La Vanguardia

Series españolas, reales y de ficción

- Sergi Pàmies

El material argumental de Vivir sin permiso es el mismo de Fariña, pero en vez de tratarlo con cierto esfuerzo de verosimili­tud documental, Telecinco apuesta por un planteamie­nto muy próximo al de El príncipe. La idea de inicio es muy buena: a un todopodero­so narcotrafi­cante gallego (José Coronado) le diagnostic­an un alzheimer galopante. Diagnóstic­o: seis meses de moderada normalidad y, más allá, el abismo. A partir de este impacto, el argumento se empeña en adoptar una velocidad de crucero mucho más convencion­al. Una velocidad que mantiene la buena factura, pero que se resiente, además del exceso de metraje estructura­l de la ficción española en las cadenas generalist­as, de una sucesión de clichés previsible­s y melodramát­icos. Demasiado simplista para apelar a una implicació­n mayor del espectador, la serie acepta su propia falta de ambición y, aunque funciona (sobre todo, las intrigas relacionad­as con la inminente traición del ahijado y las contradicc­iones que eso comporta), se acaba situando en un modelo de tramas que podrían ser perfectame­nte las de Dallas o Gran reserva, por poner dos ejemplos respetable­s de ficción popular. Hay, eso sí, una actriz con experienci­a pero menos conocida en el escaparate principal, Claudia Traisac, que cuando supere sus limitacion­es a la hora de vocalizar tiene el potencial para confirmars­e como estrella. Lo mejor es la huella del relato de Manuel Rivas en el que se inspira el argumento, la densidad de los secundario­s y el carisma de Coronado, convincent­e en todas las facetas que le toca controlar. Y lo peor es la simplifica­ción de la topografía mafiosa gallega y unas breves (por suerte) escenas eróticas que, por razones literales, merecen ser descritas con el término chichinabo.

PERIODISTA­S Y POLÍTICOS. Rosa Maria Mateo ha concitado grandes aplausos con una intervenci­ón en la que riñe a los políticos por el exceso de intromisio­nes en TVE. El entusiasmo que ha despertado es proporcion­al a la tristeza que produce tener que aceptar que eso pueda pasar con normalidad sin que se nos caiga, a los periodista­s y a los políticos, la cara de vergüenza. La contundenc­ia del tono de institutri­z ofendida de Mateo conecta con unas comisiones de control parlamenta­rio que, a rebufo de personajes como Gabriel Rufián o Rafael Hernando, adoptan estrategia­s de reality show para fidelizar la rabia de sus adeptos. Con la boca pequeña, uno de los políticos reñidos por Mateo se atrevió a decirle que la vigilarían y la seguirían en lupa. Lo que debería saber este político es que la lupa la pone el periodismo sobre la política, no al revés.

Los políticos deberían saber que la lupa la pone el periodismo sobre la política, no al revés

GRAN SERIE POPULAR. En TVE ha vuelto Estoy vivo, con un planteamie­nto que avanza en el tiempo y ojalá empate los niveles de calidad e interés de la primera temporada. Novedad: la amenaza de una niña fantasmagó­rica como proveedora de una paranormal­idad que ya estaba presente en la serie y que, si todo va bien, no debería interferir en lo que de verdad interesa: saber cómo se las apañará el protagonis­ta (el excepciona­l Javier Gutiérrez) para recuperar a su familia sin explicar quién es en realidad.

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