Literatura en Mallorca
Xavi Ayén describe la figura de Ginevra Bompiani, que “era una joven de 22 años cuando fue invitada a la segunda edición de los premios Formentor e Internacional, en 1962, de la mano del editor italiano Giulio Einaudi”, y ha regresado a la isla este año.
Ginevra Bompiani era una joven de 22 años cuando fue invitada a la segunda edición de los premios Formentor e Internacional, en 1962, de la mano del editor italiano Giulio Einaudi, “que me trajo para mitigar la irritación de mi padre –el gran editor Valentino Bompiani– por no haber sido invitado, ya que Carlos Barral, el organizador, sólo llamaba a un editor por país”. No había vuelto desde entonces y, a sus 79 años, recorre con dinamismo los lugares de este enclave mallorquín, recordando aquellos momentos.
Cuenta anécdotas jugosas –“todos están muertos ya”– de autores y editores persiguiendo a chicas bajo los pinos y entre las rocas cual sátiros intelectuales. “Se navegaba por la mañana, se bailaba por la tarde y se coqueteaba a todas horas. Yo era la hija de un respetado editor y me mantenía al margen, pero muy atenta a lo que pasaba. Los que no venían acompañados de una mujer cogían a la que tenían más a mano”.
Ello no impedía las jornadas de duros debates entre los partidarios de unos autores u otros para alzarse con alguno de los dos prestigiosos galardones que se fallaban. Los días se destinaban a debatir sobre qué libro debía ganar, lo que no se sabía hasta el final con unas emocionantes votaciones finales, en las que cada país tenía un voto, una especie de Eurovisión de los libros. “Las peleas eran grandes, venían escritores de medio mundo a batirse por sus candidatos. Henry Miller luchaba a favor de un inglés desconocido, John Cowper Powys, venía dispuesto a morir por él, decía ‘este hombre tiene 90 años, qué puede esperar ya de la vida, reconózcanle su talento antes de que se muera’. Vi a Miller, de madrugada, jugando a ping-pong con una chica asiática. Pero, al segundo día, se encerró en su habitación y ya no salió de ahí, se puso muy enfermo, y por eso perdió su candidato, porque nadie insistió en el tema. Recuerdo a Alberto Moravia e Italo Calvino –muy guapo y seductor– paseando justo por este camino al borde de la playa, les escuché decir ‘si ese John Cowper Powys fuese un genio, nosotros lo sabríamos’. Moravia había venido a luchar para que ganara el Formentor su nueva amante, Dacia Maraini, y lo consiguió, nadie se atrevía a contradecirle. Él todavía estaba casado con Elsa Morante, pero el matrimonio, que había sido muy abierto, vivía sus últimos coletazos. El premio Internacional, tras Borges y Beckett, lo ganó ese año el alemán Uwe Johnson, yo creo que por vanguardista, porque fíjese qué otros finalistas había: Doris Lessing, William Styron, Julio Cortázar, William Golding...”.
Carlos Barral era “mefistofélico, con su barbita de chivo y su dinamismo, era el alma de todo esto, nuestro creador, lo había ideado como un acto literario-político de gran alcance internacional para tocar las narices al franquismo”.
Por allí andaban también Antoine Gallimard, Juan Goytisolo, Carmen Balcells, Juan García Hortelano... Bompiani destaca que “era una cumbre de los grandes editores del mundo, que desembarcaban en Formentor para discutir de literatura, de arte, no hablaban, como hoy, de dinero, política editorial o gestión. Actualmente, ese espíritu de Formentor no anida en los grandes sino en los pequeños sellos”.
Bompiani trabajó primero en la editorial de su padre, dirigiendo una colección de literatura fantástica, “que en la época se consideraba un género de derechas”; luego dejó el oficio hasta el 2002, cuando creó su propia editorial, Nottetempo, que vendió en el 2015. “En Italia los grandes grupos están en Milán, pero las independientes se basan casi todas en Roma”.
El renacido premio Formentor ha cambiado de procedimiento, pues ahora es un jurado restringido quien lo falla, en debate secreto, unos meses antes de su entrega, que tuvo lugar el viernes. Desde ese día hasta ayer domingo se han celebrado múltiples debates –este año, en una gran carpa abierta al público– en los que destacados autores recomiendan libros en torno a un tema, en esta ocasión Vírgenes, diosas y hechiceras, es decir, la representación de la feminidad en la literatura. Así, por ejemplo, Lorenzo Silva habló de Lady Susan de Jane Austen; Francesc Serés, de Treure una marededéu a ballar de Perejaume; Agustín Fernández Mallo, de La enfermedad y sus metáforas de Susan Sontag; Kiko Amat, de El club de los mentirosos de Mary Karr; Santiago Gamboa, de El fin de la aventura de Graham Greene; Antonio Orejudo, de La máscara infame (las actas de la Inquisición a Eleno de Céspedes); o Gerald Martin, del Ulises de James Joyce...
Al cierre de esta edición, se celebraba una velada de “jazz órfico”, donde se mezclaba música y poesía. La madrugada anterior, una horda incontrolada de escritores sedientos había asaltado el (ya clausurado) bar del hotel. En su discurso final, el director de las jornadas, Basilio Baltasar, definió las Conversaciones Formentor como “un festival literario hedonista” que rinde culto “a la belleza, la inteligencia y la palabra”.
La editora Ginevra Bompiani vino en 1962 al premio, donde se codeó con Henry Miller, Moravia y Calvino