Series españolas, reales y de ficción
El material argumental de Vivir sin permiso es el mismo de Fariña, pero en vez de tratarlo con cierto esfuerzo de verosimilitud documental, Telecinco apuesta por un planteamiento muy próximo al de El príncipe. La idea de inicio es muy buena: a un todopoderoso narcotraficante gallego (José Coronado) le diagnostican un alzheimer galopante. Diagnóstico: seis meses de moderada normalidad y, más allá, el abismo. A partir de este impacto, el argumento se empeña en adoptar una velocidad de crucero mucho más convencional. Una velocidad que mantiene la buena factura, pero que se resiente, además del exceso de metraje estructural de la ficción española en las cadenas generalistas, de una sucesión de clichés previsibles y melodramáticos. Demasiado simplista para apelar a una implicación mayor del espectador, la serie acepta su propia falta de ambición y, aunque funciona (sobre todo, las intrigas relacionadas con la inminente traición del ahijado y las contradicciones que eso comporta), se acaba situando en un modelo de tramas que podrían ser perfectamente las de Dallas o Gran reserva, por poner dos ejemplos respetables de ficción popular. Hay, eso sí, una actriz con experiencia pero menos conocida en el escaparate principal, Claudia Traisac, que cuando supere sus limitaciones a la hora de vocalizar tiene el potencial para confirmarse como estrella. Lo mejor es la huella del relato de Manuel Rivas en el que se inspira el argumento, la densidad de los secundarios y el carisma de Coronado, convincente en todas las facetas que le toca controlar. Y lo peor es la simplificación de la topografía mafiosa gallega y unas breves (por suerte) escenas eróticas que, por razones literales, merecen ser descritas con el término chichinabo.
PERIODISTAS Y POLÍTICOS. Rosa Maria Mateo ha concitado grandes aplausos con una intervención en la que riñe a los políticos por el exceso de intromisiones en TVE. El entusiasmo que ha despertado es proporcional a la tristeza que produce tener que aceptar que eso pueda pasar con normalidad sin que se nos caiga, a los periodistas y a los políticos, la cara de vergüenza. La contundencia del tono de institutriz ofendida de Mateo conecta con unas comisiones de control parlamentario que, a rebufo de personajes como Gabriel Rufián o Rafael Hernando, adoptan estrategias de reality show para fidelizar la rabia de sus adeptos. Con la boca pequeña, uno de los políticos reñidos por Mateo se atrevió a decirle que la vigilarían y la seguirían en lupa. Lo que debería saber este político es que la lupa la pone el periodismo sobre la política, no al revés.
Los políticos deberían saber que la lupa la pone el periodismo sobre la política, no al revés
GRAN SERIE POPULAR. En TVE ha vuelto Estoy vivo, con un planteamiento que avanza en el tiempo y ojalá empate los niveles de calidad e interés de la primera temporada. Novedad: la amenaza de una niña fantasmagórica como proveedora de una paranormalidad que ya estaba presente en la serie y que, si todo va bien, no debería interferir en lo que de verdad interesa: saber cómo se las apañará el protagonista (el excepcional Javier Gutiérrez) para recuperar a su familia sin explicar quién es en realidad.