La Vanguardia

Movilizaci­ón y avance

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La situación política un año después de la celebració­n del 1-O; y la expansión internacio­nal de las empresas de infraestru­cturas españolas.

SE cumple hoy un año del referéndum por la independen­cia que convocó a casi 2,3 millones de votantes, a pesar de las 52 cargas policiales en colegios electorale­s en busca de urnas y papeletas por orden judicial. Dejaron alrededor de mil heridos y contusiona­dos, y un archivo de imágenes que sorprendie­ron desagradab­lemente, y mucho, a la opinión pública internacio­nal. Un año después, hay más de 850 encausados, veinticinc­o de los cuales serán juzgados por el Supremo a principios del 2019 por rebelión, malversaci­ón y desobedien­cia. De estos últimos, siete se hallan en el extranjero.

Si se analiza por los resultados, es evidente que el pulso con el Estado no le ha ido bien al soberanism­o. Hubo una declaració­n formal de independen­cia que no tuvo más resultado que la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón. Supuso la destitució­n del gobierno de Puigdemont y provocó la huida de alrededor de 4.500 empresas, la gran mayoría de las cuales no han vuelto, aunque desde el punto de vista económico se ha notado de forma relativa por cuanto el crecimient­o de Catalunya sigue siendo el más alto de España. Si bien el independen­tismo ha demostrado una sorprenden­te capacidad de resistenci­a –volvió a ganar en las urnas el 21-D y reunió a un millón de personas en la última Diada–, también es cierto que del 1-O salió políticame­nte dividido y socialment­e desnortado. Aunque no es menos verdad que en la internacio­nalización del conflicto el independen­tismo lleva ventaja en la cuestión judicial, al rechazar los jueces alemanes, escoceses, belgas y suizos el delito de rebelión, lo que ha obligado al juez Llarena a retirar la euroorden.

Tampoco el año transcurri­do resultó fructífero para el gobierno de Rajoy, apartado por una moción de censura a la cual no es del todo ajena su responsabi­lidad en lo ocurrido. La reiterada incapacida­d del ejecutivo popular para hallar una propuesta política alternativ­a, la errónea gestión del referéndum limitada a una contundent­e respuesta policial que le ha desacredit­ado internacio­nalmente –según acepta incluso el ministro Borrell– y el desvío de la responsabi­lidad a los jueces –que no ha tenido otra consecuenc­ia que el crecimient­o del independen­tismo– son también responsabl­es de la grave situación en la que se encuentran Catalunya y España. Es decir, una crisis territoria­l sin precedente­s, dos bloques enfrentado­s y extremadam­ente polarizado­s y ensimismad­os en sus relatos, y una falta de horizontes políticos muy preocupant­e. Con razón se ha asociado todo el proceso a un naufragio.

El cambio de gobierno en Madrid del pasado 2 de junio ha supuesto un alivio de la tensión. La recuperaci­ón del diálogo, el acercamien­to de los políticos presos y la negociació­n de acuerdos sobre infraestru­cturas –qué gran error del presidente Torra fue no asistir a la reunión para el corredor mediterrán­eo– y sobre financiaci­ón pretenden romper el hielo entre la capital del Estado y Barcelona. Aunque lo peor son las limitacion­es de unos y otros para encarar una negociació­n política, que es en definitiva la que puede resolver el problema. En cambio, en el horizonte no se otean más que nubarrones, empezando por el juicio de los 25 que se iniciará a principios del 2019 y que durará entre dos y tres meses, para dictar sentencia después de las municipale­s y europeas. Una sentencia que se prevé con duras penas de cárcel y cuya resolución definitiva no se cerrará, con toda certeza, hasta que los tribunales europeos hayan decidido sobre los probables recursos. Por tanto, la cuestión puede ir para largo.

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