¿Preparados para qué?
Suenan las campanas, está bien que suenen las campanas para recordar el 1-O”. El president de la Generalitat, Quim Torra, aprovechó el repiqueteo que llegaba ayer desde la catedral de Barcelona para arrancar su intervención en un acto que empezaba de forma un tanto fría, más teniendo en cuenta el contenido del mismo. Se trataba de un homenaje a las personas que fueron aporreadas por la policía hace un año y que el Govern organizó en el Pati dels Tarongers de Palau. Y si algo llamó la atención fue su austeridad –no sabemos si pretendida o no– y la diferencia en el nivel de contundencia de los discursos.
El alcalde de la pequeña localidad de Fonollosa –uno de los municipios donde la actuación policial fue más agresiva– describió con claridad una realidad que no siempre parece entenderse al otro lado del Ebro: cientos de miles de catalanes ya no se sienten españoles. “España nos ha perdido para siempre”, insistió el edil de este municipio del Bages, Eloi Hernàndez. Es la “desconexión mental” de la que muchos no independentistas se burlan, pero que encierra una carga profunda. ¿Qué haces cuando dos millones de personas no quieren saber nada del país en el que viven?
Uno de los agredidos durante el referéndum, Jaume Casamitjana, cogió el relevo y lanzó otro mensaje de peso, en este caso dirigido al Govern de la Generalitat: “No nos podemos echar atrás, no nos podemos quedar a medio hacer”.
La gente que votó el 1-O, que se implicó en el referéndum y que se arriesgó a que la policía le pegara quiere que el Govern de la Generalitat haga lo que prometió tener a punto: separarse de España y crear un nuevo Estado. Si no, ¿por qué los movilizaron?
Las intervenciones del president Torra y el del vicepresident, Pere Aragonès, en cambio, iban por otro camino. El primero habló de volver a emprender la vía de la “desobediencia civil”, de hacer “un nuevo 1-O”, en el sentido de recuperar su espíritu, de “estar preparados” –sin aclarar para qué–, pero justo al otro lado del muro de Palau estaban los restos de la acampada independentista que él mismo autorizó desmantelar. Un choque entre discurso y realidad en toda regla.
La bifurcación entre el independentismo de base y el de las instituciones asomó en el acto de ayer. Pinchar el globo, en palabras de Gabriel Rufián, quizás comporte alguna explosión.