¿Hay que ingerir cianuro a los 60?
Mi amigo Pau ha cumplido 60 tacos y el muy cobarde, en lugar de ingerir cianuro y ahorrarse el bochorno de que le llamen sexagenario, montó el sábado una fiesta –bueno, se la montó Maribel, su esposa– con “indumentaria de los sesenta”, una opción muy apropiada para que los tíos –con su consustancial pachorra– se disfrazasen de hippies y no tuviesen que pensar demasiado.
Naturalmente, al final hubo sexo. Pero vayamos por partes. –Cumplo 60, he montado algo... Mi primera reacción fue de incredulidad. ¿Sesenta? Yo lo veo un chaval, pero es evidente que a los 60 uno ya no es un chaval de 20.
Le dije lo que se suele decir a los amigos en estos trances:
–Los 60 son los 40 de antes.
No me sentí interpelado por la noticia porque de milagro no he cumplido 60 y estoy a resguardo de que nadie me organice una fiesta, y menos sorpresa –nací un 31 de diciembre–, pero al escribir estas líneas he caído de la higuera: los amigos que cumplen 60 años son sexagenarios.
Ellas, as usual, aprovecharon la fiesta para lucirse con un estudiado look kennedyano. Supongo que las niñas de mi generación querían ser Jackie o parecerse a sus madres. Da igual. Estaban muy atractivas.
Un vecino se quejó a la una de la música. La peña se sopló gin-tonics, pero no de garrafón, a diferencia del que Ramón –el cuñado de Pau– y yo bebimos en la misma fiesta veraniega. Descubrimos que fue en aquella precisa noche de la adolescencia cuando agarramos fobia a una bebida con gusto a colonia. Él se tiró al vodka, y yo, al ron.
–Recuerdo la fiesta: la madre del organizador nos llamó la atención. Nos habíamos besado. Me sentí una puta.
Paulina, la esposa de Ramón, recordaba también con precisión aquella fiesta de garrafón y lote –así se llamaban los escarceos amorosos–, de modo que, más que afrontar nuestra condición real o inminente de sexagenarios, nos parapetamos en la memoria.
Naturalmente, la música de los sesenta, los looks de los sesenta y los cambios sociales de los sesenta fueron más trascendentales que otros. Eso dijimos.
Al ir yo desparejado no pude proponer rematar la fiesta con una orgia aprovechando que ninguna madre nos hubiese llamado la atención, y en homenaje al espíritu de los sesenta, década de la democratización del asunto. Supuse, además, que no era el día apropiado porque todos somos padres y había hijos, que guardan la moral como las madres de entonces.
Cuando Pau cumpla 70 someteré la propuesta a votación secreta. Nos despidió con peluquín afro y un falo portentoso y peludo –homenaje a los pitos frondosos de los sesenta–, de esos que venden para despedidas de soltera. Le tocamos el pito y nos despedimos, ajenos al hecho de que al cumplir 60 conviene empezar a no pensar con el miembro viril sino con la cabeza.
El muy cobarde cumple 60 y, en lugar de no llegar a sexagenario, monta una fiesta con los amigos