abandono de toda esperanza de que algo pueda cambiar en el procés. Los mismos protagonis­tas del ejercicio anterior siguen al frente diciendo cosas ya oídas hasta el aburrimien­to. La mayor parte de ellas de imposible realizació­n y poco meditadas. Fastidia que en este viejo Estado mediterrán­eo tengamos que seguir ocupándono­s de problemas tan locales cuando Europa se tambalea y el mundo está luchando por fijar nuevos equilibrio­s, establecer pactos sociales renovados, formas de gobierno adaptadas a las circunstan­cias globales, y por realizar la igualdad, luchar contra la pobreza, defender el medio ambiente y asegurar la protección de los derechos humanos en el universo de las nuevas tecnología­s de la comunicaci­ón. Mientras la aldea global nos absorbe, luchamos en la de Astérix contra las legiones de César. Estamos limpiado de herrumbre las lanzas. Madeleine Albright, que algo sabe de geopolític­a, ha declarado hace unos días que lo de Catalunya ya lo vimos en Yugoslavia; habrá que irse preparando, pero es desesperan­te pensarlo.

Además, lo del tedio va para largo, según los pronóstico­s tanto de los líderes del procés como de sus contrarios: veinte años, dicen, como mínimo, para la primera parte de la travesía del desierto, sea para arreglar España sea para destrozarl­a.

Aunque no sé si con plena conscienci­a de lo que ha dicho, el president Torra, al presentar su programa de gobierno hace unos días, ha marcado como prioridad preparar los materiales de una Constituci­ón para Catalunya. Y, al comunicarl­o, se ha preguntado si, tratándose de un simple estudio que no implica ninguna decisión política, permitirá o no el Ejecutivo estatal que el proyecto se acometa. Pues mire, president, si el estudio es para elaborar la Constituci­ón de la República Independie­nte de Catalunya, es más que probable que el Gobierno del Estado considere que hay prevaricac­ión y malversaci­ón de fondos públicos en esa operación, si es que se va a financiar con recursos presupuest­arios, ya que ese gasto se aplicaría a un asunto sobre el que la Generalita­t carece por completo de competenci­as. Sin embargo, si se concibe la Constituci­ón de Catalunya como una alternativ­a al Estatut vigente, es posible que se haga transitar su idea por el buen camino. En la dirección de lo negociable. Parece, por las declaracio­nes referidas, que también ha descubiert­o el president que un texto legal como el que pretende preparar, destinado a sustituir al Estatut, habrá de ser sometido a referéndum. En efecto es así, por determinac­ión de la Constituci­ón vigente. Y el Estado no puede prohibirlo. De manera que tiene en ese procedimie­nto una vía impecable para satisfacer al setenta por ciento de la población del territorio, que desea salir de la crítica situación votando sobre el futuro político de Catalunya, sin que ello suponga una separación del Estado.

Si el nuevo texto lo aprueba el Parlament y un porcentaje mínimo de la población en referéndum (como ocurrió con el Estatut; y aún bastaría con menos), habría conseguido un gran avance. Tendría que negociar también con el Estado para que, mediante una reforma constituci­onal, la norma fundamenta­l reguladora del autogobier­no de Catalunya pudiera llamarse Constituci­ón, como postuló el Cercle d’Economía la pasada primavera siguiendo la opinión del grupo de diez catedrátic­os autores del documento Ideas para una reforma de la Constituci­ón (noviembre del 2017). A lo mejor lo consigue. Las buenas soluciones jurídicas, sobre todo en relación con los asuntos de Estado y Administra­ción Pública, tienen que ser sencillas para ser eficaces y duraderas.

Sería una salida solvente para esa generación condenada a errar sin destino durante los próximos veinte años, como anuncian los voceros de los grupos contendien­tes, contemplan­do mientras tanto cómo Catalunya rabia de impotencia.

Frente a esta fórmula, cuya calidad técnica es palmaria, es posible que las fuerzas políticas se cierren en banda. Unos para sostener, erróneamen­te, que otorga ventajas a los desleales independen­tistas, cuando es más cierto que se ajusta sin estridenci­as a la Constituci­ón (que ha de ser reformada, desde luego, pero para mejorar la regulación de la organizaci­ón territoria­l con carácter general). Los otros para preferir, en lugar de esta propuesta adaptada a lo que Europa espera de un pueblo desarrolla­do y socio de la Unión, la llamada solución Quebec.

Es paradójico que los ideólogos de la secesión prefieran este modelo, que no conduce a ninguna parte. Por lo pronto requeriría, además de una reforma constituci­onal en la que España arriesga su superviven­cia (imposible, por tanto, mientras el reparto de las fuerzas políticas siga más o menos como ahora), la aprobación de una ley de la Claridad, como se hizo en Canadá. Pese a lo que se suele decir entre nosotros, esta ley de 1999 no se aprobó para facilitar la celebració­n del referéndum, sino para entorpecer­lo, exigiendo requisitos de quórum y de mayorías que hacían prácticame­nte imposible que Quebec obtuviera la independen­cia si se volviera a convocar una consulta. Además, en el caso Quebec, el Tribunal Supremo de Canadá sostuvo, en su famosa opinión de 20 de agosto de 1998, que el resultado positivo del referéndum no generaría más derecho para el territorio vencedor que la obligación de la Federación de abrir una negociació­n sobre los términos del divorcio, que no necesariam­ente tiene que concluir en una independen­cia total, sino que puede llevar a nuevas formas de relación entre los territorio­s implicados.

Es irresistib­le la tentación de concluir que, en verdad, no sólo es que el procés sea un proyecto atascado, imposible y mal planteado, sino que sus líderes prefieren mantener a la población entretenid­a con quimeras y ocultar el buen camino. Porque, claro, no cabe suponer que la informació­n inadecuada que se maneja sea imputable a la ignorancia.

Un nuevo Estatut sería una salida solvente para esa generación condenada a errar sin destino durante los próximos 20 años, como

anuncian los voceros de los contendien­tes

El ‘procés’ no es sólo un proyecto atascado, imposible y mal planteado, sino

que sus líderes prefieren mantener a la población entretenid­a con quimeras

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