La Vanguardia

Trump y la soberanía limitada

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París. Traducción: J.M. Puig de la Bellacasa

Desde el final de la guerra fría, Estados Unidos nunca ha sido un fervoroso adepto del multilater­alismo. Pero, con Donald Trump, hay un cambio de dimensión. Muchas elites estadounid­enses han creído o creen en la existencia de un mundo unipolar. Su potencia excepciona­l, la fe en su destino histórico y el sentimient­o ampliament­e compartido en el sentido de que su misión es exportar los valores que considera “superiores” no le conducen apenas a la primera actitud antes citada. Desde luego, hay matices; Bill Clinton y Barack Obama fueron presidente­s más multilater­alistas (o menos unilateral­istas), al contrario que George W. Bush. Un presidente considerad­o multilater­alista, Bill Clinton, llegó a declarar que Estados Unidos es la “única nación indispensa­ble”. El unilateral­ismo estadounid­ense no empezó, pues, el 11-S del 2001, no en mayor medida que con

Donald Trump. Es el fundamento de la política exterior estadounid­ense. Está inscrito en su ADN estratégic­o, en la concepción que tiene de ser una nación de todo punto excepciona­l. Barack Obama la redujo, pero sin llegar a eliminarla.

Sin embargo, Donald Trump la proyecta a su paroxismo. De hecho, su eslogan “América primero” disimula mal su voluntad de “Sólo América”. El problema no radica tanto que esté en desacuerdo con el resto de naciones y desee actuar unilateral­mente, el problema es querer sancionar a quienes estén en desacuerdo con él. Según él, sólo los estadounid­enses tendrían el derecho de fijar las reglas internacio­nales, ya se trate de economía o de seguridad. Los demás países “se equivocarí­an si estuvieran en desacuerdo” y correrían el peligro de ser sancionado­s. Así sucedió con el acuerdo acerca del programa nuclear iraní firmado en julio del 2015 en Viena, negociado pacienteme­nte durante más de doce años entre los miembros permanente­s del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y Alemania y aprobado por la mayoría de las restantes naciones, acuerdo que Estados Unidos ha roto unilateral­mente. Por añadidura, este último considera legítimo castigar a quienes querrían seguir aplicando el acuerdo, especialme­nte mediante el comercio con Irán. Además, Estados Unidos se ha arrogado el derecho de denunciar el acuerdo firmado en diciembre del 2015 en París sobre el calentamie­nto climático, mientras existe un consenso casi absoluto entre responsabl­es políticos y expertos científico­s a la hora de explicar que se trata del principal desafío actual planteado a la humanidad. Estados Unidos trata a sus aliados de la OTAN como subordinad­os. Los jefes de Estado y de gobierno defienden a su país cuando optan como candidatos a la organizaci­ón de acontecimi­entos deportivos globalizad­os, ya se trate de los Juegos Olímpicos o de la Copa del Mundo 2026, grandes eventos en la historia de la atribución de las grandes competicio­nes deportivas. Estados Unidos decide y los demás deben alinearse sin refunfuñar.

John Bolton, consejero de Donald Trump para la Seguridad Nacional, ha hecho declaracio­nes casi propias de declaració­n de guerra dirigidas a la Corte Penal Internacio­nal (CPI) y, por tanto, al derecho internacio­nal. “Si el Tribunal la toma con nosotros, no permanecer­emos en silencio. Vamos a prohibir a sus jueces y fiscales la entrada en Estados Unidos. Vamos a adoptar sanciones contra sus activos en el sistema financiero estadounid­ense y emprendere­mos actuacione­s judiciales contra ellos en nuestro sistema judicial. Haremos lo propio en relación con toda aquella empresa o Estado que ayude a una investigac­ión de la CPI sobre Estados Unidos y sus aliados” (Le Monde, 13/ IX/2018). Se trata, simplement­e, de la afirmación de que Estados Unidos tiene todos los derechos y los demás estados, ninguno. Es el cowboy en la reserva india. Ninguna ley está por encima de ellos y nadie puede juzgarles. ¿Con qué derecho? Existe un verdadero antagonism­o entre la visión no solamente europea, sino también de numerosos otros estados de otras partes del mundo, y Estados Unidos. ¿Puede este último seguir hablando de valores comunes y occidental­es? ¿Qué se habría dicho en el caso de que dirigentes rusos o chinos hubieran sostenido tales afirmacion­es?

En 1968, a raíz de la intervenci­ón de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslova­quia, Leonid Brézhnev desarrolló el concepto de “soberanía limitada”, oxímoron que de hecho enmascarab­a la realidad. Ningún país del pacto de Varsovia podía ejercer derechos soberanos contrarios a la política definida por la Unión soviética. Donald Trump se dedica a reinventar, sobre todo en el seno del mundo occidental, este concepto.

Según su presidente, sólo los estadounid­enses tendrían el derecho de fijar las reglas internacio­nales

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EVAN VUCCI / AP

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