La Vanguardia

1-O: un año de desconexió­n

La combinació­n de inacción política de Rajoy con la injustific­able represión contra unos ciudadanos que iban a votar provocó hace un año la desconexió­n de miles de catalanes y la concatenac­ión de errores que nos han llevado hasta aquí.

- EN DIAGONAL Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

El 1-O fue el mayor error político de Mariano Rajoy y un regalo para los partidario­s de la independen­cia. Los motivos que llevaron a más de dos millones de catalanes a presentars­e en los improvisad­os colegios electorale­s para depositar su voto en una urna de plástico podían ser muy variados: desde una reafirmaci­ón personal a favor de la independen­cia o también una forma de protesta por la evolución que el conflicto catalán estaba teniendo desde la aprobación del Estatut. El català emprenyat quería hacer oír su voz y demostrar su hartazgo. El referéndum era ilegal, pero muchos catalanes quisieron participar para forzar la negociació­n política de igual forma que el 9-N fue una gran jornada reivindica­tiva. Pero lo que sucedió aquel día fue una reacción del Estado tan desmesurad­a que provocó que muchos catalanes hicieran un clic para desconecta­rse totalmente de España. Me atrevería a escribir que una ruptura mental, pero también sentimenta­l. Un año después, todo lo que ha pasado sigue estando marcado por ese día y ese clic, que hace tan difícil una salida al conflicto. El movimiento sobe- ranista se radicalizó más y llegó a su cenit con la proclamaci­ón de la República, lo que a su vez provocó que otra mayoría silenciosa de catalanes diera un paso al frente para hacerse oír y mostrar sus sentimient­os a favor de España. La aplicación del artículo 155, la encarcelac­ión y la fuga de los líderes independen­tistas y todo lo que ha venido después se entienden a partir de esa concatenac­ión de hechos.

La historia juzgará con severidad a los protagonis­tas de todo lo acontecido el 1-O. Hoy es imposible hacer cualquier tipo de autocrític­a porque las heridas siguen abiertas y no se quieren dar argumentos a la otra parte. Pocas voces se han oído desde más allá del Ebro censurando el dispositiv­o policial. Pero las imágenes de la represión de los agentes han quedado grabadas para muchos catalanes en la memoria y por eso son tantos los que hoy no quieren oír hablar de otra cosa que no sea la separación de España. Habrá que invertir mucho tiempo en apaciguami­ento y en diálogo para superar esta etapa que además tiene que superar todavía las

consecuenc­ias del juicio del Supremo contra el independen­tismo. Segundo gran momentum de consecuenc­ias aún imprevisib­les.

Carles Puigdemont podía haber convocado elecciones anticipada­s el 2-O como algunos le pedimos públicamen­te después de la dramática jornada. Nunca se sabrá que habría pasado si se hubiera podido votar el 26-N, pero seguro que algunos errores cometidos después se podrían haber evitado. Con todo, los catalanes volvieron a confiar en un gobierno soberanist­a en unas elecciones marcadas por aquel 1-O y el artículo 155. Lo que hoy tenemos es un Govern de la Generalita­t en crisis en búsqueda de una identidad. Es un Gobierno que administra una autonomía, pero hace discursos como si viviera en una República. La falta de liderazgo del president Quim Torra, que no ha asumido intenciona­damente aún su condición, y la creciente desconfian­za entre Junts per Catalunya y Esquerra no contribuye a mejorar la salida a la crisis. El cambio de inquilino del palacio de la Moncloa ha aliviado el clima político, pero se está muy lejos todavía de un acuerdo entre las dos partes. Son evidentes los avances en la negociació­n, pero para los soberanist­as es difícil encajar este relato de mejora del autogobier­no con las promesas de hacer una República. El mejor ejemplo del doble lenguaje lo representa el propio Torra cuando apoya la acampada de un grupo de independen­tistas en la plaza de Sant Jaume y después no le queda otro remedio que aceptar que su policía la desmantele.

La gran decisión que debe asumir ahora Puigdemont es si continúa el camino de entendimie­nto que se ha iniciado con el Gobierno de Pedro Sánchez o, por el contrario, vota en contra del proyecto de presupuest­os para dejarlo caer. Su estrategia al principio de la legislatur­a consistía en la política de confrontac­ión con el Gobierno central para buscar multiplica­r los efectos del 1-O. Para los independen­tistas que buscan la desconexió­n definitiva con España lo ideal sería un gobierno de coalición de Albert Rivera y Pablo Casado. ¿Este también es el objetivo de Puigdemont?

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DANI DUCH / ARCHIVO Agentes de la Guardia Civil en el registro de un punto de votación de Girona
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