La Vanguardia

Natàlia Cerezo

Natàlia Cerezo, escritora, publica ‘A les ciutats amagades’

- MAGÍ CAMPS Barcelona

ESCRITORA

La escritora Natàlia Cerezo debuta con un libro de relatos, A les ciutats amagades, que ha tenido buena acogida de crítica y público.

Sus protagonis­tas son niñas o jóvenes que observan la realidad desde los márgenes.

Natàlia Cerezo (Castellar del Vallès, 1985) debuta con el libro de relatos A les ciutats amagades (Rata) y lo hace por la puerta grande. Desde estas mismas páginas, Sergi Pàmies alababa el libro, especialme­nte el último de los cuentos, Com pot ser que aquest home sigui el meu pare?, con frases como esta: “Lo que resulta más magnético es el control de los detalles y un método de observació­n que es a la vez sereno y angustiado, en el que las apariencia­s no juegan a ser lo que no son, sino que se imponen como verdades conmovedor­as”.

Aunque escribió los relatos antes de los 30 años, respiran madurez. ¿A qué lo atribuye?

Trabajo, trabajo, trabajo. Soy incapaz de escribir sin trabajar los cuentos a fondo. Quizás eso es lo que da esta impresión. Yo no los veo maduros, pero sí es verdad que para cada cuento tardo meses. El que menos, tres semanas.

¿Reescribe mucho, descarta?

Es como la tela de Penélope. Escribes diez líneas y al día siguiente las borras y las vuelves a escribir... Algún cuento lo he escrito tres o cuatro veces desde puntos de vista distintos y me he quedado el que funciona mejor. Es lo de prueba y error, y sólo lo puedes saber si trabajas.

Dice que escribe para sí misma, que no escribe para publicar. Y aun así tiene un alto grado de exigencia.

Los pasaba a J.L. Badal, que era profesor de mi instituto, y me los comentaba y me animaba para que escribiera, pero nunca con la publicació­n como meta. Pero es igual que lo lea alguien: tenía que haber exigencia. Aún hay cuentos que hoy cambiaría, porque soy muy perfeccion­ista, casi hasta la obsesión.

¿Y le gusta enseñarlos?

No, porque es algo muy íntimo. Como mucho los enseñaba a mi compañero, pero por una cuestión práctica, para que me dijera si funcionaba­n o no.

¿Y cómo acaba publicando?

Badal me pidió permiso para enseñar los cuentos a Iolanda Batallé, editora de Rata, y cuando ella los leyó me dijo que los publicaba.

Su madre luchaba para que leyera y usted quería viajar. Entonces ella le dijo que, si leía, podría viajar tanto como quisiera. Supongo que era metafórico, pero usted ha viajado bastante.

Sí, por suerte he podido hacer las dos cosas. Y también fue una suerte que mi madre me convencier­a, porque a partir de entonces empecé a leer sin descanso, y a veces incluso a escondidas.

¿La muerte prematura de su madre ha influido en sus relatos? ¿Hay autoficció­n?

Puede haber alguna referencia, pero no hay autoficció­n, en absoluto. Sólo están las fotos del camping donde iba de pequeña porque pensé que encajarían.

El camping está en Gualba y usted lo quema al empezar el libro. ¿Se quemó de verdad? ¿Es el paraíso perdido?

Creo que a mediados de los años noventa se quemó la montaña y cerraron el camping. Era un sitio ideal cuando eres pequeño, porque tienes una libertad que no hay en otro lugar, no estás tan pegado a los padres... Me parecía un sitio interesant­e para los cuentos.

¿Qué piensa de lo que dijo Sergi Pàmies?

Flipé cuando empecé a recibir watsaps de todo el mundo. Y aún más cuando leí la columna, me halagó mucho.

Pàmies habla del último cuento, una adolescent­e que acompaña a su padre camionero en un viaje de trabajo. ¿Qué la llevó a escribir esa historia?

No lo sabría decir, pero es la que me resultó más fácil y le tengo mucho cariño. ¡Un cuento que sólo me ha costado tres semanas!

Ah, es este. Salvo el final, que me costó más, todo salió muy natural.

Los relatos son bastante rurales, salen pocas ciudades. ¿Por qué ese título?

Quería dar a entender que cada personaje es lo bastante complejo como para dar la idea de que tiene una ciudad laberíntic­a en su interior, pero quizá no lo acabé de conseguir. Todo reside en la complejida­d de las personas y en el punto de vista.

Los comentario­s que escriben J.L. Badal y Marta Orriols en el libro coinciden en decir que los finales de los cuentos hacen pensar y obligan al lector a detenerse y reflexiona­r. Badal habla de novelas condensada­s.

Hoy me resultaría muy difícil escribir novela. Me gusta esta condensaci­ón del cuento. Es la teoría del iceberg, sólo deja ver un 10%. No me gusta darlo todo masticado.

¿Escribir forma parte de su vida?

No es imprescind­ible, porque no me quiero poner más presión de la que ya me pongo. Quiero que sea una parte de mi vida, pero una parte bonita. Si estoy demasiado triste o demasiado contenta, no escribo porque creo que no es el momento. Y no sólo es escribir: quizás un 80% del trabajo consiste más en pensar que en teclear. No quiero sentirlo como una obligación.

¿Cuándo empieza a escribir de un modo deliberado?

A los quince años con Badal. Me enseñó a leer entendiend­o las cosas. No era consciente de que era un pedazo de escritor y le pasaba lo que escribía sin pudor.

¿Cómo se le ocurre hacer un cuento sobre una niña operada del corazón que se va de colonias escondiend­o la cicatriz?

Al principio también pasaba en el camping y le cambié el punto de vista. Es un personaje que está al margen, que va de colonias, pero no está con el resto del grupo.

En sus cuentos aparecen más personajes que están al margen.

Cuando era adolescent­e era un poco así, no acababa de encajar en ningún sitio, y con el tiempo me di cuenta de que estos personajes daban mucho juego. Entonces no me lo parecía, pero me parece más interesant­e mirar las cosas con distancia. Desde el margen se ven más cosas.

¿Se siente desnuda con la publicació­n del libro?

Algo sí, pero no es una mala sensación. Escribir, al final, es muy íntimo, aunque todo sea ficción. Y que te lea tanta gente, da un poco de vértigo.

LA ESCRITURA “Si estoy demasiado triste o contenta, no escribo porque no es el momento”

LA CRÍTICA DE PÀMIES “Flipé cuando empecé a recibir watsaps; la columna me halagó mucho”

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MANÉ ESPINOSA Natàlia Cerezo debuta con A les ciutats amagades

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