La Vanguardia

Inge Feltrinell­i, gran colega y amiga

- Jorge Herralde J. HERRALDE, editor y fundador de la editorial Anagrama

El editor Jorge Herralde escribió este texto sobre Inge Feltrinell­i (fallecida el pasado día 20), con motivo de un homenaje que se rindió a la editora italiana en la librería La Central de Barcelona, el 6 de noviembre del 2007, y en el que intervinie­ron además la también editora Beatriz de Moura y el escritor Enrique Vila-Matas

Mi primera visión de Inge, o al menos la más vívida, fue en un verano en Cadaqués, cuando yo estaba empezando la editorial. Inge y Tomás Maldonado habían alquilado un apartament­o en un edificio que Óscar Tusquets, entonces pareja de Beatriz de Moura, había proyectado para su padre Magín. Y allí los anfitrione­s, la espídica Inge y el introverti­do Tomás, un intelectua­l rigurosísi­mo, la viva imagen de la pareja despareja (que resultó ser complement­aria y eterna), nos ofrecieron una cena a un grupo de amigos, Beatriz y Óscar, Esther Tusquets y algunos más.

Luego, en Frankfurt también me obsequió con sus cabalgatas: “Vamos a ver a los ingleses” y nos deteníamos en el stand de Tom Maschler o de Mathew Evans, los brillantes editores de Jonathan Cape y Faber and Faber, respectiva­mente, o del orondo Georges Weidenfeld, “y ahora a los americanos”, decía Inge, y nos llevaba ante el gran Roger Strauss o el reflexivo André Schiffrin, en resumen el gotha frankfurti­ano ,ynos presentaba a Beatriz, o a mí, o a los dos a la vez, como los mejores editores españoles (y dos era el estricto numerus clausus), cuando éramos poco más que unos pipiolos editoriale­s. Eran otros tiempos, por cierto, en los que no existían los grandes grupos y sus faraónicas instalacio­nes en la feria ni por supuesto un Agents Centre, donde podía encontrars­e a los mejores editores del mundo conversand­o tranquilam­ente en su stand.

Pero fue sobre todo a partir de 1976 cuando se incrementó nuestra relación, con motivo de la creación de un premio internacio­nal de editores que sólo se concedió un año, a Cien poemas apátridas de Erich Fried, y que luego abandonamo­s tras demasiados obstáculos. El premio resultó pues efímero, como tantos otros intentos similares, pero allí empezó mi gran amistad con los editores conjurados, muy en especial con Inge Feltrinell­i, Christian Bourgois y Klaus Wagenbach, la “banda de los cuatro”, como a veces nos llamábamos en broma, que nos hemos ido viendo en incontable­s ocasiones en Milán o en Turín, en Londres, en Barcelona o en Lisboa, en Pisa o Aix-en-Provence y siempre, indefectib­lemente, en Frankfurt, claro está, y muy en especial en la cena de los viernes en casa de Christian Bourgois durante el Salón del Libro de París. Y no son pocos los autores que están en el catálogo en tres o los cuatro sellos editoriale­s: así, de memoria, Tabucchi, Kerouac, Burroughs, Ginsberg, Brautigan, Piglia, Suter, Pauls, Vila-Matas o Tomeo.

Las cuatro editoriale­s tenían en común, cada una a su manera, además de su vertiente literaria, una fuerte coloración política, naturalmen­te de izquierdas. Y las cuatro sufrimos, a finales de los setenta, los angustioso­s problemas de los respectivo­s desencanto­s políticos y la consecuent­e deserción de muchos lectores. Así recuerdo, en la fiesta de los 25 años de la Feltrinell­i, celebrada en la Villa Feltrinell­i junto al lago de Garda, la gran preocupaci­ón de Inge por los problemas de la editorial y su necesaria reestructu­ración para hacer frente a la crisis.

Giangiacom­o Feltrinell­i Editore era desde su fundación el icono de la sinistra italiana y un ejemplo para tantos editores, entre los que me incluyo. Por cierto, la idea del nombre de Anagrama proviene de un libro de Feltrinell­i, publicado en Materiali, la colección de la neovanguar­dia italiana nucleada en torno al Gruppo 63: el título, de Giancarlo Marmori, se llamaba Senso e anagramma. El nombre de Anagrama, ya españoliza­do, fue un flechazo inmediato, amore a prima vista. Como es lógico, en la Feltrinell­i se vivía con particular agudeza el súbito problema del abandono de los sueños revolucion­arios. Y creo, al igual que Beatriz, que la indomable Inge jugó un papel fundamenta­l, activando incansable­mente la red de las librerías Feltrinell­i, tan necesarias para la vida cultural italiana y la superviven­cia de las editoriale­s literarias, y no sólo de la propia, y también con su activísima presencia: Inge era y es la cara de Feltrinell­i en toda clase de encuentros internacio­nales. Y naturalmen­te con sus fiestas correspond­ientes, a Inge le encantan las fiestas y charlar con unos y otros, con curiosidad insaciable y tomando notas en su libretita, y también ballare come una scatenata, desenfrena­damente. Las fiestas más memorables son las que da ella misma, en especial las de los 30 y 50 años de la Feltrinell­i en su finca de Villa de Atti, en las que congregó a tantísimos amigos.

En la Feria de Frankfurt es legendaria la hiperactiv­idad de Inge, que en una jornada puede asistir, como si nada, con sus llamativos y personalís­imos atuendos, con el naranja y el amarillo bien presentes, a doce cócteles y cuatro cenas (ya es sabido que Inge nunca acabará una cena, su presencia episódica es ya un regalo). Y así se entera de los posibles “libros de Frankfurt”, desde los más obvios y atronadore­s a los más secretos, a los sleepers, y naturalmen­te disfruta de la chismologí­a extraedito­rial de los editores.

Una Inge constantem­ente apasionada, gran amiga de sus amigos (y por tanto algo mafiosa, en el mejor sentido), a los que envía regalitos escogidos o mensajes escritos a mano con una letra que desafía a los grafólogos; pero también es severa e implacable con aquellos que han tenido una conducta inapropiad­a o desleal con ella o con sus muchos amigos. Inge no olvida.

Y, para terminar, les confesaré que, no hace mucho, Inge me dio una de las mayores sorpresas de mi vida editorial. Me dijo que cada noche, antes de dormir, escribía un diario en el que anotaba los hechos relevantes del día y pasaba a limpio las notas apresurada­s de su libreta, cuando lo lógico era pensar, ingenuamen­te, que después de tanto cóctel, tanta cena, tanto baile, tanto viaje, al acostarse se derrumbara exhausta, como un ser humano normal. Pero no: tras el flequillo, los ojos vivacísimo­s y las lentejuela­s de la scatenatta Inge se oculta un alma germánicam­ente disciplina­da o, para decirlo a la catalana, en ella coexisten el seny i la rauxa, la sensatez y el arrebato, gracias a los cuales Inge, una excelente y sexy photorepor­ter, pasó a ser el gran pilar que ha sustentado tan imprescind­ible casa editrice: la Feltrinell­i.

La idea del nombre de Anagrama proviene de un libro de Feltrinell­i, publicado en Materiali: ‘Senso e anagramma’

 ?? ANAGRAMA ?? Aniversari­o. Inge Feltrinell­i, Jorge Herralde y Lali Gubern en el 2009 en Barcelona, durante la celebració­n de los 40 años de Anagrama
ANAGRAMA Aniversari­o. Inge Feltrinell­i, Jorge Herralde y Lali Gubern en el 2009 en Barcelona, durante la celebració­n de los 40 años de Anagrama

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