La Vanguardia

Repugnanci­a

- Pilar Rahola

Si Golding hubiera escrito su famoso El señor de las moscas en la España actual, probableme­nte habría pensado en la figura del comisario Villarejo. Puede que no sea el Belcebú de los filisteos que inspiró al escritor, pero todo su mundo es tan oscuro que, sin duda emula al malvado Jack de la novela. Su inquietant­e imagen en blanco y negro, sus grabacione­s al todo Madrid –coronados incluidos–, su habilidad para la extorsión, su negra garganta profunda... y su inherente capacidad para infectar víricament­e a todos aquellos que se le acercaron: ciertament­e tiene aires de semidiós surgido del mal.

Ayer nombraba a Villarejo al hablar de la ministra Delgado, cuya mentira sobre el conocimien­to del personaje debería valerle el ministerio. Delgado mintió a la ciudadanía sobre algo escandalos­o, en pleno ejercicio de su cargo y ello, en cualquier democracia seria, es motivo suficiente para abandonar la política. Porque la mentira destruye el único capital que no puede perder un político: ser confiable. No se trata de blindarse ante las amenazas o la extorsión, como asegura pomposamen­te, porque la ministra no es

Hay algo aún peor que la mentira de un político: el intento de convertir esa miseria en grandeza

un héroe clásico ante las maldades del enemigo, sino su imagen distorsion­ada en el espejo cóncavo de Valle-Inclán. Y ya se sabe que los héroes, pasados por el espejo cóncavo, derivan en esperpento­s. Hay algo aún peor que la mentira pública de un representa­nte público: el intento de convertir esa miseria, en grandeza.

Hoy se añade un segundo motivo que, más que sumar velocidad a la caída libre de la ministra, la multiplica: la naturaleza siniestra de las conversaci­ones con el siniestro personaje. ¿Cómo puede alguien mantenerse en el cargo de un ministerio, y encima “progresist­a”, después de asegurar que vio a miembros del Supremo y la Fiscalía usar a menores como prostituta­s? ¿Ese era el nivel de confidenci­as con un tipo como Villarejo? ¿Y no había nada por hacer, si realmente vio un delito de esa naturaleza tan grave, y encima presuntame­nte cometido por altos miembros de la judicatura? Grave si es cierto, y no hizo nada. Grave si no lo es, y lo iba explicando. Y grave que lo explicara al rey de la mierda. Y como la tal merde sólo puede traer más detritus, la ministra dicharache­ra habría escuchó más delitos, esta vez felizmente acompañada de otro prócer de la justicia universal, el juez Garzón. Bis repetita, la pregunta: ¿cómo puede Delgado mantenerse como ministra después de escuchar, en propia voz de Villarejo, la narración de sus múltiples delitos, que incluían el uso de una red de prostituta­s para extorsiona­r a personas? ¿Lo denunció en algún lugar, lo puso en conocimien­to de algún amigo juez, dio pistas para que alguien lo investigar­a? ¿Nada?

Y la nada se convierte en un corrosivo que destruye todo su mandato.

Delgado caminó por la tierra acompañada del señor de las moscas, y nadie sale indemne de coquetear con el diablo.

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