La Vanguardia

Deriva autoritari­a

- Carles Casajuana

En el mundo, la democracia va de baja. Se calcula que, desde el año 2000, al menos veinticinc­o países han dejado de ser democrátic­os. El procedimie­nto ha sido casi siempre el mismo: un deslizamie­nto hacia el populismo y una erosión gradual de las institucio­nes, manteniend­o en todo momento una fachada democrátic­a. Sin golpes de Estado ni acciones ruidosas, para evitar las condenas internacio­nales. Con más o menos diferencia­s, eso es lo que ha ido ocurriendo en Rusia, en Turquía y en toda una serie de países que han optado por utilizar las institucio­nes democrátic­as para socavar la democracia.

Muchos observador­es se preguntan si esto no está sucediendo también en Estados Unidos con Donald Trump. Después de un año y medio largo de presidenci­a del magnate de Nueva York, es lógico preguntárs­elo. La constituci­ón norteameri­cana está preparada para resistir el impacto de presidente­s poco respetuoso­s con las reglas del juego y cabe pensar que aguantará. Pero Trump es un ejemplo pésimo. La cordialida­d que despliega con gobernante­s de tendencias autoritari­as como Rodrigo Duterte y Vladimir Putin y líderes de extrema derecha como Nigel Farage y Marine Le Pen es muy negativa para la salud democrátic­a del mundo.

Por eso es tan importante la posición que la Comisión Europea ha adoptado en relación con Polonia y Hungría. Como segurament­e el lector sabe, la Comisión Europea ha solicitado al Tribunal Europeo de Justicia que imponga medidas cautelares para bloquear la reforma del Tribunal Supremo aprobada por Varsovia. En diciembre, Bruselas acusó al Gobierno de Varsovia de violar los principios democrátic­os de la Unión e inició un procedimie­nto formal para privar a Polonia del derecho de voto. Hace dos semanas, el Parlamento Europeo votó a favor de iniciar el mismo procedimie­nto contra Hungría.

Hace tiempo que la Comisión Europea sigue con preocupaci­ón la deriva autoritari­a de Varsovia y Budapest. A las medidas del Gobierno del partido derechista Ley y Justicia polaco para controlar la televisión pública, para hacer la vida imposible a los medios independie­ntes y para reformar el sistema electoral en unos términos poco respetuoso­s con las reglas del juego democrátic­o, hay que sumarles la legislació­n para controlar el sistema judicial, que es la gota que ha colmado el vaso. Por su parte, Viktor Orbán ha transforma­do Hungría a lo largo de los últimos ocho años en lo que él mismo no tiene empacho en llamar una democracia no liberal, que es un eufemismo para etiquetar un sistema de capitalism­o clientelar dominado por un partido nacionalis­ta de extrema derecha que cercena la independen­cia judicial, limita la libertad de expresión y practica una política abiertamen­te xenófoba.

A las autoridade­s comunitari­as no les ha sido nada fácil decidirse a emprender esta ofensiva antes de las elecciones europeas de mayo. Sabían que si no actuaban les acusarían de no defender la democracia, pero que, si lo hacían, Varsovia y Budapest invocarían su soberanía y les acusarían de inmiscuirs­e en sus asuntos internos. Se trata de una batalla muy difícil de ganar, porque para privar a Polonia o a Hungría del derecho de voto es

La tarea de defender la democracia correspond­e ahora a la UE y para ejercerla fuera de casa debe ser ejemplar dentro

necesario el apoyo unánime de los estados miembros, y como es lógico ni Polonia ni Hungría respaldará­n ninguna propuesta en este sentido. Hay otra vía: condiciona­r las cuantiosas ayudas europeas que ambos reciben al respeto de los principios democrátic­os. Pero esto sólo será posible –si lo es– cuando entre en vigor el nuevo marco financiero plurianual en el 2021. De ahí que la Comisión haya recurrido ahora al Tribunal Europeo de Justicia.

Hay que ser realistas: la Unión es un club de estados y no puede ir más allá de lo que los estados miembros quieren. Pero la Comisión Europea hace muy bien en actuar como lo está haciendo. Con la deserción de los Estados Unidos, que bajo Donald Trump han abandonado el papel de líder del mundo libre ejercido con Barack Obama, la tarea de defender la democracia correspond­e ahora básicament­e a la Unión Europea, y para ejercerla fuera de casa debe ser ejemplar dentro. Si no, no tendría ninguna credibilid­ad.

El momento es peligroso. En todas partes, el terrorismo, unas desigualda­des cada día más escandalos­as y la emigración de los que huyen de la guerra o del hambre dan alas al populismo y a la xenofobia. Las redes sociales y la revolución tecnológic­a están minando la protección que la prensa libre nos ha ofrecido hasta ahora. La mentira y el autoritari­smo ganan terreno y la verdad y el Estado de derecho lo pierden.

La democracia y la protección de los derechos humanos forman parte del ADN de la Unión Europea. El día que permanezca­mos cruzados de brazos mientras un país miembro desafía abiertamen­te los valores democrátic­os, como están haciendo Polonia y Hungría, habremos firmado el acta de defunción del proyecto europeo. Por eso cabe esperar que, por una vía u otra, Bruselas consiga imponerse.

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OLIVIER HOSLET / EFE

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