Miró brilla en París
El museo acoge la mayor retrospectiva desde 1974
Fauve, cubista, surrealista, paisajista, figurativo, abstracto? Joan Miró (1893-1983) fue mironiano. Lo demuestra la retrospectiva que abre el miércoles en el Grand Palais, la más completa en París desde 1974. Con apertura oficial –el presidente Macron– y real –Felipe VI y Letizia–, el viernes.
Es un recorrido por siete décadas de trabajo del artista. En total, 150 obras: pinturas y dibujos, cerámicas y esculturas, libros ilustrados. El comisario es Jean-Louis Prat, legendario director (entre 1969 y 2004) de la Fundación Maeght, amigo del pintor, cronista de su obra.
“La España que contemplas cuando estás ahí, la que añoras cuando estás lejos”, decía Hemingway de La masia (1921-1922), el cuadro que le ganó a John Dos Passos a los dados. Prestado por la National Gallery of Arts de Washington, es la primera obra maestra de la exposición. Porque “es ahí donde Miró encuentra su verdad –Prat dixit–, esa que escapa a toda escuela. Su preocupación extrema por el detalle. Observad el azul del cielo y el marrón de la tierra: los reencontraréis en toda su obra”.
El trayecto tiene quince altos. Un fauve catalán (1915-1917) abre camino. A sus 23 años Miró está en el buen lugar: la Escola d’Art de Francesc Galí, de Barcelona, es una institución privada que predica modernidad en todas las artes. Atraído por la expresividad del color, el joven Joan se define “fauvista catalán”.
Paso al cubismo de 1916-19 :Enla revista Nord-Sud que lee regularmente, Miró sigue los progresos del cubismo. En la galería Dalmau de Barcelona descubre a Picabia y los Delaunay. Pero si adopta la multiplicación de puntos de vista y la alteración de la perspectiva, sus telas tienen poco en común con las de Braque o Picasso.
En Las pinturas detallistas 19181922 vemos cómo Miró pinta lo cotidiano “con el detallismo de un miniaturista”. Enemigo “del provincialismo estrecho”, en 1920, ya en París, escribe a Enric Cristòfol Ricart: “Nunca más Barcelona. París y el campo, hasta mi muerte”.
En Amigos poetas y escritores recala en el taller de la Rue Blomet y en su domicilio en el hotel Namur (39 Rue Delambre, a 200 metros de La Coupole y el Dôme, centros neurálgicos del París artístico), donde Miró se relaciona con quienes hacen vanguardia con palabras. Y los poetas alaban su pintura. El surrealismo (1925-1927) parte en realidad de 1924, cuando Breton publica el manifiesto del surrealismo. Si los signos de Miró inventan un lenguaje, su objetivo es “abolir los límites entre escritura y pintura”.
Los paisajes imaginarios, 1927, con los inviernos en la Rue Blomet, los veranos en Mont-Roig. Los de 1926 y 1927 los dedica a dos series de Paysages imaginaires. Colores saturados y un mundo propio.
El ascenso de los fascismos nos lleva a 1935, y las pinturas salvajes anticipan la guerra de España. Tras Guernica, colores incandescentes y paisajes nocturnos reflejan la desazón de quien ya es un exilado. Pintura sobre masonita (1936): en el verano de la guerra, en Mont-Roig, Miró comenzó 27 pinturas sobre masonita, un aglomerado de madera comprimida. Son “exorcismos violentos e instintivos –dice– frente a los acontecimientos”.
ACONTECIMIENTO A la apertura oficial del viernes se espera la asistencia de los reyes de España y del presidente francés
UN PANORAMA COMPLETO La muestra recorre siete décadas, con 150 obras: pintura, dibujo, libro ilustrado, cerámica, esculturas...
Instalado con su familia en la costa normanda, como Braque, Herbert Read o Queneau, comienza Las
constelaciones (1939-1941), que acabará dos años más tarde en MontRoig. Su exposición en la galería Pierre Matisse, de Nueva York, en 1945, le dará crédito en Estados Unidos.
Otra parada es en el pabellón de la República española (1937). Invitado por el gobierno republicano, como el Gernika de Picasso y La
Montserrat de Julio González, El segador, de Miró, es un acto de resistencia.
También topamos con La Cerámica. En 1917, en Barcelona, Miró hizo amistad con Josep Llorens i Artigas. A él recurre en 1942 para iniciarse en este material “con el que su genialidad se expresará totalmente”, según Prat. Al contrario de los múltiples de Picasso, Miró solo realizará piezas únicas.
En 1966, a partir de objetos encontrados, Miró realiza una serie de esculturas “poéticas, humorísticas y subversivas”, define Prat, que en la exposición tienen también epígrafe propio. A veces, aplicaciones de colores vivos remiten a su encuentro con Calder en 1928.
El gran taller de Mallorca: en 1956 Miró se instala en Son Abrines, en Palma, y su amigo Sert le construye el taller con el que siempre soñó. Autocrítico, rehace o tira obra pasada. Sobre todo plasma su ambición de 1934: “Trascender el caballete”.
Bleu I, Bleu II, Bleu III son los tres azules, pintados entre diciembre de 1960 y marzo de 1961: las únicas obras que –culpa de su tamaño– alteran el orden cronológico del recorrido. Grandes formatos, pintados gracias al espacio del taller mallorquín. Párrafo para Dominique Bozo (1935-1993), responsable de la existencia del Museo Picasso de París (negoció con la familia las donaciones) y, sobre todo, de la reunión, en el Museo de Arte Moderno del Pompidou, de los tres azules.
“Esos azules me llevaron mucho tiempo: no pintarlos sino meditarlos. Dibujaba con mucha precisión y como siempre muy temprano por la mañana. Por la tarde sólo miraba lo dibujado. Me preparaba interiormente. Luego empecé a pintar el fondo. Pero no como un pintor de paredes. Cada movimiento del pincel –contó en 1961 en L’OEil– ,dela muñeca y hasta la respiración de la mano, contaban. Perfeccionar el fondo me daba fuerzas. El combate me agotó. Esas telas son lo que siempre quise hacer”.
La obra última: una pintura cuerpo a cuerpo. Pinta con los dedos, con los puños, camina sobre la tela. A la pureza de los azules sucede el fuego que abrasa sus Toiles brûlées.
“La gente comprenderá paulatinamente –había previsto– que abro puertas hacia otro porvenir, contra las ideas falsas, contra los fanatismos”. Lo anticipó Alberto Giacometti, en 1930: “Para mi, Joan Miró era la libertad absoluta. Lo más aéreo, lo más despejado, lo más ligero de todo lo que yo hubiera jamás visto. Era ya, en cierto sentido, totalmente perfecto”.