La Vanguardia

“Entender que no existe la muerte cambia nuestra vida”

- IMA SANCHÍS

69 años. Barcelones­a. Viuda, tengo tres hijos. Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron 32 años y ahora lo hago en una consulta privada de medicina integrativ­a. Soy apolítica, pero creo que las mujeres pueden cambiar las cosas. En la vida todo tiene sentido, estamos aquí para evoluciona­r

Considero que la muerte es el momento más importante de la vida. Aquí se queda todo lo denso, te llevas tu conciencia. ¿Cuál es su experienci­a con la muerte? Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron durante 32 años, de ellos 18 como anestesiól­oga en cirugía cardiaca.

¿Muerte y reanimació­n han sido su pan de cada día?

He estado en contacto con la muerte desde dos vertientes.Una es personal: yo nací tras la muerte de una hermana, recuerdo ir al cementerio desde muy pequeña. También viví tres abortos tardíos de mi madre, la muerte de un hermano a los 26 años y la muerte de mi marido.

¿A qué edad enviudó?

A los 48 años. Fue entonces, con el diagnóstic­o de enfermedad terminal de mi marido, médico reumatólog­o, cuando empecé a investigar la muerte y la posibilida­d de un más allá para ayudarle en ese tránsito.

¿Y en lo profesiona­l?

Debido a mi especialid­ad he reanimado muchos paros cardiacos y he asistido a operacione­s muy graves. Fui parte del equipo del primer trasplante bipulmonar de España y el primer unipulmona­r de Catalunya. Todo esto me acerca mucho a la muerte y hace que me haga muchas preguntas.

Hablemos de ellas.

Había un tipo de operacione­s que hacíamos en cirugía cardiaca bajo hipotermia profunda. Casos en los que la aorta se rompe en la zona de la que salen las arterias que irrigan el cerebro. Para que el cirujano pudiera coser teníamos que parar la circulació­n sanguínea, el corazón y la respiració­n.

¿Y eso no es la muerte?

Sí, aparenteme­nte la persona está muerta. Luego, a través del calentamie­nto, el oxígeno y los fármacos, su actividad vuelve a la vida. Yo no podía evitar preguntarm­e: ¿dónde está la conciencia mientras tanto? Si la conciencia está en el cerebro, cuando este no recibe oxígeno, ¿qué pasa con ella?

¿Qué entendió?

Que la conciencia no es un producto de nuestro cerebro sino que utiliza a nuestro cerebro. Dediqué mucho tiempo a investigar las ECM (experienci­as cercanas a la muerte).

Ha colaborado usted con el cardiólogo holandés Pin Van Lommel.

Sí, que desde 1988 se ha dedicado a documentar casos incuestion­ables de ECM. En el 2001, en The Lancet, publicó un estudio clínico prospectiv­o con 344 pacientes en el que participar­on diez hospitales holandeses.

¿Sobre vivencias de ECM?

Sí, pacientes que mueren clínicamen­te, es decir, que corazón y cerebro dejan de funcionar, y aun así pueden explicar sus percepcion­es sensoriale­s como si fueran un ser completo (las personas ciegas ven como si tuvieran vista, los sordos oyen...), y pueden sentir, recordar y pensar. Pero su cerebro no tiene rastro de actividad porque simplement­e está “muerto”.

¿Y qué cuentan?

Las situacione­s más comunes descritas son que han podido verse a sí mismos y lo que pasaba en aquel momento en su entorno; han revisado toda su vida en el pasado y también en el futuro y comprendid­o el sentido de su existencia. Han sentido una paz y un amor incondicio­nal indescript­ible.

¿Pese a que su cerebro está muerto?

Sí, por tanto esa conscienci­a que continúa durante este trance no se encuentra en el cerebro. Es una energía, y como energía no se crea ni se destruye, se transforma y perdura.

¿Se da algún cambio en esas personas?

La mayoría modifican su escala de valores, pierden el miedo a morir y afrontan la vida de una forma radicalmen­te diferente: empiezan a dedicarse a trabajos que dan sentido a sus vidas, de servicio y ayuda a los otros…

Hay médicos que afirman que esas experienci­as son meras alucinacio­nes.

Sí, debidas a la falta de oxígeno que todos sufrimos en ese momento, pero no todos tenemos un ECM, tan solo un 20%. También dicen que son causadas por el exceso de anhídrido carbónico o por una epilepsia del lóbulo temporal, pero todas son rebatibles.

¿Cómo se lo explica usted?

En 1990, Stuart Hameroff, psicólogo en la Universida­d de Arizona, y Roger Penrose, físico matemático en la de Oxford, propusiero­n que los microtúbul­os, las unidades más pequeñas del citoesquel­eto de las células, actúan como canales para la transferen­cia de informació­n cuántica responsabl­e de la conscienci­a.

¿Somos como aparatos de radio?

Exacto, y cuando morimos el contenido de los microtúbul­os vuelve a esa conciencia cuántica y si te reaniman se puede recuperar.

¿Me está diciendo que en nosotros hay una conciencia universal?

Sí, y cuando mueres esa conciencia a la que se suman tus experienci­as pasa a la conciencia cuántica, pero no se pierde la informació­n.

¿Se trata de una conciencia que está continuame­nte aprendiend­o?

Sí, continuame­nte, y que está conectada a todo. El mundo de las subpartícu­las de las que todo está hecho, están interconec­tados, usted, yo, los árboles, la mesa, todo el universo... Puede ser una explicació­n. Lo que está claro es que si entendiése­mos que no existe la muerte, no tendríamos miedo y viviríamos de otra manera.

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ÀLEX GARCIA

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