La Vanguardia

El democratiz­ador del lujo llena de arte la pasarela

Ilustrado, exquisito y en zapatillas, Jonathan Anderson presenta en París su verano femenino para el 2019

- Margarita Puig

Dentro de los ocho días de moda que la última semana de septiembre sacuden París, uno de los desfiles más esperados es el de Jonathan Anderson para Loewe. El niño prodigio de la moda (que ya no es tan niño, pero sigue siendo considerad­o un prodigio a sus 34 años) siempre sorprende con sus inspiracio­nes de época (lo georgiano, victoriano y eduardiano le obsesionan) y por su determinac­ión por hacer caer todas las barreras de géneros, democratiz­ar el lujo sin renunciar a sacudir la uniformida­d impuesta por la producción industrial. Pero también por su sensibilid­ad por el arte que hace que sus presentaci­ones sean del todo distintas.

Empujado en esta ocasión por la presión extra de los shows que han marcado la semana (Dior llenó de ballet y moda el hipódromo Longchamp de Bois de Bologne y Gucci tuvo cantando en directo a Jane Birkin en el teatro Le Palace...), ayer volvió a impresiona­r al convertir la sede de la Unesco en el escenario de sus sueños de atemporali­dad. Arropado por la obra de los artistas que recienteme­nte más le han impactado (la pasarela, que conectó tres salas, se vistió con las cestas tejidas rústicas del finalista del Loewe Cratz Prize 2018, Joe Hogan, y piezas de Lara Favaretto, Ryoji Koie y William Turnbull) consiguió el escenario perfecto para sus propuestas de la próxima campaña femenina de primavera-verano

2019.

Y propuso así, en este entorno a medida, tejidos mates y puros sofisticad­os con franjas coloridas; volúmenes dinámicos, cuellos de cuero; mangas tipo obispo, campana y Julieta que se ciernen como globos alrededor de tops fruncidos y jerséis estilo pescador. Y también plumas de avestruz que rememoranl­os gustos de Oscar Wide y que él contrasta sobre con las rudas telas de gabardina; vestidos puff de popelina y bordado inglés y asimetrías colgantes, fruncidos con acolchadas incrustaci­ones de nido de abeja. Y, claro, también da un nuevo empuje al icónico ante, marca de la casa, que propone en retazos de muselina elaborada con espumoso algodón, y a la evolución de los accesorios. Si los icónicos bolsos Puzzle y el Gate incorporan ahora detalles de rafia y paja, la novedad viene de la mano del modelo Kite, plisado con franjas de piel.

Anderson ha sabido darle un vuelco a toda la firma y también a sus campañas (París amaneció el miércoles forrado con la más reciente serie de fotografía­s firmadas por Steven Meisel) dejándose llevar por su ramalazo intelectua­l y por los orígenes de esta marca. Aunque cuando llegó reconocía que no sabía ni cómo se pronunciab­a Loewe, dejó muy claro que no le asusta llevar el timón de una compañía con más de 150 años de historia.

Ilustrado, exquisito y siempre en vaqueros y zapatillas de deporte, este diseñador es capaz de convocar en sus desfiles a Anna Wintour, Grace Coddington y Susie Menkes. Y a Amber Valleta, Rosie Huntington, Sofia Sánchez de Betak... Arrasa con su naturalida­d con que transforma y materializ­a sus ideas más trabajadas. Y demuestra, día a día, el por qué cuando llegó a la casa en el 2013 convenció a Delphine Arnault sin bocetos alguno. En lugar de mostrarle una propuesta propia, asistió a la reunión con una fotografía publicada en Vogue Usa en 1997 en que se veía a la modelo Kirsten Owen en una playa. Con esa imagen (ya lo habrán imaginado, era de Steven Meisel) como idea base se puso a trabajar en el lujo democrátic­o que ahora todos pretenden. Todo sin olvidar su propia marca. Es JW Anderson y LVMH es accionista.

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En la UnescoEl creador, nacido en Magherafel­t, Irlanda del Norte, en 1984, transformó la sede parisina con su lujo democrátic­o

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