Maneras de ser escritor
Mientras usted lee esto, se celebran en Mallorca las Conversaciones Literarias de Formentor, que este año cuentan con gigantes como Mircea Cartarescu o Emmanuel Carrère. Durante tres días, los participantes disfrutan del lujoso hotel Barceló –donde en los años cincuenta mis abuelos belgas fueron de viaje de novios, como Grace Kelly y Rainiero–, y de una cala que invita a un último chapuzón para despedirse del verano. Eso, claro está, si además de escritores no son también periodistas. En tal caso –como Laura Fernández–, no sólo intervienen en su mesa redonda, sino que cubren las demás para enviar sendos artículos.
Uno de los presentes es Lorenzo Silva, que el lunes le preguntaba a Miguel Ángel Hernández si el hecho de publicar libros le da un plus como profesor universitario. “Al contrario, puede ser un inconveniente”, contestaba él. Y Diego Sánchez Aguilar, autor y profesor de secundaria, le daba la razón, ya que no puedes dejar las clases para dedicarte a la promoción. Silva no daba crédito: él es abogado, y siempre le han felicitado y facilitado las cosas, porque para el sector representa un orgullo tener a un escritor de éxito. “En la docencia debería ser igual, mira el prestigio de las carreras de creación literaria en Estados Unidos”, decía. Fue durante la I Semana Internacional de las Letras de la Región de Murcia ExLibris. Hacía un calor pegajoso. Y en el patio de las Claras, el público podía oír a autores como Ray Loriga, Nativel Preciado, Javier Cercas o Cristina López Barrio.
Entre ellos estaba el chileno Alejandro Zambra. Celebró su cuadragésimo tercer cumpleaños en la librería Colette Letras y Tragos, que Raquel Carrasco inauguró en noviembre, romántica, tras dejar un puesto de responsabilidad en una multinacional. En la fiesta improviguntándose sada no faltó el pastel, que compró Antonio Ubero, ni tampoco un grupo de amigos que desafinó la canción típica mientras Hernández grababa un vídeo torcido con el móvil. Habíamos acuñado la expresión “hacerse un Azorín”, e intentábamos darle un significado no demasiado escatológico. También estaba Leonardo Cano, licenciado en Derecho, y hablamos sobre qué es ser escritor, dependiendo del lugar de residencia, la profesión y la época.
Silva pertenece a una generación que vendía ejemplares a seis dígitos. Por la mañana lo había visto revisando en su portátil las segundas pruebas de su próximo libro y pre- por qué el programa InDesign no hace bien las particiones (sobre todo en las palabras que empiezan por des-). Zambra también dedica cada minuto libre a las correcciones, exhaustivo. Anagrama ha recuperado y ampliado su No leer, y él pensaba escribir un No sa- ludar, o incluso un Amigos y enemigos, porque ser escritor implica que, cuando te presentan a otro escritor, a veces te ignora. Si haces crítica literaria, puede ser comprensible. Julià Guillamon se halla en ese lugar peliagudo desde el que analiza la obra ajena y además tiene una propia. Se mueve para promocionar El barri de la Plata, en un sentido literal y literario. Ha recorrido varias veces el Poblenou, a través de los escenarios que aparecen en su libro, acompañado de lectores que luego llenan la Nollegiu para que les firme un ejemplar.
Y el jueves, a petición popular, lo presentó en el mítico Roure, su bar de toda la vida, en Gràcia. Alguien le llevó higos y manzanas. L’Avenç acaba de publicar también la versión en castellano, en cuya portada aparece la muleta del padre del autor, apasionado taurino, que le enseñó a hacer algunos pases (en Arbúcies toreaba pollos). Los padres de Guillamon se conocieron en el café Monumental (ahora es un Consum). Ella era hija bien de Vilarodona; él, un zascandil de Toga. Los abuelos maternos vivían en la calle Neptú, y ya venían a este bar a buscar cerveza de barril con una jarra.
Ante un público numeroso, el periodista Ramon Besa explica que El Roure es el cordón umbilical que le une al barrio; si llega tarde a casa por estar aquí, su mujer no le riñe. Aquí tuvo sus vermuts los domingos, sus noches de copas y, en la época de Domi y Toni, si faltaba sitio, comían en el comedor de la casa: “Quim Monzó dijo que era el único lugar donde aún te servían agua del grifo”. Cerca estaba el Specchio Mágico, en el que Laporta y Rijkaard se reunieron por última vez. Y cuentan los vecinos que ahora puedes ver a Ter Stegen por la calle en patinete. Luego llegó el concierto de Arrels de Gràcia.
No solo los escritores publican libros. La activista Desirée Bela-Lobedde explica cómo es Ser mujer negra en España, en una suerte de memorias publicadas por Plan B que te hacen pensar hasta qué punto somos racistas sin percatarnos. Desde que te pregunten de dónde eres por el color de tu piel o te pidan los papeles, hasta que el rey Baltasar esté pintado, o que haya gente que se disfrace de africano en Carnaval creyendo que, si no tiene intención de ofender, no ofende; pasando por la tortura de alisarse el pelo porque responde al canon (tema que también trata Chimamanda Ngozi Adichie). De eso habló la autora en una Tòmiris repleta sobre todo de chicas jóvenes, acompañada del editor Gonzalo Eltesch. Hay mil maneras de escribir un libro, por mil motivos. Y también de celebrarlo.
Lorenzo Silva considera que debería ser un plus que un docente sea también escritor